domingo, 30 de mayo de 2010
Lost
Nunca dejará de sorprenderme la capacidad de la serie para tenerte enganchado a una historia que sucede solo dentro de una isla, sin necesidad de salir de ahí, poniendo a prueba los caracteres de cada uno de los personajes y desentrañando los misterios que esconde la isla.
Y el fina, que es un final porque los guionistas lo han decidido, pero que la isla da para rato. Peor un final abierto y bonito, acorde con la tendencia general de la serie. Me habría decepcionado un final cerrado con todos los misterios explicados, entonces no sería el final de Perdidos :)
viernes, 28 de mayo de 2010
miércoles, 26 de mayo de 2010
Felicítome
lunes, 24 de mayo de 2010
domingo, 23 de mayo de 2010
jueves, 20 de mayo de 2010
Este hombre era un genio.
Oscar Wilde
martes, 18 de mayo de 2010
El bus
No me ha saludado, me ha visto y no me ha dicho nada ¿Te ha visto? Que nos gusta mucho el drama, no tiene mucho misterio, si, me ha visto, yo no quería saludarla tampoco, mejor, luego no sabemos de que hablar, como aquella vez en el autobús, menudo viaje, y yo queriendo leer, con los cascos puestos, pero eso es de mala educación claro, mejor mirarse en silencio, y total, para que no me cuente nada, o me pregunte por ellas. Me dieron ganas de decirla que preguntase ella misma, o que llamara, que yo quería leer. ¿Qué libro era? Tenía las tapas negras, era de tapa dura, creo, lo llevo siempre en la mano para que no se me rompan, de tapa dura, ya no compro libros de tapa dura, ahora en las tiendas hasta las ediciones nuevas son de tapa blanda, como el dependiente de
domingo, 16 de mayo de 2010
para poner datos a cero y reiniciar....
Mil bolas de luz
para matar
cada ilusión
puesta al final
esta verdad
se vuelve mal
claro es el fin
juntos los dos....
¿Dónde perdí
aquella poción
para volar
y conseguir
no llorar más?
creo que eras tu
que todo empezó
esta intensidad
este calor
¿dónde perdí
el resplandor?
Y esa razón
que se pudrió
entre tu voz
y la cantidad
que aceptas por dar
besos de error
y una canción
que te escribí cuando soñé...
Que entre los dos
era mejor
sentirse mal
y te llamé
para intentar
llegar hasta ti
casi sin tocar
el suelo y volar
para poner
datos a cero
y reiniciar....
viernes, 14 de mayo de 2010
miércoles, 12 de mayo de 2010
"con esa sonrisa abierta/tan alegre, tan de flores"
Estoy pensando, es de noche,
en el día que hará allí
donde esta noche es de día.
En las sombrillas alegres,
abiertas todas las flores,
contra ese sol, que es la luna
tenue que me alumbra a mí.
Aunque todo está tan quieto,
tan en silencio en lo oscuro,
aquí alrededor,
veo a las gentes veloces
—prisa, trajes claros, risa—
consumiendo sin parar,
a pleno goce, esa luz
de ellos, la que va a ser mía
en cuanto alguien diga allí
«ya es de noche».
La noche donde yo estoy
ahora,
donde tú estás junto a mí
tan dormida y tan sin sol
en esa
noche y luna del dormir,
que pienso en el otro lado
de tu sueño, donde hay luz
que yo no veo.
Donde es de día y paseas
—te sonríes al dormir—
con esa sonrisa abierta,
tan alegre, tan de flores,
que la noche y yo sentimos
que no puede ser de aquí.
lunes, 10 de mayo de 2010
Reflejo IX
Cameron hizo sonar la bocina de su viejo coche y bajó la ventanilla para gritarle que se diera prisa. Ella no le prestaba atención.
La camarera la miraba en silencio, con la cabeza apoyada en la mano mientras masticaba chicle.
-¿Te decides cariño?
Quería pedir unos aros de cebolla, pero sabía que a Cameron no le gustaban. Podría pedir una hamburguesa con patatas y un batido para los dos. Si tuviera al menos otros cinco dólares... Arrugó más el billete. Cameron tocó de nuevo la bocina.
-Deme unos aros de cebolla, por favor.
sábado, 8 de mayo de 2010
jueves, 6 de mayo de 2010
Las baldosas del aeropuerto
Se miró la punta de los pies y pensó que no era tan importante, que solo era un paso. Todo empieza por un paso, pero ella ya había dado muchos hasta llegar a aquel punto. Sin embargo, ese paso, no era igual que los demás, no era un paso que sumar. Se fijó en lo fácil que había sido hasta ahora caminar y moverse, sin pensarlo, un movimiento automático que levantaba una pierna y la adelantaba, mientras la otra permanecía a la espera para seguirla. Así durante toda su vida. Ningún paso se había desperdiciado, todos habían concurrido en aquel aeropuerto aquel día.
Cristina odiaba viajar. No tenía ninguna necesidad de moverse de su pequeño apartamento de las afueras de Madrid. Cuando lo hacía, era simplemente por trabajo o por obligación. Como aquel lunes, que por obligación se había tenido que comprar una maleta y llenarla con cosas que ella quería que permanecieran en su casa, luego, por obligación también, había comprado por Internet el primer billete hacia Tokio que vio.
Sus zapatos estaban impecables, negros, lustrosos, unos tacones sensacionales y bien cuidados que resaltaban con el frío mármol de la terminal de Barajas. Ese suelo indiferente que tantos pasos había acogido. Pensó en la cantidad de historias que habían empezado o terminado en aquellas baldosas y lo ajenas que parecían a todo eso. Se sintió terriblemente sola. Para Cristina, toda la culpa la tenía Laura, su hermana pequeña, que se había enamorado de un estúpido bohemio que la había arrastrado hasta Tokio solo para ver si en Tokio las alcantarillas de la ciudad echaban humo. Ahora su hermana estaba al borde de un ataque catatónico ingresada en un hospital con un nombre impronunciable y su cuñado estaba muerto y esperando a ser reconocido en el depósito de ese hospital. Había intentado negarse a ir, pero su madre no entendía inglés y no comprendía nada de lo que le dijeron por teléfono cuando llamaron desde allí. Hizo que Cristina fuera hasta su casa, con su consiguiente disgusto, y le tradujera lo que aquel señor inglés les decía. Apuntó la dirección del hospital en un papel y se la tendió a su madre.
−¿Qué pretendes que haga con esto? Yo no voy a ir hasta Tokio.
−Bueno, ya nos mandarán los cadáveres −repuso Cristina encogiéndose de hombros.
Aquella expresión provocó un ataque de histeria en su madre que pasó por distintas fases: Primero empezó a quejarse de su inutilidad y de la edad que tenía, después lamentó que su padre estuviera muerto para que solucionara aquello, más tarde insultó a Laura, llamándola tonta, por haberse ido tan lejos y por último, empezó a mezclar todas las fases y a llorar como si Laura ya estuviera muerta. Cristina la observaba, de pie, con los brazos cruzados y esperando a que se calmara. Cuando lo hizo, su madre la miró con los ojos llorosos y suplicantes.
−Hija, vete a por tu hermana, por favor.
Y nada más, ni siquiera un: “Yo te lo pago” o un “Sé cuánto te molesta” o “Comprendo el esfuerzo que te estoy pidiendo”. Cristina se observó la falda beige que usaba para ir a trabajar los lunes y se alisó una arruga, cogió su bolso del sofá, donde lo había dejado al llegar, e introdujo el papel arrugado con la dirección que su madre aún tenía en la mano. Se marchó de allí sin decir nada más. De camino a su casa había comprado la maleta y llamado a su jefe mientras la hacía. Se había sentido confusa al hacerlo: “¿Qué se echa en una maleta? ¿En Tokio es verano o es invierno? ¿Cómo cambió mi dinero?”, pero se negó a llamar a nadie para preguntar, ya lo averiguaría por el camino.
Por megafonía se anunciaba que no se harían anuncios por megafonía sobre los vuelos, lo cual le resultó curioso y la hizo sonreír. “Solo es un paso”, se dijo.
−Señorita, ¿le pasa algo?
El azafato sonreía y miraba hacia el suelo, en la misma dirección que Cristina.
−No, nada, aquí tiene mis documentos.
−Pensé que se había quedado pegada al suelo −intentó bromear él.
−Ojala −respondió Cristina sin sonreír.