domingo, 6 de abril de 2008

Escalofríos

Sentí un escalofrío. Era como una de esas películas de terror americanas en las que sin motivo ni razón, el protagonista se queda solo en su casa a oscuras y las puertas y ventanas comienzan a hacer ruidos.
Me gustaba esa sensación de soledad, pero no me gustaba la oscuridad. Avancé despacio hacia la ventana, la luz de la farola alumbraba levemente el cuarto y poco a poco fui introduciendo primero un pie, luego el otro en la proyección de luz que se colaba por la ventana y se desbordaba sobre la alfombra. La ventana era baja, a pesar de que estaba en frente de ella, mi cabeza seguía en la oscuridad ya que la luz provenía de arriba. Toque con la punta de mis dedos el cristal frío y sentí otro escalofrío. Sonreí.
Creo que era la primera vez que sonreía en bastantes meses, puede que incluso me doliera hacerlo. Miré a través del cristal tratando de saber si el mundo seguía igual, si la gente no se había parado desde que me aislé. Una farola, una hilera de coches aparcados, pero nadie por la calle. Me giré de golpe, ahora realmente si que había oído un ruido. O al menos me hubiera gustado oírlo. Eso significaría que no estoy solo, que sigo sintiendo...
Pero no había nadie. Ni nadie ni nada que recordar en esa casa vacía.
Me arrastré hasta el sillón de cuero negro que siempre colocábamos delante de la ventana para ver llover y me dejé caer. No sé si fue el tacto del cuero, el olor amargo y suave de la piel o la luz mortecina, pero en mi mente se formó la imagen perfecta de tu cuerpo. ¿Cómo es posible que recuerde tantos detalles después de tanto tiempo? Acaricié suavemente los brazos del sillón y giré mi cabeza para aspirar el aroma de aquel tejido más intensamente. Creo que suspiré, aunque tal vez fuera un gemido o simplemente un ruido de mi alma.
Las paredes estaban vacías, aunque no hubiese podido ver tus cuadros con esta luz o los posters que me hiciste comprar el último verano. Ya no hay nada. En ese momento me sentí abrumado y agobiado por la casa, me acosaba y me hacía sentir pequeño. Me descalcé y subí los pies en el butacón para hacerme un ovillo. Otro escalofrío me recorrió la espalda y erizó los pelos de mi nuca. Era como si de repente hiciera mucho frío y yo estuviera solo para siempre.
No me gusta reconocerlo, pero sé que estuve llorando. Podría decir que unos minutos, que solo fue un par de lágrimas, pero mentiría. Estuve llorando toda la noche, estuve llorando hasta que me quede dormido y juraría, que al despertar seguía llorando, aunque no puedo estar seguro. Al despertar y comprender donde estaba solo quería morirme.
Si hoy alguien me preguntara por que te fuiste no sabría muy bien que decirle. Aunque dudo que nadie vuelva a hablar conmigo jamás. Solo sé que sigo solo y que ya no hablo en voz alta, que no como, que no duermo y que nunca enciendo las luces a pesar de que me da miedo la oscuridad.
Aun recuerdo, y creo que esa noche algo recordé también sobre el tema, las noches en que me abrazaba a ti con fuerza, como si ese hecho me librase de todos los males. Me daba igual de noche que de día, vestido que desnudo. Era invencible a tu lado. Pero ahora ya me vuelvo a sentir inseguro sin tus abrazos. La oscuridad vuelve a atormentarme, pero tampoco puedo encender la luz, entonces puedo ver mis brazos, mis piernas, esos miembros que solo servían para acariciarte y para notar tu cuerpo junto al mío. Y siento que son inútiles, que ojalá se cayeran y se pudrieran, que ojalá lo último que hubieran tocado fueran tus manos. Y quiero morirme de nuevo.
Por eso no enciendo las luces, por eso no hago nada. Por que me da miedo ver la realidad, darme cuenta de que no estás, de que no vas a volver y que entonces me entre el valor de quitarme la vida... y acabar con esto.

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