miércoles, 23 de enero de 2008

Marcos



Hacía ya diez minutos que no llovía. Las calles estaban empapadas, veladas con la ligera capa de humedad que había dejado la tormenta. Una pareja se apretaba bajo el cobijo de un paraguas y caminaban a paso rápido sin saber, o sin querer saber, que ya no llovía. Marcos se arrugó aun más bajo su sucia gabardina marrón, apuró el cigarrillo y lo tiró al suelo con indiferencia mientras observaba la pareja desaparecer en la esquina. El agua resbalaba perezosa por el adoquinado hacia el final de la calle del Reloj en Madrid.
Los edificios parecían deseosos de besarse unos con otros y estiraban sus manos en forma de farolas intentando tocarse. -Tan solo son piedras grises.- Se repitió Marcos sin mucha convicción recordando una frase de algún amigo que había arrancado de su memoria mientras observaba el cielo. No le gustaba Madrid, ni su gente, ni su humo, pero no podía vivir sin ella. Introdujo su mano en el bolsillo derecho y sacó de ella una cajetilla aplastada de Ducados y encendió un cigarrillo con los ojos entrecerrados, como hacían los vaqueros en las buenas películas. Sonó algún reloj en algún lugar y dio siete campanadas. -Media hora tarde, no está mal.- Introdujo sus manos en el bolsillo y se dejó caer contra una de las viejas paredes de la estrecha calle. Se volvió a incorporar y subió el cuello de su gabardina protegiéndose del frío que comenzaba a entumecerlo. Dejó que el cigarro se consumiera en sus labios mientras el humo le distraía haciendo divertidas figuras. Nadie sabía cuantos años tenía, solía decir que ni el mismo lo sabía y que debía rondar los cuarenta y pico. Otros, más optimistas no le aventuraban más de treinta años, pero en realidad era cierto, ni él mismo sabía cuantos años tenía. Unas cuantas canas vetaban su pelo y dos o tres patas de gallo remendaban su rostro, casi siempre mal afeitado. Cuando apagó su cuarto cigarro dirigió sus ojos verdes al final de la calle y después se contempló en un charco que tenía delante. Unos ojos tristes le devolvieron la mirada desde el fondo del agua, ojos verdes, gastados y semicerrados. No se gustó demasiado y se pisó el rostro con expresión enfadada. Sacó de nuevo el paquete de tabaco y lo arrojó con furia contra la pared de enfrente. Una anciana comenzó a cruzar la calle lentamente precedida de una especie de rata inquieta a la que hacía llamar Nancy. Marcos se apoyó en la pared mientras dejaba que la señora apretara el bolso bajo su abrigo de piel y acelerara el paso. Toda su vida había odiado a todo el mundo, culpables directos o indirectos de su situación actual, según decía. El mundo era para el poco más que el lugar en el que Dios decidió encarcelar a Madrid. Siempre pensaba que la gente no merecía la ciudad, que sus habitantes eran un castigo para la misma y que él debía ser el peor de todos. Por eso no podía separarse de ese maldito lugar, por eso lo absorbía y le quitaba la vida. Volvieron a sonar las campanas, las 7 y 30.
-Otra vez....-Pensó. Sonrío abatido, derrotado. Echo a andar, meditabundo, hundiendo su cabeza en la gabardina y sintiendo el calor interior en la barbilla. En la calle siguiente torció a la derecha e ignoró a la pareja de antes que proseguían su paseo, esta vez más despacito y con las manos, dentro de un portal. Poco a poco llegó sin proponérselo al Palacio Real y allí giró de nuevo a la derecha, encontró su calle tal y como la había dejado cuando se marchó, mojada y vacía. -Como todas las calles de la ciudad... al menos para mí.- En el fondo Madrid y él se querían y se odiaban, se sentía como un bailarín de tango, a veces cruel, a veces perverso, seductor, dulce, desgarrador, y Madrid bailaba con él. Madrid, una ciudad con nombre de hombre y con mente de mujer. Abrió la puerta de su portal como hacía cada viernes cuando volvía de su cita ausente en la calle del reloj. Cuando volvía derrotado e incansable a esperar en su piso a que llegase el viernes siguiente a la misma hora, cuando la ilusión le hacía salir a la calle y esperar allí durante horas hasta que ella volviese, hasta que se arrepintiese de haberse ido y poder retomar su juventud donde la dejó hace 25 años, cuando ella se fue y le prometió volver un viernes a las 6 y 30 en la calle del Reloj.

2 comentarios:

Lázaro dijo...

...marcos se ha marchado para no volver...el tren de la mañana llega ya sin él...es como un corazón con alma de metal....en esta niebla gris que envuelve la cuidad...

...aisss...

...a ver si se va y no vuelve...

Anónimo dijo...

que malas somos las mujeres eh...no mandarle ni un sms ni nada para avisarle de que no va a ir...que estamos en la era de la comunicacion por dios bendito!!!