viernes, 16 de mayo de 2008

Acto Sexto: Aida sale de escena.

La cocina era una gran sala que conectaba con el salón, el jardín trasero y unas escaleras secundarias que sbían hasta el segundo piso.

Los muebles eran nuevos, no habían conservado la alacena que mandé traer desde Francia, ni la cocina de gas junto a la que me sentaba las tardes de invierno a tomar chocolate caliente con la abuela de Aida.

Según entré en el cuarto me fijé en la mesa redonda que había en el centro. Aida había depositado ahí la bandeja con la taza de café y la cafetera. En medio e la mesa había un jarrón cuajdo de flores. Incluso percibí un suave aroma a hierbabuena. En esa casa siempre había habido hierbabuena.

Recordé una imagen de hacía muchos años. Yo y una mujer, los dos jóvenes tumbados en el jardín viendo las estrellas... Y el olor a hierbabuena...


Aida era eficaz como solo podía serlo la hija de Amanda. Sin decir una palabra se había hecho un apesurado moño con su larga melena y había comenzado a sacar, en completo silencio, tazas, platos, cubiertos, bollos, agua y mil enseres más para después depositarlos sobre una bandeja de madera para llevarlos al salón.

De vez en cuando me miraba y sonreía. Yo no podía evitar sonreirla también.

Los muebles eran de madera al estilo rústico, con un color apagado. Me gustó la iluminación, no se trataba de luz fluorescente, sino de pequeñas bombillas repartidas por toda la estancia. Parecía la cocina de un decorado de televisión y eso me gustó.

Me acerqué a la mesa y me senté en una de las sillas. Cogí un ramito de hierbabuena y me lo llevé a la nariz mientras inspeccionba la estancia.

Frente a mi estaba la puerta del jardín, una puerta delgada de madera pintada en blanco. Era la misma puerta que yo recordaba. A la derecha de la puerta había un gran armario lleno de tazas y platos. A la izquierda comenzaba una gran encimera de mármol que se cortaba en el lugar donde estaba colocado el frigorífico. Era una gran mole blanca con dos puertas al estilo americano. Después de él, la encimera seguía hasta llegar a la esquina, done hacía un recodo que continuaba hasta la siguiente esquina y después hasta la puerta que daba al salón. Sobre la encimera había repartidos todo tipos de artilugios, desde batidoras a cafeteras pasando por jarras, tostadoras y cajas o botes con todo tipo de alimentos. Aida sabía, con precisión matemática, donde se encontraba cada cosa de la cocina en cada momento.

Entre la puerta del salón y la de las escaleras había un carrito de metal donde probablemente Aida servía las comidas. Sobre él había una gran sopera con un cazo de metal. Era una pieza también de porcelana fina, como todo en aquella cocina. Tras la puerta de las escaleras, cmenzaba de nuevo la encimera, que llgaba hasta una gran cocina y un horno eléctrico, sustituto del hono de leña que yo mismo mandé colocar al levantar la casa.

Las paredes estaban alicatadas on unas baldosas blancas con una banda azul que representaba una orla de flores. En algunas zonas había paños colgados, o un reloj, pero por lo demás las paredes estaban desnudas, como a mi me gustaba en una cocina. Bajo l encimera solía haber pequeños armarios, salvo en las zonas donde había colocado algún radiador. Sobre mi cabeza había un gran ventilador de madera con las aspas metalizadas que en ese momento estaba detenido.

Dejé la ramita de hierbabuena en la mesa al tiempo que Aida se acercaba a mi sonriendo.

-Cuando usted guste maestro.-

-Vete colocando la mesa Aida, yo tengo que ir a ver la casa antes de despertarles a todos.-

Con un gesto de la cabeza, la mujer cogió la gran bandeja de madera llena de trastos y salió de la cocina. Haciendo un gran esfuerzo, dejé de recorrer la estancia con la mirada y me dirigí a las escaleras que daban al piso superior.

1 comentario:

Anónimo dijo...

alaaa...aun sigo perdida...jop :(