jueves, 21 de enero de 2010

Tercera parte

Se despertó a las ocho, como todos los días, y esperó a que llegaran los técnicos del traje invisible. Intentó desayunar algo, pero no tenía nada en la nevera y el único cartón de leche que quedaba estaba caducado. Dio de comer de nuevo a la gata y se arregló decentemente después de darse una ducha. Pensó que después de aquel día, no tendría que preocuparse nunca más por su aspecto, ni por la ropa que llevaba. No era un hombre feo, ni mucho menos, sus padres habían sido los dos bastante agraciados y él había heredado la altura de su padre y los rasgos suaves de su madre. Tenía el pelo castaño peinado a raya, casi siempre más largo de lo que le gustaría y los ojos almendrados. Estaba terminando de secar los cristales de las gafas cuando llamaron al timbre.

Casi se tropieza al salir del baño, pero alcanzó la puerta en un segundo. Al abrirla, se encontró con dos hombres vestidos con monos azules y una caja enorme de forma rectangular.

-¿Es usted Gonzalo Díez?- Preguntó el más mayor de los dos.

-Sí, soy yo.-

-Bien, si es tan amable de dejarnos pasar la mercancía… Somos de “La compra desde casa”.-

-Sí como no, ya lo suponía. Pasen por favor, pongan la caja aquí en el pasillo, en la cocina no hay mucho espacio.-

Depositaron la caja donde les había indicado Gonzalo. Supuso que era muy pesada por la cara de esfuerzo de los dos operarios.

-Muy bien.- Dijo el mayor mientras el más joven se limpiaba el sudor de la frente con la manga. – Si puede echarme una firmita aquí.-

-Pero oiga, yo no sé que es esto.- Dijo Gonzalo apartando la mano del bolígrafo que le tendían.

-A mi no me mire, yo soy un mandado. Según tengo entendido es la segunda parte de su artículo, no venía en el pedido pero la casa lo envía igual. Son normas.-

Gonzalo firmó donde le indicaban con un poco de reticencia.

-Pues aquí tiene. Muchas gracias.- Dijo entregándole un sobre.

Después, los dos hombres se marcharon, dejándole a solas con la enorme caja y sin atreverse a abrirla.

Decidió leer primero la carta. Se sentó en el suelo y la abrió:

“Estimado señor Gonzalo Díez, acaba de recibir usted la identidad de su traje invisible. Sabemos que en el catálogo no figuraba la recepción de dicho artículo, pero la incluiremos en posteriores entregas. La razón de este envío es la normativa legal que nos impide vender trajes invisibles a personas físicas sin declarar su situación espacial constante. Por ello, la policía requiere que todas las personas que adquieran un traje especial deban adquirir una identidad para dicho traje que les sirva para relacionarse con otras personas y para poder ser intervenidos en caso de que dicha persona intente cometer un delito. No tiene instrucciones debido a que es muy sencillo de manejar, únicamente abra la caja y deje la identidad fuera de ella. Al salir de casa con el traje, la identidad se activará sola y le acompañará a todas partes. Sentimos las molestias que le hemos podido ocasionar y esperamos que disfrute enormemente con sus nuevos artículos. Asimismo le recordamos que recibirá su nuevo catálogo en unos quince días. Atentamente: La dirección de “La compra desde casa”.”

Dobló el papel extrañado y abrió la caja. Debajo de una montaña de plástico de burbujas, había una especie de autómata con forma humana. Gonzalo se quedó paralizado. Era una reproducción exacta de él mismo. Agarró una de sus manos y comprobó que parecía real, hasta pudo notar el pulso. Trato de sobreponerse. Su identidad estaba vestida impecablemente con un traje y una corbata y tenía el pelo cortado de manera diferente a él, de una forma más juvenil. Cuando se calmó, tiró de un brazo y el muñeco dio un paso al frente, saliendo de la caja. Gonzalo se le quedó mirando. Había algo que no era igual que él mismo en aquella reproducción, pero no supo decir qué era. Le pareció un poco más alto y con un brillo especial en los ojos.

-Será cosa del material con el que los harán.-

Se armó de valor y le abrió la boca. Allí dentro todo parecía normal, dientes, lengua, saliva. Volvió a cerrarle la boca. Se puso a recoger la caja y el envoltorio mientras decidía si devolver o no aquel encargo.

Tenía un mes para descambiarlo y por probarlo no perdía nada, así que decidió quedárselo y dejar la caja en el pasillo mientras tanto.

-Voy a ir a la oficina a ver que tal funciona.-

Entró en el baño y se enfundó el traje invisible de nuevo, pero sintió algo de frío debajo y decidió ponerse otra capa de ropa por si acaso, no quería constiparse. Cuando activó el botón, volvió a ocurrir de nuevo lo mismo que le había pasado la noche anterior, solo que esta vez, en el espejo, pudo ver como la identidad de su traje se colocaba detrás de él. Se preguntó si necesitaría que le dieran órdenes o si imitaba los movimientos del traje. Para salir de dudas, pegó un brinco, pero el autómata no se movió. ¿Y cómo hago para que se mueva? Se imaginó detrás de él, agarrándole del brazo como una marioneta para que levantara la mano y en ese momento, la identidad realizó ese mismo gesto.

Gonzalo empezó a comprender. Se imaginó al autómata sentándose en la taza del inodoro y al instante, el muñeco realizó esa misma acción.

Contento con su descubrimiento, le cargó con su maletín y salieron de la casa rumbo a la oficina.

Al llegar allí, se encontró con todo vacío y con Adela comiendo sobre un Tupper en su mesa. No se había dado cuenta de la hora cuando había salido de casa.

-¿Qué haces aquí?- Preguntó mirando al autómata. Parecía molesta por la interrupción.

-Todo solucionado, una falsa alarma.- Respondió el muñeco sin que Gonzalo lo hubiera si quiera pensado. La voz era la misma que la de Gonzalo, pero con un toque más profundo y grave.

Después el muñeco sonrió. Era lo que más le había llamado la atención en el trayecto al trabajo. Él tenía que pensar todos los movimientos de su identidad, pero a la hora de relacionarse con la gente, actuaba por su propia cuenta.

-Oye gracias por recoger el recado ayer, me salvaste la vida. No deberías estar aquí hasta tan tarde.-

La muchacha sonrió. Gonzalo se fijó en que era la primera vez que la veía hacerlo. Tenía los ojos verdes oscuro y el pelo cobrizo recogido en una coleta que se desparramaba por todas partes.

-Lo sé, pero Ramírez es un desastre. Debería tener dos secretarias.-

La identidad se rió.

-No encontraría otra como tú. Veo que están todos comiendo, te dejo tranquila y me voy yo también a comer.-

-Sí, ya sabes que el jefe siempre es el primero en irse y el último en volver. Cuando venga le diré que vienes luego.-

-Muchas gracias. Por cierto, bonita blusa.-

Gonzalo contemplaba atónito la escena y reparó por primera vez en la blusa verde que llevaba la secretaria. Entre los pliegues de la misma, asomaban coquetos dos pechos redondos bastante grandes.

Adela se sonrojó.

-Muchas gracias.-

El muñeco se quedó allí parado y Gonzalo tardó en entender que ahora tendría que moverlo. La chica aún continuaba mirando fijamente al autómata. Lo hizo girarse para salir del despacho. Al llegar a la puerta, escuchó la voz de la chica.

-Bonito corte de pelo.-

La identidad giró la cabeza y sonrió. Al instante siguiente, salió de la habitación.

El restaurante de siempre estaba lleno a esas horas. Dirigió su avatar hasta el camarero más cercano y éste le indicó que le siguiera hasta una mesa. Gonzalo se disgustó al ver que la mesa era la misma a la que le llevaban siempre, la mesa junto a los servicios, pero decidió no decir nada porque dentro del traje no olía el hedor de los lavabos.

-Perdone.- Dijo el muñeco.

El camarero se giró.

-Le importaría cambiarme de mesa. No soy tiquismiquis, pero siempre me dan la misma mesa y no me gusta comer junto a los servicios.-

-Lo sentimos señor, el resto de mesas están reservadas.- Y comenzó a darse la vuelta.

-Espere.- Volvió a decir el autómata cuando Gonzalo, resignado, comenzaba a sentarse en la silla. El camarero se giró de nuevo.- Si no hay más mesas creo que iré a otro restaurante. Lo siento mucho.- Comenzó a caminar hacia la puerta.

Gonzalo se apresuró para alcanzarle y detenerle, le gustaba aquel restaurante, pero el muñeco no se paró hasta que se escuchó la voz del camarero diciendo:

-Espere, creo que se ha quedado una mesa libre, si espera dos minutos, se la preparo en seguida.-

-Está bien.- Contestó la identidad sonriendo. –Son ustedes muy amables, adoro este local y me daba mucha pena tener que abandonarlo.-

Al volver a casa, la cerradura seguía chirriando, pero Lady no se acercó a recibir su caricia y su comida. Sólo fue hasta la cocina cuando Gonzalo llenó su cuenco y se dirigió a la habitación para quitarse el traje. El avatar le siguió en todo momento y se quedó parado en su cuarto cuando desconectó el traje invisible.

Aquella noche se durmió en la cama, sin encender la televisión, satisfecho y con la gata ronroneando a su lado.

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