lunes, 19 de octubre de 2009

Reflejo III

La noche había caído sobre nosotros sin que nos diéramos cuenta mientras permanecíamos dentro de aquella cafetería en la Vía Complutense. Alcalá de Henares era un pequeño hervidero de gente emocionada y curiosa. Poco a poco nos abrimos paso, sin darnos mucha prisa, entre la maraña de personas que nos separaban del casco histórico de la ciudad cervantina. El Mercado Medieval comenzaba aquella misma tarde y parecía que había poca gente dispuesta a perdérselo. Sin prestar mucha atención a los puestos, llegamos sin proponérnoslo a la fachada de la antigua Universidad Complutense. ¿Cuántas veces había visitado ya ese monumento? ¿Cuántas noches lo había visto así, imponente, iluminado, vigilante? Quizás fuera la música medieval que sonaba de fondo, o el olor de los hornos caseros que estaban repartidos por toda la explanada, pero aquella fachada me parecía más real que nunca. No me había parado a pensar así nunca en la artesanía, en la necesidad de que cada pieza que componía aquella mole de piedra, estuviera hecha de una manera especial e irrepetible. Estoy casi seguro de que retrocedimos en el tiempo envueltos en aquella sensación atemporal que daban las recreaciones. Pude ver, sin esforzarme, el trabajo manual de todos los que habían participado en la construcción del edificio, pude ver la universidad cisneriana en todo su esplendor. Pude verla una vez más, y lo que es más importante, pude verla, por primera vez.

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