
Pero no tengo ganas. (Ni ganas, ni estilo, ni métrica, ni maestría).
Solo tengo ganas de cerrar los ojos y gozar con esa sencillez que me hace sentir la tristeza.
Si amigos, aquí al mentiroso le gusta sentirse triste porque le hace bajar de su pedestal. La tristeza, como el miedo, tienen el don de igualar a las personas y decirte: “No eres tanto como crees”.
Y eso me alivia. Los que me conocen saben que una parte de mi tiene el ego por las nubes, demasiado alto, pero se justifica diciendo que es un escudo contra las agresiones, las que de verdad duelen a esa parte más solitaria y sensible de mi ser. Las dos personalidades se complementan bien.
Sin embargo hay días, como hoy, en los que la parte egocéntrica abre la puerta de mi corazón y se sienta en la cama junto a la parte débil, la mira con tristeza y le acaricia el pelo. Días en los que ese ego dice: “Necesito que me defiendas tú, hoy no tengo fuerzas para reírme de mi mismo... hoy estoy triste.”
¿Y quién defiende a mi defensor?
A veces tengo a alguien que suple esa defensa, algún hombro amigo en el que mi ego se va a apoyar las noches que me pongo “nerudiano”. Pero ¿y las noches en las que no?
Esas noches me siento como todos. Esa noche no soy más “Dios”, me hago más mortal, me siento débil, sensible, afectado por miradas, roces, palabras, sonidos y películas. Me siento más sencillo, más humilde... más humano. Y eso me gusta... hasta cierto punto. La sencillez se cuelga de la mano de la tristeza y juntas le dicen a mi guardián (ese ego tan grande que apenas cabe por la puerta cuando hago acto de presencia en una habitación): “Eh tú, ¿Ves como te duele también si te tiro una piedra? Aprende a ser más humilde. Mira la sensibilidad, tirada en un camastro de paja, curando sus heridas. Ella sabe que está enferma y no trata de ocultarlo, tú la ocultas a los demás, tú no la dejas tomar el sol, ni el aire que tanta falta le hacen. Tú estás haciendo que tarde tanto en curarse.” Y mi guardián se deshincha como un globo que se escapa de los labios... Se deshincha y deja caer su espada y su escudo. Se deshincha y ya cabe por la puerta donde duerme la sensibilidad, ya puede entrar y llorar, ya puede sentirse débil, humilde y sencillo. Ya puede pedirme protección...
Esas noches no me queda más remedio que hacer un hueco en mi cama para mi sensibilidad y mi egocentrismo. Colocarme en el medio de ellos y abrazarles bien fuerte mientras duermen. Quizás así la tristeza se vaya, quizás así mi ego vuelva a coger su escudo y su espada y defienda con fuerza la puerta que guarda mi sensibilidad, aun convaleciente de su última enfermedad, quizás así haya entrado algo de aire nuevo para las heridas de la enferma, quizás así no vuelva a estar triste otra noche, quizás así no escriba versos tristes nunca más...
...quizás así desaparezcas de mis sueños para siempre...