jueves, 24 de abril de 2008

Acto Quinto: Aida entra en escena.

Cerré la puerta en silencio, sin hacer ni un solo ruido y me quedé en medio del recibidor callado. Estaba esperando a que mis ojos se acotumbraran a la oscuridad. Puder percibir poco a poco la luz de las farolas entrando por las ventanas del salón y, al fondo, la luz del descansillo de las escaleras. A mi derecha había un paraguero y un perchero. Sobre este último descansaban dos prendas de abrigo de colores oscuros. A mi izquierda, un pasillo corto daba al gran salón, que tenía todas las persianas subidas. En frente de mi estaba la gran escalera de mármol. Me estremecí al verla. Era tal y como la recordaba. Parecía un gran río blanco que se desbordaba al llegar hasta donde yo estaba, como la cola de un vestido de noche. Y el pasamanos, no pude reprimir el deseo de acercarme y acariciar aquella madera de ébano tan bien tallada. Yo había conocido al carpintero que había tallado aquella obra de arte. Había tocado sus manos y sus manos me habían tocado a mi. Al acariciar la madera me dio la impresión de estar de nuevo junto a él. De alguna manera aun estaba junto a él, siempre me quedaría su obra. Una tarde de verano vino a mi memoria de repente, ansiosa, y recordé el olor de la carpintería, un olor a madera, a hierro, a serrín y a sudor, el olor de aquel chico, de aquel aprendiz de carpintero que habría de ser mío durante tantos años...

Un ruido me sacó de mis ensoñaciones y me giré hacia el corto pasillo. Al final del mismo, en la puerta del salón había parada una mujer con el pelo cano. La reconocí al instante y ella a mi también. No estaba asustada, sabía que algún día volvería. Sonrió al verme y se acercó despacio. Llevaba un gran camisón de color blanco y el pelo revuelto. Llevaba una amplia melena que le caía hasta la cintura de manera despeinada. Se notaba que acababa de levantarse. Yo había visto crecer a es amujer dentro de la casa. Y a su madre, y a su abuela...
-Maestro.- Dijo sonriendo cuando llegó a mi lado. -Mi mamá tenía razón, usted volvería.-
Sonreí agradecido y la estreché entre mis brazos. Pude notar su cuerpo flácido y deteriorado por los años bajo mi abrazo. La separé de mi y le di un clauros beso en la mejilla. Tenía los ojos azules, pero prácticamente nublados por una neblina gris.
-Ella siempre decía: "El Maestro nunca está, pero siempre vigila. El Maestro siempre es el mismo, pero ninguna de nosotras le vio nacer. Nunca verás morir al Maestro. Nadie en la casa debe saber que el Maestro es el dueño de todo". Pensé que se había equivocado. Pensé que había muerto.-
-Y sin embargo has salido esta noche a recibirme.- No quise evitar que me cogiera las manos. Me gstaba su tacto áspero. Eran las manos de una mujer trabajadora.
-Mi madre y mi abuela vinieron a verme en sueños y me dijeron: "Aida, despierta, el Maestro ha vuelto, prepara café y saca el juego de tazas del aparador".- Señaló con un brazo el salón y pude distinguir una bandeja sobre la gran mesa de caoba.
Volví a sonreír y estreché de nuevo entre mis brazos a aquella mujer. Me alegraba tanto de estar de vuelta que casi se me olvida el propósito de mi visita.
-¿Quiere el Maestro estar a solas?- Preguntó con la decencia que preguntan los criados que han sido criados a la antigua.
-No Aida, quiero tomar café contigo en el porche y que me cuentes como es tu vida. Pero ahora no puedo. Necesito que no hagas ruido. Te acompañaré a la cocina y prepararás el desayuno para todos. Va a ser una noche muy larga.-
-Claro que si Maestro. Mi madre también me lo dijo.- Sin dejar de sonreír, la anciana se giró sobre sus talones y enfiló por el pasillo hasta el salón. Después pasamos de largo de aquella estancia, donde recogió el juego de café que había depositado sobre la mesa y continuó sin dejarme apreciar los tapices, cuadros y alfombras que decoraban la estancia a la cocina.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me he perdido...

Anónimo dijo...

segui... :)
den