lunes, 3 de marzo de 2008

Acto dos: La luz entra en escena, yo salgo de escena.


Me pregunté como se me vería desde la ventana. A pesar de que sabía que no había nadie, me gustaría que hubiese alguien observándome y poder colarme en su mente para verme a mi mismo. ¿Qué vería? Desde luego algo muy diferente de la imagen que guardaba en mi cabeza. Iba bien vestido, pero hay heridas que no se pueden tapar con ropa y no pueden cicatrizar.

Me miré las manos, con las uñas pulcramente arregladas. ¿Qué verían de mi los demás?
Llevaba puesto un traje azul marino que me sentaba de muerte y una camisa de seda violeta con una corbata morada anudada al cuello. Parecía mentira, pero no tenía calor a pesar de que estábamos acercándonos a julio.

Mi chaqueta estaba abotonada solo en dos botones, me pareció que era lo idóneo en estos tiempos. Los botones eran negros y grandes. Hacían juego con los brillantes mocasines que vestía. Me encantaba ir bien vestido, la gente se giraba al verme pasar. ¿Pero qué verían? Debía resolver esa duda cuanto antes, pararía al próximo ser que se encontrase por la calle y se lo preguntaría. Pero antes debía entrar en la casa.

Como ya he indicado todas las ventanas estaban cerradas. Los alfeizares estaban construidos en granito, pero tenían una placa de mármol blanco encima. Todo en la casa tenía una capa de mármol de algún color. Blanco para las ventanas y el baño, rosa para el suelo y negro para la cocina. Me encantaba el mármol. Me gustaba la sensación que provoca caminar descalzo sobre él en las noches de verano. Puede que lo hiciera esta noche. Puede que me descalzase para subir las escaleras y estremecerme de gozo cuando mis pies hicieran contacto con el escalón. ¿Quién sabe? Había muchas cosas que debía hacer esa noche.

La fachada de la casa estaba pintada de blanco, no podía ser de otra manera. Me alegraba mucho pensar que hoy en día eran pocas las casas cuya fachada no fuera de ladrillo. Miento, no me alegraba eso, me alegraba el hecho de que ésta casa fuera una de las que se salieran de la norma. Si el resto de casas hubieran estado pintadas de blanco me alegraría que ésta fuera de ladrillo. Miré la casa una vez más y sonreí. ¿Cómo podía gustarme tanto una vivienda? Adoraba todos sus detalles, construidos paso por paso con exquisita selección. Amaba profundamente a los seres que vivían en aquella casa. Y les iba a ver por primera vez en mucho tiempo. Eso si llegaba a atreverme a entrar.

Un ruido en el jardín desvió mi atención hacia la hierba. De pronto, unos cuantos aspersores saltaron a la vez, empapando el jardín entero. Recordaba cuando Rufo, el perro de la familia aun vivía. Solía dormir en el porche consciente de que el jardín estallaba en lluvia cada noche. Aunque alguna que otra vez se pegó un buen susto y acabó empapado. Se trataba de un pequeño perro de color canela. Su raza nunca se ha sabido con certeza. Fue uno de esos perros que encontraba vagando por la calle y llevaba a casa. Era una lástima que hubiera muerto. Me habría gustado llorar por él, aunque no lo hice. Preferiría haber llorado por él que por algunas personas por las que lloré. La gente a veces puede ser muy hipócrita.
Una luz se encendió en una ventana del piso de arriba. De la ventana que había sido mi cuarto. Rápidamente me escondí tras la penumbra de la farola y observé como se abría la ventana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

te estoy viendo...bonita corbata si si...