lunes, 9 de junio de 2008

(I) Juan Ruíz

Una vez conocí un hombre que se sentaba cada mañana a ver pasar el día en una ventana de la calle Marqués Prieto. Yo nunca hablé con él. Pero le conocía, y él me conocía a mi.
Las mañanas en las que yo no pasaba por la calle, sé que me echaba de menos, y las mañanas que yo pasaba y no le veía, me daban ganas de darme la vuelta o de preguntar en el portal si el señor se encontraba bien.
Nunca crucé una palabra con él.

Juan Ruiz se llamaba, y con ese nombre murió el día de mi cumpleaños de hace dos veranos. Lo más cerca que estuve de él fue cuando me crucé con el féretro que salía del portal de la calle Marqués Prieto donde había vivido Juan.
Por aquel entonces, yo no sabía que aquella caja marrón de pino lacado se llevaba a mi amigo de la ventana.

Al día siguiente, yo pasaba por la calle Marqués Prieto mirando, como siempre, a la tercera ventana del primer piso, cuando un hombre se acercó a mi lado.
Era un hombre anciano vestido con un guardapolvo azul. Le reconocí al instante. Era el conserje del portal de Juan.
-Buenos días caballero.- Me dijo. Yo detuve mi marcha y le miré mientras de reojo seguía observando las ventanas del primer piso por si detectaba algún movimiento en las cortinas blancas de mi amigo. – ¿Conocía usted a Juan Ruiz?-
-¿Cómo dice?-
-Si Juan Ruiz, el señor que vivía en el primero B, el que falleció ayer.-
Volví a mirar la ventana de mi amigo y supe en seguida que jamás volvería a verle.
-No será el señor que salía todas las mañanas a aquella ventana.- Dije señalando la ventana de Juan con el deseo de verle aparecer en cualquier momento.
-¿La tercera por la izquierda? Si, era su ventana.- Hizo una pausa en la que yo me limité a bajar el brazo. Quizás fue una señal de derrota o de abatimiento. Mi amigo había fallecido y yo no sabía como tenía que sentirme. -¿Le conocía?-
-Podría decirse que si.- Volví a mirar a los ojos de aquel hombre. No me había fijado en lo cansado que parecía. Tenía bolsas en los ojos, unos ojos grises que en otra época fueron azules y miraba con cara de lástima.
-Bien, él dejó una carta para usted dentro de su testamento, pero me temo que no podrá leerla hasta que el abogado reparta los bienes. La carta se encuentra entre las pertenencias que me legó a mí. Puede que ente los objetos también haya alguno para usted.-
-¿Esta seguro qué son para mi?-
El hombre sonrió.
-Completamente. Conocí a Juan desde que nació prácticamente. Mi padre ya trabajó para esta comunidad y él nació en esas paredes. En las mismas que murió.-
-Ya veo.- Dije poco convencido, pero seguía dudando de sus palabras. – ¿Está completamente seguro de que es para mi?-
-Si. Venga mañana por la mañana y golpeé la puerta de la entrada, creo que ya podré darle sus objetos.-
-Vengo todas las mañanas.-
-Lo sé.- Entre los dos se formó un silencio y de pronto su rostro se volvió pétreo, impracticable e indescifrable. –Tenga un buen día caballero.-
-Lope, me llamo Lope.- Dije torpemente cuando el conserje se había metido ya en la casa.

6 comentarios:

Unknown dijo...

joo pobre hombreee...k penita m ha daoo, pero sigue escribiendo YAAA, q djarlo asi no es bonitoo..asik ya sabes.. bsotee!!

A. dijo...

Hola, yo también cometo la indiscreción de pasarme por tu blog. ¡Lo cierto es que ya quiero saber más de toda esta historia que comienzas!
Por cierto, siempre que quieras podrás venir a tomar vino. Por mi parte me autoinvito a volver por aquí.
Un saludo.

Un pedacito de mí dijo...

JEJE. Alejandro, Alejandro...
¡qué historias nos cuentas!
¡termínala! :)

Carli

iketius@hotmail.com dijo...

Me llamo Lope. Esca Lope.
xD
Eso, eso, termínala!

Un pedacito de mí dijo...

jajaja, ¿qué os pasa? escalope dice xD

J. Jiménez Gálvez dijo...

Escribe ya la segunda parte, hombre. Estamos ansiosos.