lunes, 25 de enero de 2010

Cuarta parte

Se despertó diez minutos antes de que sonara el despertador. Se pegó una ducha rápida, se vistió con la ropa del día anterior, dio de comer a Lady y se enfundó su traje invisible de nuevo. Mientras realizaba esas tareas se sentía desnudo, como si le faltase algo y no se sintió tranquilo hasta que contempló a la identidad acercándose desde su habitación. Sintió frío de nuevo, pero como llevaba la misma ropa del día anterior, que ya eran muchas capas, decidió salir así a la calle. Además no tenía ganas de volverse a quitar el traje. Ese día le volvieron a dar una mesa que no estaba junto a los servicios en el restaurante, e incluso pudo ver como a Lorenzo le habían dado una mesa peor que la suya. Interiormente se alegró de ello.
Como la cerradura seguía chirriando al volver a casa, la identidad dejó la llave en el pomo y sacó el móvil del bolsillo, marcó un número que Gonzalo no alcanzó a ver y se acercó el aparato a la oreja.
-Buenas tardes. Mi nombre es Gonzalo Díez les llamé hace más de quince días para que vinieran a arreglar una cerradura que chirriaba y aquí no ha aparecido nadie.-
Hubo un silencio. Gonzalo no sabía que hacer, no le gustaba entrar en conflicto con la gente, pero por otra parte, el autómata sabía muy bien como arreglar determinadas situaciones.
-Bien, entiendo. Siento decirles que he puesto una queja en la asociación del consumidor contra su empresa. Pero también les diré que estoy dispuesto a retirarlas si este incidente se resuelve.-
Gonzalo pensó que el ruido que hacía la puerta tampoco era tan molesto como para mentir amenazando con denuncias.
-Comprendo. ¿Puede pasarme con su superior?-
Un nuevo silencio.
-Bien, muchas gracias, si no estoy yo estará un vecino. Mañana mismo retiraré la denuncia.- Y colgó.
Después, el muñeco se dirigió a la puerta de Emilio y llamó al timbre. Normalmente, Gonzalo se pondría rojo como un tomate, como le ocurría siempre que llamaba a los timbres o por teléfono, pero esta vez, simplemente se dejó llevar. Se había acostumbrado a que la gente no reparara en su presencia y a que su avatar resolviera sólo casi todo.
A los pocos segundos, apareció Emilio en la puerta con su bata y sus zapatillas de cuadros. Parecía enfadado. A Gonzalo le resultó raro no oler a través del umbral de la puerta los extravagantes guisos del anciano.
-Buentas tardes Emilio. ¿Le molesto?- Preguntó la identidad.
-No que va.- Dijo el vecino sin sonreír. -¿Qué quería?-
-Pues verá, no sé si sabe que la cerradura de la puerta chirría.- Señaló la puerta con el llavero colgando del pomo. –He llamado al cerrajero y vendrán mañana. No creo que yo pueda estar aquí y quería preguntarle si sería usted tan amable de estar atento por si llaman al timbre para darles una llave.-
Emilio miró la puerta y después, para sorpresa de Gonzalo, le miró a él, no a la identidad.
-Descuide, estaré en casa todo el día.-
-Muchas gracias, es usted muy amable.-
-De nada.- Contestó el anciano sin quitarle el ojo de encima.
Gonzalo se movió, molesto de ser observado. Notó como se estaba poniendo colorado de nuevo bajo el traje.
-Buenas tardes.- Dijo cerrando la puerta a modo de despedida.-
-Buenas tardes.- Contestó el avatar encaminándose de nuevo a su casa.-
Gonzalo entró preguntándose si el traje se estaría quedando sin batería. Supuestamente, duraba una semana, pero no quería arriesgarse a que se estuviese descargando y fuese levemente visible. Fue a quitarse el traje para ponerlo a cargar (ya que las instrucciones indicaban claramente que no podía recargarse mientras funcionaba), sin embargo, cuando intentó bajar la cremallera, notó que se atascaba y que costaba mucho hacerlo, como si el traje le quedase cada vez más justo. Por fin, tras unos minutos de forcejeo, consiguió quitárselo y ponerlo a cargar. Mientras se quitaba las capas de ropa, Lady se acercó a él reclamando su comida. Había olvidado por completo a la gata. La dio de comer y se fue a la cama directamente, deseando que el traje estuviera listo por la mañana.

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