En el cuello llevaba un pequeño colgante dorado con un gran zafiro. Se acarició el colgante y me percaté de que llevaba las uñas pintadas también en rojo. Nunca me había fijado en ese detalle cuando encontré el cadáver y lo limpié. De haberlo sabido le habría arrancado las uñas y las habría tirado al mar, lejos del cuerpo. Odiaba sus manos y sus uñas. Odiaba el tacto que tenían cuando me acariciaba la espalda. Mi cuerpo decía: Peligro. Ojalá se las hubiera arrancado antes de enterrar el cadáver.
Desde aquella noche eran muchas las noches en que la veía y yo sabía porque era, yo sabía porque venía y que había venido a hacer aquella noche a esa casa.
La odié por todo eso. Odié a ese monstruo tanto como la había amado a ella cuando estaba viva. Se separó unos pasos de mi y contempló la casa.
-¿Qué has venido a hacer aquí?- Pregunté con timidez. Mi voz sonó irreal en aquel silencio. Me había acostumbrado a pensar y a oír el ruido del ambiente amando cada silencio. Mi voz me sonó profana, no era la voz bella y grave que tanto le gustaba a ella cuando estaba viva.
El espectro se giró. Nada en aquel cuerpo hacía pensar que no estaba viva. Pero estaba muerta. Yo había arrojado su cuerpo inerte a la fosa de aquel cementerio y lo había cubierto con tierra. Aquella mujer estaba muerta y solo yo podía verla.
-He venido a matarlos.-
-Tú no puedes hacer eso.- Contesté de pronto. Casi instantáneamente, como si ya supiese de antemano lo que tenía que decir. Estaba aterrado, sabía que si podía hacerlo. Ella lo había descubierto hacía poco y quería ponerse a prueba. Había tratado en vano hacerme sufrir y conseguir que me suicidara, pero no había dado resultado. Aquella noche pensaba acabar con lo que yo más amaba si no podía acabar conmigo.
Por eso había venido a la casa esa noche. Sabía que la encontraría allí.
Ella sonrió.
-Sabes que no te dejaré hacerlo.- Contesté más seguro de mi mismo.
-Tienes una hora para poner fin a tu vida. Sino, mataré a los habitantes de tu querida casa uno a uno y después la derribaré.-

Se acercó lentamente y me besó de nuevo en los labios. Me repugnaba aquel ser, pero no pude evitar besarla, no pude evitar percibir un cosquilleo en los labios cuando sentí su esencia incorpórea sobre mi. Luego vino el frío y cuando abrí los ojos, ella ya no estaba allí.
Miré mi reloj de pulsera, marcaba las cuatro menos diez de la noche. Me lo quité de la mano y lo tiré al suelo con furia. Tenía una hora para salvar mi vida y la vida de mi familia.
Sin detenerme más, abrí la verja y crucé por el camino de piedra que separaba la calle de la entrada del porche. Los aspersores aun seguían sonando cerca de mi, pero ninguno rozó mis caras prendas de vestir. Me paré frente a la puerta de entrada. Era una puerta blanca y gruesa de seguridad. Una puerta blindada. Pensé en llamar al timbre, pero no hizo falta, saqué de mi bolsillo una llave y abrí la puerta.
1 comentario:
que mala malisima...
yo le hubiera arrancado otra cosa..pero mejor me lo guardo para mi..no quiero que este blog se convierta sangriento...jajaajja
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