domingo, 29 de noviembre de 2009

Poesía para amanecer lluvioso

Antonio Machado - Amanecer de otoño

Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas,jarales.

Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor:
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Un día importante

Me levanté y cerré las ventanas de la habitación. Era uno de los junios más calurosos que recordaba en mis dieciocho años y eso que siempre he sido friolero. En esa ocasión no me molestó que el calor me despertara, tenía que ponerme en pie en diez minutos. Como disponía de tiempo, me senté en la cama con las piernas cruzadas y revisé los papeles de la matrícula de la universidad que estaban desparramados por la mesa. La fotocopia del DNI (tengo que ir a renovármelo el mes que viene), los papeles del banco, los papeles de la universidad, el sobre con las fichas, las fotos de carnet (quizás guarde una para el DNI, no sales mal con ese flequillo). Todo en orden. Lo metí todo dentro del gran sobre de la universidad y me tiré de nuevo sobre la cama.
Aquel era el día por el que llevaba esperando mucho tiempo. Por fin me iba a convertir en universitario. Era mayor de edad y el futuro se abría paso poco a poco ante mis ojos. Sin embargo, algo en mi interior no estaba bien. Desde hacía varias semanas, exactamente desde que había terminado la selectividad, sentía dentro una especie de malestar y nerviosismo que yo achaqué a la espera para ingresar en la universidad. Ahora sé que no. Realmente, todo empezó cuando me senté con mis padres a comer la tarde en que hice mi último examen.

Recuerdo que mi madre había hecho judías pintas para comer. Ella aún llevaba el traje del trabajo y se había recogido el pelo en una improvisada coleta para no mancharse mientras nos servía la comida. Mi padre por el contrario se había quitado el uniforme y se había puesto un pantalón deportivo de manga corta y una camiseta blanca de tirantes llena de pelotillas. Les conté como me habían ido los exámenes y me preguntaron que si ya había entrado en razón.
-¿En razón? ¿En razón de qué?- Pregunté extrañado.
Mis padres se miraron.
-Pues en hacer una buena carrera claro está.- Dijo mi madre.
La cuchara se me quedó a medio camino entre el plato y la boca.
-¿Cómo? Pensé que lo habíamos hablado ya. Creía que lo de hacer derecho era sólo una propuesta vuestra.-
-No seas tonto hijo.- Dijo mi padre. – Aquí no somos unos ogros. Pero piensa en todo lo que hemos trabajado nosotros para que estudies algo que no sirve para nada.-
Le miré a los ojos, pero él siguió comiendo sin mirarme ni un momento. Mi madre por el contrario parecía más nerviosa de lo habitual. Puede que mi madre me conociera más que mi padre y supiera que me estaba cabreando. A mi padre le importaba poco que me cabreara, sólo tenía una visión del mundo, la suya, y todo lo que no entrase en ella estaba fuera de sus manos y, en consecuencia, de su interés.
-¿Esa es tu opinión sobre el periodismo?-
-Sí.- Esta vez sí me miró, desafiante. – Y como soy yo el que paga, me gustaría que se me tuviera en cuenta.-
-¿Y al que estudia?- Pregunté dejando la cuchara en el plato y poniendo los brazos en jarra. -¿A ese no se le pregunta?- Se acercaba uno de mis accesos violentos, el tono de la voz iba subiendo lentamente. No podía creer que me estuvieran fastidiando el día de aquella manera.
-Menos humos.- Dijo mi padre con indiferencia. –Ya te he dicho que puedes estudiar lo que te dé la gana. Otra cosa es que nosotros estemos conformes o que estemos dispuestos a pagarte la carrera entera en ese caso.-
Lo que más me molestaba era su indiferencia. Esa manera de decir las cosas sin mirarme, mientras seguía comiendo. Se dedicaba a recitar una ley universal que no podía revocar nadie. Algo así como dos más dos son cuatro, tú verás lo que haces como no estudies Derecho.
Me puse en pie. Mi madre estaba apunto de decir algo, pero no sabía muy bien donde posicionarse. No quise obligarla a elegir, pero me apunté que no saliera en mi defensa. Subí a mi cuarto y ninguno de los dos subió a buscarme. Me imaginé a mi madre diciéndole a mi padre que me dejara estudiar Periodismo, que era lo que yo quería. Y a mi padre diciéndole que ya sabía lo que pasaría, que empezaría Periodismo, que no lo acabaría, que me cambiaría a Filología Hispánica, que no me llenaría, que empezaría Psicología y así dios sabe cuantas carreras. Qué yo podía elegir, pero que no sabía. Probablemente le diría a mi madre que ya se me pasaría y que era un cabezón, que acabaría estudiando lo que me diera la gana y se iría al salón a ver la tele sin recoger ni un solo plato de la mesa.
Desde aquel momento, mis conversaciones con mis padres se limitaron a breves respuestas a preguntas indiferentes. Mi madre intentaba un acercamiento a mí a través de las comidas, dedicándose a preparar mis platos preferidos, pero yo, dolido aún, casi nunca probaba bocado e intentaba comer fuera de casa la mayor parte del tiempo. Lo peor de aquella situación, fue sin duda tener que aguantar la lástima que me daba mi madre. Más de una vez estuve a punto de decirle que no estaba enfadado con ella, que la culpa era de mi padre, pero la verdad es que estaba muy a gusto sin hablarme con ninguno de los dos y me daba igual si mi madre lo pasaba mal o no.
Ahora pienso que quizás lo hacía para que mi madre presionara a mi padre, pero si eso había tenido lugar, jamás llegó a mi conocimiento, así que desistí de ser cabezota y empecé a plantearme las cosas en serio.
Lo peor de todo no era hacer Derecho o hacer Periodismo, lo peor de todo era tener que elegir entre mi elección y la elección de mi padre. Me informé sobre carreras conjuntas, pero ni me llegaba la nota, ni me veía con la capacidad suficiente. Además, dudo que mi padre viera con buenos ojos que me pusiera con dos carreras a la vez. Siempre pensaba que era un inconsciente y que no estudiaba demasiado. Me sentía cada vez más enfadado y tardé unos días en descubrir que no estaba enfadado con mis padres, sino conmigo mismo. Al fin y al cabo era yo el que tenía que elegir, pero no era libre para elegir. Si hacía Periodismo, me vería obligado a esforzarme por sacar buenas notas y no dejar la carrera a medias solo por darle en las narices a mi padre. Pero si hacía Derecho, iría con la predisposición de estar estudiando algo que no me gusta y con la posibilidad de que mi padre me dijera al abandonarla: “¿Ves como eres un inconstante?”
Total, que dos días antes de que terminara el plazo para entregar los papeles, decidí complacer a mi padre, aunque solo fuera por ver la cara que ponía cuando me graduara en derecho y me viera en el paro y con una carrera que no me gustaba. Pero aquel sentimiento, aquella desazón, no se había marchado al decidirme, al contrario, seguía ahí, rondando mi cabeza.

Cuando al fin sonó el despertador, yo me encontraba sentado en la cocina desayunando. Escuché como mi madre entraba en la habitación, apagaba mi despertador y bajaba las escaleras. Me daba tanta rabia que ya estuviera de vacaciones y me viera marcharme. Ninguno de los dos sabía finalmente que decisión había tomado, ya me habían dado el dinero antes de que me montaran esa escena y sólo tuve que ir al banco y pagarlo. Mi madre llevaba una bata rosa de gasa y el pelo suelto alborotado. Me dijo buenos días y le gruñí una contestación mientras bebía la leche. Esperaba escabullirme de la cocina antes de que quisiera hablar conmigo, pero para mi sorpresa, ella no me dejó.
-¿Vas hoy a lo de la universidad?- Me alegré de que no intentara dar rodeos ni buscase un acercamiento.
-Sí.- Recogí la servilleta y me puse en pie con el vaso en la mano. Ella me miraba apoyada en la nevera, quizás buscando su frescura.
-¿Y qué vas a hacer?-
Dejé las cosas en el fregadero y la miré a los ojos. Luego desvié la mirada hasta el cubo de basura y le dije mientras tiraba la servilleta:
-Derecho.-
Se le iluminó la cara. Debió pensar que todos sus problemas se habían solucionado, que su crisis familiar estaba superada y que podría volver dentro de dos semanas a limpiar culos de bebés en la guardería con una sonrisa. Tendría un hijo abogado, con eso tenía para cinco años de orgullo frente a las vecinas.
-¿De verás?- Preguntó sonriendo.
Yo me tomé aquella pregunta como un seguro. Si le decía que sí, no sólo respondía a que estaba seguro de estudiar Derecho, sino a que estaba seguro de la elección que había tomado. Y a mí no me gustaba mentir a mi madre. Desde aquel momento le cogí más aprecio a hacerlo.
-Sí.- Contesté saliendo de la cocina.

Una hora y media después, me percaté de que mucha más gente que yo en el metro iba a entregar su matrícula a la universidad aquel día. La mayoría iban acompañados por alguien, sus padres principalmente, pero yo no entendía eso. Mis padres nunca me habían acompañado a realizar ningún tipo de trámite, al fin y al cabo, eran mis trámites, no los suyos. Yo tampoco les acompañaba cuando iban al banco a poner en orden sus cuentas corrientes.
-Es mi trámite.- Pensé mientras dejaba sentarse a una señora mayor en mi asiento. –No el suyo. No son ellos los que van a estar matriculados en Derecho.-
Mientras subía las escaleras mecánicas iba escuchando algunas conversaciones sueltas de la gente que se quedaba en el lado derecho para evitar que sus acompañantes subieran andando aquel tramo. Había mucha ilusión, excepto en aquellos que ya llevaban varios años en la universidad. A esos se les reconocía porque iban solos, con un sobre en la mano y no sonreían a nadie. Pero los otros, los ilusionados, esos brillaban por el metro. No sé, quizás fuera como me sentía en aquel momento, pero yo solo podía verlos a ellos. Los veía contentos, felices, con sus familias apoyándoles, emocionados. Yo iba a realizar un trámite. Cómo cuando me apunté al instituto para hacer el bachillerato de Ciencias de la Salud. No hubo ninguna emoción. Era un trámite para llegar a la universidad. Quizás si me hubiera apuntado al de Ciencias Sociales tal y como pensaba en un principio… pero aquella decisión fue más lógica, al fin y al cabo, el Bachillerato de Ciencias de la Salud era, junto con el Tecnológico, el que más salidas tenía. Si quería hacer Periodismo o Derecho, podía hacerlo desde allí. Claro está que la nota media que obtuve no fue tan alta como quizás habría sido en los otros bachilleratos. Y así probablemente me habría llegado para hacer la conjunta.

Me perdí dos veces entre todas las facultades antes de encontrar la mía, por lo que se me habían hecho ya las once. No me pareció una facultad bonita, pero la de Periodismo tampoco lo era. Sin embargo esta me pareció sombría y tétrica, muy fría.
-Aquí vas a pasar como mínimo cinco años de tu vida.- Pensé.
Traté de desechar esos pensamientos de mi cabeza. Bien empezamos.
Como no tenía intención de perderme más de dos veces, dos son mi límite antes de preguntar a alguien, abordé a un chico que debía rondar mi edad y que caminaba con un sobre a paso muy decidido. Él también se matriculaba ese día y se ofreció a acompañarme a secretaría. A pesar del calor, en aquel edificio hacía muchísimo frío.
Llegamos a secretaría y nos pusimos a hacer una cola infinita. No me acuerdo del nombre de aquel chaval, pero sí me acuerdo de cómo iba vestido. Y no por que me gustara especialmente, sino por que mucha gente va vestida igual que él. Tenía un polo azul marino con otro azul celeste debajo. Los dos de manga corta. Llevaba un pantalón vaquero y un cinturón marrón de cuero con una hebilla plateada. En los pies, llevaba unos mocasines del mismo marrón que el cinturón y en las manos llevaba dos pulseras, una con los colores de la bandera de España y otra con una frase de apoyo al Papa. Algo así como: “Juan Pablo II te quiere todo el mundo”. No quise prejuzgar a nadie, pero no era la clase de persona con la que me veía compartiendo una amistad. En cuanto a su cara, poco recuerdo ya que poco veía debajo del enorme flequillo con el que iba peinado. Prejuicios y todo, no me había parecido mala persona, al fin y al cabo, me había acompañado hasta la secretaría así que me dispuse a entablar conversación con él para tratar de enmendar todos los sentimientos negativos con los que había salido de casa.
-¿Es tu primer año?- Me preguntó con una sonrisita.
-Sí.- Dije - ¿El tuyo?-
-Yo estoy en tercero, espero quitarme unas cuantas este curso.- Lo dijo moviendo la cabeza y, creo, levantando las cejas, como si no le quedase más remedio.
-¿No te gusta la carrera?- No sabía si lo preguntaba con miedo o con esperanza.
Levantó los hombros antes de contestar.
-No sé que decirte. Mi padre tiene un despacho de abogados y bueno, me dijo que si hacía la carrera podría trabajar allí.-
-¿Pero no te gusta el Derecho?- Me miró divertido. Creo que intuyó mis miedos.
-No mucho, pero tampoco me gusta otra cosa demasiado. Al principio me gustaba la política, pero mi padre siempre decía que en eso todos son iguales, que va mejor siendo neutral y arrimándose donde más calienta.- Yo dudaba que su padre fuese neutral, pero empezaba a comprender las motivaciones de aquel muchacho.
La conversación derivó en algunos comentarios sobre el calor, el fútbol y las esperas en las instituciones públicas. Me pregunté por que un chico como él estaba estudiando en una universidad pública, pero me abstuve de comentárselo. A nuestro alrededor había cientos de chicos y chicas como él y no se lo iba a preguntar a todos. Lo que sí descubrí era que el chico era un loro que se limitaba a escupir las palabras que había colocado su padre en su boca. El padre tenía una opinión para todo y el chico así lo decía: Mi padre dice… como mi padre dice… mi padre piensa… eso dice mi padre… cuando a mi padre… acabé tan harto del padre como del hijo y me pregunté por que no era el propio padre el que se matriculaba en la universidad en lugar de su hijo.
Un temor me recorrió la espalda. ¿Y si yo era como aquel chico? No me había fijado en si había nombrado a mi padre en la conversación, pero quizás lo había estado haciendo constantemente y no me había dado cuenta. Aquel chico estaba viviendo la vida a través de su padre y puede que ni siquiera lo supiera. Y yo quizás esté haciendo lo mismo. Me horroricé ante ese pensamiento. Tanto, que mi nuevo amigo me preguntó que si me encontraba bien. Le dije que sí y el me aseguró que ya quedaba poca cola, que me relajara. Pero yo no podía relajarme. Siempre había creído que lo que yo hacía era totalmente distinto a la vida de mis padres, que había logrado vivir a mi manera. Incluso el hacer Derecho por que mi padre quisiera no era vivir su vida por que mi padre nunca había estudiado una carrera. Sin embargo, llegué a la conclusión de que puede que no estuviera viviendo la vida de mis padres, pero que mis padres sí estaban viviendo su vida a través de la mía. Me pregunté como había sido tan tonto. Después de todo, el que iba a estudiar Derecho cinco años y después se iba a pasar la vida trabajando en ello iba a ser yo. Puede que mis padres se negasen a pagarme más cursos de Periodismo que no fueran el primero, pero existían trabajos a tiempo parcial y becas. ¿Eran mis trámites no? Pues iba a empezar a hacerlos desde ya. Me aparté de la cola y empecé a caminar por el pasillo.
-Ey, que nos toca ya. ¿Dónde vas?-
-A cambiarme de carrera.- Dije sonriendo.
Y me marché a la facultad de Periodismo.
Si me equivoqué o no, es lo de menos, lo importante, es que aprendí a asumir mis propios riesgos.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

"No tengas si estoy contigo ni hambre, ni frío, ni miedo, ni sueño"

Por eso - Maldita Nerea

Porque a veces se cruzan dos ríos, en las noches de diciembre
Porque no sé de donde has salido...toda una vida sin verte
Pide cena para dos
Fui a donde se envían los desvíos, decidido a probar suerte
Porque cuando se juntan dos ríos se hace fuerte la corriente
Te vas hasta luego y yo...

Vivo y por eso me tumbo en las piedras mirándote hasta el mediodía
Si me acompañas no tengo, por eso ni hambre ni frío, ni miedo ni sueño
Vivo y por eso tumbada en la hierva mirándome hasta el mediodía
No tengas si estoy contigo ni hambre ni frío, ni miedo ni sueño

Kantamelade que el camino pasa por Torre
La de que en el salón había velas para ver
Kantamela del ira, kantamelade tal vez
Kantamelade pasión, que estuve bailando ayer yendo hacia tu habitación

Vivo y por eso me tumbo en las piedras mirándote hasta el mediodía
Si me acompañas no tengo, por eso ni hambre ni frío, ni miedo ni sueño
Vivo y por eso tumbada en la hierva mirándome hasta el mediodía
No tengas si estoy contigo ni hambre ni frío, ni miedo ni sueño

Kantamelade que el camino pasó por Londres
Kanta la del pescador Galileo Galilei
Kanta la de las minas duermo viendo la nieve
Kantamelade pasión, que estuve bailando ayer debajo del edredón

Vivo y por eso me tumbo en las piedras mirándote hasta el mediodía
Si me acompañas no tengo, por eso ni hambre ni frío, ni miedo ni sueño
Vivo y por eso tumbada en la hierva mirándome hasta el mediodía
No tengas si estoy contigo ni hambre ni frío, ni miedo ni sueño...ni miedo ni sueño

Porque a veces se juntan dos ríos en las noches de diciembre
Porque no sé de donde has salido, toda una vida sin verte
Kantala que sigan los desvíos, kantala que traiga suerte
Ven que cuando se juntan dos ríos, se hace fuerte la corriente

lunes, 23 de noviembre de 2009

El guardián

Siempre te quedas dormido antes de que yo llegue. Prácticamente se te escucha roncar desde el ascensor. Estas tumbado, como sin querer, en el sofá. Con los pies sobre la mesa de nuevo, en calcetines y con la parte de abajo de un pijama y una camiseta de promoción de Pepsi. Sé que haces aposta lo de subir los pies sobre la mesa, por que te encanta que te regañe y sabes, que en el fondo, a mí también me gusta. Es empezar a decirte algo de la mesa y poner esa sonrisa tan estúpida de niño malo que se divierte con sus travesuras. Y ahí ya me has desarmado. Por supuesto que sigo representando la comedia, pero sólo lo hago para que tú también representes tu papel, para que sigas sonriendo y te acerques a mí para besarme y callarme. Ojala el silencio siempre estuviera precedido por tus besos. Pero mírate, ni te has enterado de que he llegado.
La tele está encendida, y una chica sudamericana intenta convencerte de que llames a un número de teléfono para que ganes mucho dinero. Despertarás si apago la tele, así que prefiero dejarla encendida y seguir mirándote. Te preocupas demasiado por mí, siempre te lo digo, madrugas demasiado como para poder esperarme despierto a estas horas. Puede que pienses que me voy a enfadar si te encuentro acostado cuando llegue, pero eso no es verdad. Me hace sentir importante que quieras realizar ese esfuerzo por mí, pero es inútil. Casi me dan ganas de volver a salir y hacer ruido en la cerradura, para que te despiertes y puedas fingir que estabas levantado. Ya te estoy viendo bostezar, intentar abrir los ojos, preguntarte donde estás y luego ponerte en pie de golpe, esperando a que yo entre. Sonrío y me tapo la boca para esconder una carcajada. Cojo mis cosas y voy a la habitación a recoger. Me pongo también el pijama y vuelvo al salón. Sigues en la misma posición. Bostezas y yo creo me que muero de cariño. Dudo. No quiero despertarte, pero no son horas para andarse con estupideces y necesitas descansar en condiciones. Creo que nunca podrás entender cuanto significas para mí. Puede que no te lo diga lo suficiente. Si me ves correr por el metro para llegar antes a casa y que te puedas acostar… Seguramente la gente piensa que no estoy bien de la cabeza. Te quiero tanto. Yo, yo que me reía de nuestros amigos cuando se enamoraban y se iban a vivir juntos. Yo que pensaba que el amor no existía, que solo existía el sexo y los encoñamientos… Hay que ver… Si hace diez años alguien me dice que iba a estar aquí, delante de ti, dudando si despertarte sólo por lo tierna que me parece tu forma de dormir, no lo habría creído. Probablemente ahora no lo crea nadie más que yo. Apago la tele. Te remueves inquieto, pero no llegas a despertarte. Te abrazas a ti mismo y vuelves a relajar el rostro.
Miro el reloj y, por fin, decido que es hora de que nos vayamos a la cama. Me acerco a ti despacio, sin hacer ruido, como si temiese romper un valioso jarrón chino y me inclino ante ti. Pareces reaccionar ante mi cercanía y sonríes. Me gusta pensar que me has olido, siempre dices que lo que más te gusta de mí es como huelo. Quizás por eso me esperas sin acostarte, quizás no puedas dormir a gusto si no me tienes a tu lado. Sonriendo yo también, deposito un suave beso sobre tu frente y te acaricio el pelo.
Abres los ojos despacio, aturdido por la luz de la lámpara y me miras extrañado.
-¿Qué hora es?- Hablas entre sueños.
-Hora de dormir.-
Te quedas un rato dudando, las palabras circulan lentas y pesadas por tu cabeza. Me miras con un ojo cerrado, aún te ofende la luz. Sigues pensando.
-Me he vuelto a dormir- Sonrío. -¿Qué pasa?- Preguntas.
Niego con la cabeza, me acerco a ti y te beso en los labios. Sabes a té helado y a limón.-Te quiero.- Digo antes de besarte de nuevo.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Voy a alegrarme más de mis michelines...


lunes, 16 de noviembre de 2009

Reflejo V

Yo no estaba escuchando las palabras de aquel subsecretario de no sé que ministerio. Realmente no sé si alguien lo hacía. Es curioso como en aquel momento fui consciente de que no estaba atento a lo que debería estar atento. Estaba centrado en recoger cada uno de los detalles de las caras de la gente que tenía alrededor. Para mí, ésa era gente importante, no como el subsecretario. Sé que también estaba diciendo cosas importantes, o al menos las serían para mi hermano, que al fin y al cabo era el que estaba jurando el cargo, pero no para mí. Yo observaba las caras de orgullo y de emoción que había a mi alrededor y me preguntaba qué pensaría la gente de mí si me mirara. Probablemente pensarían que estaba allí por obligación, cosa que no era cierta, o que me interesaba una mierda toda aquella parafernalia para nombrar nuevos policías, cosa que se acercaba más a la realidad. El caso es, que yo no pensaba en esas cosas. Yo sólo pensaba en que a veces merece la pena montar ciertos espectáculos solo por ver la cara de un padre cuando su hijo obtiene un diploma. Es como si mi hermano no hubiera sido policía hasta ese día. Como si los meses que ya llevaba de servicio hubieran sido una especie de mentira. Muchas veces, necesitamos de ciertas ceremonias que confirmen algo que ya deberíamos saber sin necesidad de celebrar ningún acontecimiento. Lo cual, en cierto modo, me da pena. Me dan pena las familias que necesitan que un subsecretario de un ministerio les diga que pueden estar orgullosos de sus hijos.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Que genio...!!!

"No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo."

Oscar Wilde

jueves, 12 de noviembre de 2009

Del machismo al feminismo y te pego por que me toca.

No sé si habéis visto la nueva campaña contra la violencia de género que inunda nuestras calles en España. Si no la habéis visto, es que estais cegatillos, por que está por todas partes.

¿Y qué pasa con la campaña? Pues simplemente que no la encuentro apropiada.

Han pasado de lemas para favorecer la actuación de la víctima en caso de agresión a una campaña agresiva de por sí. El slogan dice: "De todos los hombres que haya en mi vida, ninguno será más que yo"... Señores, esa frase es muy mala. Leanla así, sin contexto, sin una cara conocida detrás y un cartel del ministerio de igualdad debajo. ¿No les suena arrogante? A mi me resulta hasta violenta. ¿Ninguno será más que tú? ¿Ni tus hijos? ¿A qué llamamos más que tú?... no sé no sé... puede dar lugar a equívocos y no me gusta nada, que malas de barrio ya hay muchas y las pobres mujeres que sufren maltrato de verdad no tienen ni el valor ni la oportunidad de andar con tanta chulería.

Y esa es sólo la versión en la que la que aparece es una chica. Si leemos la versión masculina vemos esto: "De las mujeres que haya en mi vida, ninguna será menos que yo" Pero bueno, ¿Esto qué es? Ahora somos todos los hombres malos. Pongan la frase dicha por la mujer en boca de hombre y la del hombre en boca de una mujer. ¿Qué pensarían si oyen a un hombre decir: De todas las mujeres que haya en mi vida, ninguna será más que yo? En seguida salta una lucecita roja en todas las alarmas que indica que nos encontramos ante un caso de machismo. ¿Y qué pasa que dicho al revés no es feminismo? Se tiende a usar la palabra feminismo mal. El feminismo es el antónimo del machismo. Lo que se busca es la igualdad, creo, no la supeditación del hombre a la mujer ni viceversa. Estos anuncios son machistas y si me han irritado a mí, que no soy machista, imaginen como debe sentirse un machista de verdad.

Si la parte de abajo está correcta ("Entre un hombre y una mujer maltrato zero"), no entiendo como han sido capaces de lanzar semejantes slogan, si entre un hombre y una mujer no debe haber maltrato (y aludimos a cualquier tipo de maltrato en cualquier dirección, ya sea hombres a mujeres como al revés), ¿Por qué un hombre no puede decir que ninguna mujer será más que él? ¿Y si una mujer dijera que ningún hombre será menos que ella? La llamaríamos sumisa, la obligaríamos a quitarse el burka y a hacer topless en la playa. Por el bien de las personas maltratadas debemos dejar de ser hipócritas y de lanzarnos los unos a otros los trastos a la cabeza. Eso no es igualdad.

Si además unimos a las declaraciones del agresor de Neila y su mujer en el juicio por supuesto maltrato, me hacen llegar a una conclusión.

Señores del ministerio: Así no ayudan.

martes, 10 de noviembre de 2009

Romance a Homero

Deberes de clase... (para que veáis)

Romance a Homero

Sabes tú Homero de sobra,
Las carreras de mentira
Esas que aunque seas corta
Estudia a veces la gente
Con pechos de silicona
Para salir por la tele
Y luego pasar de moda
De entre todas esas mierdas
Hay Homero una tetona
Que salió con un cantante
Y que dice ser bióloga
Actriz a veces puede ser
Si la ves dudo que comas
Una vez quiso ser seria
Pero solo fue famosa
La pusieron en su sitio
Ahora está callada toda
Ha dejado los posados
¡Ay Homero la tetona!
Si de actriz la pena es mucha
En bikini no mejora
Y es que años tiene todos
Y está posa que te posa
Mejor hablándote no sigo
Dejamos aquí la cosa
Que aburrirte no quisiera
Y su estupidez no es poca

lunes, 9 de noviembre de 2009

La fosa de Nicolás

Los faros del coche alumbraban la noche rasgándola. El cielo parecía un enorme telón negro rajado por la potente luz que desprendía el automóvil. Más allá de la luz, sólo había silencio y oscuridad, la nada.
Era el telón perfecto para el escenario perfecto.
El hombre detuvo su tarea y se secó el sudor de la frente con el codo. Estaba cubierto de suciedad y cansado como no lo había estado nunca. Miró los focos que le alumbraban y esperó a que el polvo se asentara para continuar cavando.
Cogió la pala y la clavó con fuerza en la zona donde la tierra estaba húmeda. Hizo presión poniendo el pie derecho sobre la herramienta y lanzó otra palada de arena fuera del hoyo. Estaba agotado, pero el trabajo le impedía pensar en otra cosa.
Durante quince minutos más, las luces observaron en silencio el trabajo, sin interrumpir, ni juzgar.
Cuando consideró que el agujero era lo suficientemente hondo, tiró la pala cerca del coche, produciendo un ruido que lo sobresaltó hasta a él. Estaba tenso y extenuado por todo lo vivido. –Necesito parar un minuto.- Se dijo mientras salía del hoyo.
Se sacudió las manos y se dirigió a la parte trasera del coche, dónde los focos no vigilaban. Antes de hacer lo que tenía que hacer, se sentó en el suelo apoyando la espalda sobre la rueda trasera. Al hacerlo, levantó un poco de tierra seca, que inhaló sin querer. Se obligó a no toser, merecía morir ahogado. Merecía que su cuerpo se le llenara de suciedad y agonizar en el suelo. Finalmente, sus pulmones decidieron por él y soltó el aire y el polvo con una tos cansada.
Hasta esa noche había tenido veinticinco años y había respondido al nombre de Nicolás Pereda. En ese momento era mucho más viejo y, si le hubieran preguntado, no habría podido saber su identidad.
Como sacado de alguna serie de televisión, Nicolás era un chico atractivo de ojos verdes y pelo liso y castaño. Era alto, de manos y nariz grandes.
Antes de esa noche, cuando sabía sonreír, tenía una sonrisa encantadora. Los labios se le estiraban y por el lado derecho, subían algo más que por el izquierdo, dándole un aspecto de niño malo. Había sido un buen pícaro que se había limitado a representar su papel con descaro y buena suerte.
Se puso en pie, limpiándose el polvo que pudo del traje. Miró por la ventanilla del coche y vio la chaqueta negra tirada en el asiento del copiloto y la corbata colgada del retrovisor. Recordaba haberla puesto ahí, pero no había visto su simbolismo mientras se subía las mangas de la camisa y se abría algunos botones. Se sintió inquieto. Miró hacia todos lados y tragó saliva. Sin poder evitarlo, ni darse cuenta, el hombre que se llamó Nicolás una vez, empezó a sudar. La corbata estaba recortada por la luz que provenía de los faros, por lo que sus formas estaban distorsionadas. Nicolás no veía una corbata, veía una soga colgando del techo, lista para anudarse al cuello de algún desgraciado, para anudarse a su cuello.
Se pasó las manos por la cara y decidió ponerse en marcha. Fue al maletero y lo abrió. Lo que observó allí no era mucho mejor que la visión de la corbata, pero se centró en el trabajo físico. Cogió el pesado fardo y se lo echó sobre el hombro. Cerró de nuevo el maletero y trató de caminar, pero tropezó debido al peso y cayó. El fardo se quedó unos centímetros por delante de él. Se incorporó y observó los rotos en las rodillas y las heridas en las manos. Al parecer, el tejido del traje no era tan resistente como le había asegurado el vendedor. Probablemente no estuviera pensado para cavar zanjas. Abrió y cerró las manos asegurándose de que no le entorpecerían el trabajo y el escozor le recordó a las heridas que se hacía de pequeño, cuando aún era inocente. Inocente. Esa palabra resonó en su cabeza como una piedra contra una campana. Sintió deseos de llorar, pero se mordió con fuerza el labio inferior. –No puedo venirme abajo ahora.- Tenía los ojos inundados, pero se resistió y volvió a su tarea.
Al acercarse al bulto, percibió que éste se había deshecho un poco y que unos pies fríos y sucios salían de él. Tratando de no mirarlos, volvió a coger la carga, esta vez sin caer, y la tiró con furia en el agujero. El fardo se deshizo más con el golpe, pero apartó la vista y miro hacia otro lado. Se acercó hacia el lugar donde había aterrizado la pala y volvió a la fosa. Mirando hacia las dos luces del coche para no ver nada más, comenzó a echar tierra sobre aquellas partes donde el paquete se había deshecho. Se le antojó pensar que los dos haces de luz parecían dos ojos acusadores que alumbraban su falta para mostrársela a todo el mundo, que aquellos pedazos de cristal, cable y energía eran algo más que eso, que no estaban ahí por que él había dejado el coche allí, si no por voluntad propia, para juzgarle y echar culpa sobre sus hombros tal y como él echaba tierra sobre aquel bulto semienterrado.
Desvió la vista hacia el otro lado y descubrió que empezaba a amanecer. Sobre el telón oscuro de aquella escena comenzaba a lucir una fina línea azul que daba forma y volumen a los árboles gigantescos que rodeaban a Nicolás.
Pensó que aún queriéndolo, sería incapaz de regresar a aquel lugar sin perderse. Era incapaz de recordar cuanto tiempo había conducido hasta llegar allí.
Decidió darse prisa y marcharse antes de que la luz más acusadora de todas apareciera. –Me voy a volver loco.- Pensó.

Cuando abrió los ojos, estaba sentado al volante. Era de noche. No recordaba haberse dormido, pero calculó que no habían pasado más de quince minutos ya que aún era de noche. Salió del coche y observó que no quedaba ni rastro de la fosa, había hecho un buen trabajo. Sólo para asegurarse, fue a mirar si había guardado la pala en el maletero. Si lo había hecho, sin duda se había merecido aquel pequeño descanso.
Abrió el maletero y vio la pala, pero al sacarla a la luz, observó que no estaba sucia de tierra. No recordaba haberla limpiado. Encendió la luz del maletero para verla mejor y la dejó caer contra la puerta al ver lo que había dentro. La pala rebotó contra el coche y cayó en el suelo levantando una nube de polvo que ensució los impolutos mocasines de Nicolás.
En el maletero había un gran bulto, enrollado en una manta gris y cerrado con cinta aislante de color negro. Se quedó paralizado. Ni siquiera había oído el ruido de la pala. Sólo podía repetirse a sí mismo que eso no podía estar ocurriendo. Se pasó la lengua por los labios, se le habían quedado secos. Para confirmar sus sospechas, dio la vuelta al fardo, deseando que la maldita nota escrita a mano no estuviese allí. Pero ahí estaba.
Era un post-it cuadrado y amarillo, pegado en el centro de la manta.
Un post-it que no había escrito y que nunca había visto, pero que allí estaba, como la primera vez que había encontrado el paquete. Lo arrancó, lo hizo una bola y se lo guardó en el bolsillo. No necesitaba leerlo para saber que decía: “Hay cosas que no se pueden enterrar”.
Comenzó a reír con unas carcajadas amplias y fuertes, agarrándose con una mano al maletero y abriendo los ojos. Sin parar de reírse, pero con lágrimas de desesperación, se puso a cavar de nuevo.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Galletas!

Hoy os pongo una canción que siempre me hace sonreir.
Me encanta regalaros sonrisas :)

La casa azul - Galletas

Un rayo de sol vuelve a brillar
en mi corazón hay algo mejor
que todo lo que había ayer
ya no hay fotografías
ni grises nubes ni tenues días
llorando en navidad

Hoy vuelvo a pasear por mi ciudad
pisando hojas secas
y merendando galletas .

No sé si sabes
que ya no te quiero
que ni siquiera te echo de menos
y aunque tú creas
que he perdido el tiempo
he construido un gran mundo en un rayo de sol

Lo mejor de todo es que al final
siempre hay una canción
para poder cantar y fabricar mil sueños
que borren los recuerdos y escondan aquellos miedos
que me asustaban

Volverá a nevar por navidad
hoy vuelvo a pasear por mi ciudad
pisando hojas secas
y merendando galletas.



miércoles, 4 de noviembre de 2009

El carrete de hilo blanco

Al girar la llave en la cerradura y ver que no estaba cerrada, supe que ella estaba en casa.
En ese momento dudé. No sabía si decírselo directamente o esperar, darle la oportunidad de que fuera sincera. ¿Tan mal nos iba? Colgué mi gabardina en el perchero de la entrada sin encender la luz. Por debajo de la puerta de la cocina se veía una rendija de claridad, y hasta mí llegó el aroma de la salsa de tomate con orégano que ella estaba preparando. Cantaba una canción de Pedro Guerra que sonaba en la radio. Tan alto, que se la escuchaba por encima del ruido del extractor y de los cacharros. Deduje que no me había oído llegar. Mejor.
Fui al despacho y dejé la cartera allí, sobre una silla. La abrí y saqué de nuevo aquel teléfono que había encontrado en uno de sus cajones. Me senté en la silla contigua y repasé de nuevo cada uno de los mensajes, como había hecho esa mañana cuando ella se había ido al trabajo y yo buscaba un carrete de hilo blanco para coser un botón. Me dije que si ella hubiera querido coser la camisa, no habría encontrado el teléfono y ahora estaría abrazando a mi mujer en la cocina. Estaría siendo engañado, sí, pero sería feliz. Ahora, a la luz de los hechos, no podía hacer la vista gorda. Sin duda ya sabía que tenía el teléfono y consideraría de cobardes que no dijera nada. Seguí leyendo los mensajes una y otra vez, armándome de valor y cargándome de furia suficiente como para enfrentarme a ella. No sabía quien era ese otro tipo, el número no estaba guardado, pero los mensajes eran para ella (su nombre aparecía en algunos) y hablaban de una relación larga.
La cosa iba tan en serio que había sido capaz de comprar otro teléfono sólo para que yo no sospechase nada. Quizás eso quería decir que en el fondo no quería dejarme, que era sólo una tontería de los cuarenta. O no, quizás el nuevo móvil era una especie de símbolo de una nueva vida lejos de mí. Me guardé el teléfono en el bolsillo y salí del despacho. El ruido había acabado en la cocina. Los dos nos cruzamos en el pasillo. No me atreví a mirarla, era una desconocida para mí.
-Tenemos que hablar.- Dijimos a la vez.

-


Me puse a cantar en cuanto escuché la cerradura. Esperaba que él pensase que no le había oído entrar. Fue increíble como a pesar de todo, fui capaz de cocinar y tararear una canción que apenas conocía mientras pensaba en cosas totalmente distintas. Después de toda la tarde buscando, no había encontrado mi teléfono. No creía probable que él hubiera estado rebuscando mis cosas, nunca lo había hecho. Además, el teléfono estaba bien guardado. Tan bien que ni yo lo había encontrado.
Le escuché irse al despacho. No lo consideré una buena señal, siempre venía a saludarme a la cocina nada más entrar.
-Lo ha encontrado.- Pensé. Apagué la radio y me quité la goma con la que me sostenía el pelo. Tarde o temprano tenía que pasar. Yo había sido muy discreta y él muy independiente, pero todo tiene un límite.
Empecé a pensar que quizás había dejado el teléfono a la vista de manera inconsciente para que él lo encontrara, para que me dejara y poder ser libre. Yo sabía que a no ser que pasar algo así, no sería capaz de dejarle.
-Quizás no lo ha encontrado. Puede que lo tengas en el trabajo.- Me dije a mi misma tratando de calmarme. Pero era algo que no funcionaba. No había funcionado en todo el día. Incluso traté de coser el botón de su camisa, para relajarme, pero fui incapaz de encontrar el hilo blanco. No era el día de buscar cosas.
-¿Por qué no sale del despacho? Lo ha encontrado.-
Apagué el extractor y retiré la salsa del fuego. No escuché nada. Al menos, si lo había encontrado, era imposible que supiera que el otro hombre era su hermano. Había sido muy cuidadosa con eso. Suspiré y tomé una determinación. Quizás no lo había encontrado, pero tarde o temprano lo haría. Era mejor que se lo dijera yo, que se enterara por mí. Se sentiría mucho menos traicionado. Salí al pasillo a la vez que él salía del despacho. La vergüenza me impidió mirarle.
-Tenemos que hablar.- Dijimos a la vez.

martes, 3 de noviembre de 2009

Cada cual pasea lo que quiere


lunes, 2 de noviembre de 2009

Reflejo IV

A mi modo de ver, la vida tiene efectos mucho más artísticos que cualquier película o fotografía. Con una mirada pausada, podemos ver aquello que el arte se empeña en imitar, pero que nunca conseguirá. Por pura casualidad, el libro se había quedado abierto bajo la brillante luz de la lámpara de mesa, dejando el resto de la habitación a oscuras. Cuando entré, me sentí inquieto, atacado por aquella visión que estaba seguro que sólo yo podía apreciar y que no conseguiría reproducir jamás. Ni aunque hubiera tenido una cámara fotográfica en mis manos. El haz de luz enfocaba perfectamente las hojas del libro, que caían cansadas unas sobre otras y que hacían de aquella imagen una metáfora exquisita. Dentro de la luz, una historia, fuera de la luz, nada. Había dejado el libro así por casualidad, con toda naturalidad. Con toda la naturalidad que el arte nunca llegaría a conseguir. La luz era un punto de vista, que hacía real una historia y que dejaba otras en la oscuridad. ¿Cuántas historias permanecían en la oscuridad a la espera de un foco que las iluminara? Gracias a esa casualidad, yo disfrutaba de aquella sensación que me llenó de orgullo al ser capaz de percibir esos detalles. Me senté en el brazo del sillón y permanecí durante varios minutos quieto, sin atreverme a romper el equilibrio de la perfección que la casualidad había creado.