lunes, 23 de junio de 2008

(II) Las acuarelas del conserje.

Eran las ocho de la mañana en punto cuando golpeaba con los nudillos suavemente la puerta del conserje.
Al rato, el mismo hombre, con el mismo guardapolvo azul y la misma mirada cansada me sonreía desde detrás del quicio de la puerta.
-Buenos días.- Dije en seco. No estaba de muy buen humor. Es más, estaba nervioso y angustiado. ¿Qué significaba todo esto? ¿Porqué tanto misterio? Había pasado una de las noches más largas de mi vida, completamente desvelado. Y si en algún momento me dormía, soñaba con la misma imagen una y otra vez, soñaba con Juan asomado a la ventana, soñaba que me hablaba con una voz que yo no había oído nunca y soñaba que me pedía que no le dejara morir. El portero debió de notarlo porque su expresión cambió. Había dejado de ser en un instante el portero amable y familiar para convertirse en el celoso cancerbero de la intimidad de una comunidad.
-Pase, tengo lo suyo.- Dijo con la misma sequedad con la que le había obsequiado yo.
Sin más dilación me introduje en la vivienda y cerré la puerta tras de mi.
La entrada estaba oscura, apenas se distinguían algunas sombras de objetos que bien podían ser jarrones, mesitas con platos decorativos o cuadros de acuarela que estaban esparcidos a lo largo de todo el pasillo.
Al fondo se veía una sala más grande, iluminada por la luz del sol. La sombra del guardapolvo azul se perdía tras esa claridad, así que decidí seguirle mientras mis pupilas se iban adaptando a los cambios de luz y mis pies se esforzaban por evitar todos los humildes objetos (algunos con bastante polvo) que se encontraban en el oscuro pasillo.
Cuando entré en el salón, encontré al conserje agachado sobre una enorme caja de cartón que tenía subida en un sofá bastante antiguo de un color chocolate. En la sala solo había otro sillón del mismo color, un gran cuadro de acuarela que representaba un lago en verano y una pequeña tele que tenía los botones pegados a la pantalla. No me habría extrañado que solo mostrase imágenes en blanco y negro.
-Aquí está lo primero.- Dijo sacando la cabeza de la caja y mostrándome un sobre y un pequeño estuche de madera.
Se acercó despacio hasta mi y me lo entregó.
-¿Lo primero?- Dije observando el estuche. Era un pequeño rectángulo de madera barnizada con un color oscuro. Tenía grabadas unas iniciales en la tapa: Una “J” y una “R”, que supuse que serían las del propio Juan Ruiz. Por debajo tenía una imagen tallada que representaba dos caballeros luchando con una espada. Los dos tenían corona. Uno era de color más oscuro que el otro. La caja pesaba poco, por lo que supuse que estaría vacía. En los bordes tenía una cenefa que representaba unas flores de lis engarzadas. Era una caja muy bonita.
-Si, eso es.- De nuevo se formó entre nosotros un silencio tenso. –Tengo muchas cosas que hacer, si me disculpa.
-Pero, un momento, ¿Hay más cosas?-
-Claro que hay más cosas. Lea la carta por favor, yo tengo mucha prisa.-
-¿Y cuando puedo volver a por ellas?- Yo estaba perdiendo la paciencia y aquel hombre me miraba con cara de pocos amigos. Parecía que le estaba haciendo perder el tiempo con preguntas estúpidas, como si la respuesta fuera obvia.
-Cuando deba. Señor Lope, tiene que irse.- Y sin decir nada más se dirigió a la puerta de entrada.
Cuando la luz del descansillo inundó el pasillo, pude observar con más claridad los cuadros colgados de las paredes. Todos representaban paisajes marítimos y todos estaban pintados en acuarelas. Supuse que le gustaría coleccionarlas o que tenía algún tipo de obsesión con el mar. Qué afición tan poco típica para un conserje que ha nacido y crecido entre las paredes del edificio donde trabaja. Realmente aquel era un hombre misterioso.
Caminé unos pasos alejándome de la comunidad de vecinos y me senté, aún confuso, en un banco de la misma calle. Sin poder contenerme abrí la carta. En el sobre solo estaba escrito mi nombre con un boli azul, en grande, en mayúsculas y quizás con algún leve rastro de temblor en la muñeca que escribía.
Desdoblé la carta. Se trataba de un solo folio escrito a mano con caligrafía antigua. Comenzaba así: “El alfil negro:”

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, la verdad es que tienes una imaginación desbordante jeje. A mí la trama me ha enganchado y me parce que es muy entretenido y las descripciones son muy detalladas, por no hablar del léxico tan amplio, pero en fin, si te empeñas en que te busque fallos ya te diré alguno (pero no lo pongo aqui jeje)...

A. dijo...

Bueno, estás desarrollando una historia que se perfila compleja. De momento, ya me has picado y tengo ganas de saber más. Por otra parte, como buen aficionado al Arte, te digo que me encanta la acuarela (pintar digo) así que mejor que mejor.
El conserje sí que es un poco raro y misterioso. ¿Quizás sea una tapadera y tenga un pasado masónico? Es broma.
Un saludo.

Frimost dijo...

Hummm... esta muy interesante la historia y me gusta el detallismo que le pones. Pero...


ERES UN CABRONAZO!!!!!!!!!
COMO NOS DEJAS ASI!!!!!!!!

ERES UN TELENOVELAS!!!!!!!!

jajajajajaja.

un bezaso!

Aun espero la historia que te comente. :P