miércoles, 13 de enero de 2010

Primera parte

La cerradura chirriaba. Gonzalo había llamado al cerrajero una vez, pero nunca había aparecido. Su gata de angora, Lady, se alegraba de eso porque así escuchaba llegar a su amo. Él la saludó con una caricia en el lomo mientras la gata se enroscaba a sus pies y le llenaba los bajos del traje de pelos grisáceos. Lady se marcho después hacia la cocina y se sentó frente al cuenco de comida vacío relamiéndose los bigotes.
Gonzalo cerró la puerta, se quitó la chaqueta y la colgó sobre el perchero. Dejó a los pies su maletín y se llevó el correo a la cocina. Después, mientras se aflojaba la corbata, volcó el contenido de una caja en el comedero metálico frente al que se relamía la gata.
-¿Sabes Lady? Hoy ha sido un día espantoso, he tenido que ir hasta Getafe a hacer inventario de una empresa de medicamentos. Sí, ya sé que tampoco es tan grave, pero justo había fallos en las cajas que estaban guardadas a menor temperatura. Creo que me he constipado. Para colmo, en el restaurante hoy me han vuelto a dar la mesa junto a los servicios. Yo no sé como se las apaña Lorenzo para que siempre le den a él el mejor sitio aunque llegue después que yo. Será porque saben que es el jefe. He estado apunto de decirle algo a la camarera.-
Se sentó en la única silla de la cocina y cogió distraído el mazacote de cartas. Mientras pasaba las cartas una a una, sólo se escuchaba el ronroneo del animal, contento con su comida, y el suave rozar de los sobres. No era una cocina grande: unos muebles prefabricados y comprados por correo que estaban colocados con más o menos gusto completaban una serie estándar de electrodomésticos que pasaban por un frigorífico casi vacío, una lavadora, un horno sin estrenar y un lavavajillas del tamaño más pequeño del mercado. Terminó de repasar el correo y tiró a la basura los sobres del banco, las facturas y la publicidad. Sólo se quedó con un pequeño catálogo de compra por correo llamado “La compra desde casa”; en la portada había un anuncio que le había llamado la atención. Apagó la luz de la cocina y se marchó al salón.
-Vamos a ver que podemos comprar Lady.-
La gata levantó la cabeza cuando apagaron la luz, pero continuó comiendo en la oscuridad.
De camino al salón, pasó por delante del baño e hizo una pequeña parada en la última habitación de la casa: su cuarto. Allí se quitó el traje y se colocó un pantalón de pijama y un jersey, regalo de su tía para su último cumpleaños. Aún quedaban dos meses para que cumpliera los treinta y cinco y su tía le regalara otro jersey idéntico pero de otro color. Cuando se hubo cambiado, recogió la ropa y se fue con su catálogo.
El salón estaba compuesto por un escritorio orientado a la única ventana, una silla de madera, un sofá y un pequeño mueble con una televisión.
Encendió la tele sin prestar atención al canal en el que estaba puesta y se sentó en el sofá a ver el catálogo. Empezó a pasar las páginas sin mucho interés. La mayoría de los artículos eran muebles y ropa. Casi al final de la revista, Gonzalo encontró el anuncio que buscaba, ocupaba toda la página derecha. Se colocó las gafas, que se le habían resbalado un poco, y extendió bien la hoja para leer con atención el anuncio. Mientras, la gata volvía de la cocina para sentarse a sus pies.
“Oferta exclusiva para suscriptores, consiga ahora mismo su traje invisible y haga realidad todos aquellos sueños que siempre quiso hacer sin que nadie le vea. Modelo disponible para hombre y mujer en tres tallas.”
El anuncio además incluía una fotografía de un hombre caminando tranquilo por la calle sin que unos ladrones le vieran pasar y otra de una pareja besándose en un parque junto a unos niños jugando.
Gonzalo suspiró. Le encantaría que nadie le viera en el trabajo ni en el metro. Miró el precio.
-¿Qué opinas Lady? ¿Podemos permitírnoslo?-
Hizo un par de cálculos mentales, después se levantó, molestando a la gata, y se sentó en el escritorio. Redactó una breve carta dirigida a la dirección de compra del catálogo poniendo su dirección, el código del artículo, su cuenta del banco y su talla y la metió en un sobre. Adjuntó, tal y como se indicaba, una fotografía suya de carnet incluyendo en el reverso sus medidas de altura y peso.
-Mañana la echaré al correo.- Le dijo a la gata mientras se sentaba de nuevo en el sofá.
Se quedó dormido pensando en lo maravilloso que sería ser invisible y en la cantidad de cosas que podría hacer.

2 comentarios:

piero dijo...

Viva los finales no cerrados, ¿verdad?

white dijo...

Cómo te crecen los tiburones encima de la cama. Me gusta