La cerradura chirriaba. Gonzalo había llamado al cerrajero una vez, pero nunca había aparecido. Su gata de angora, Lady, se alegraba de eso porque así escuchaba llegar a su amo. Él la saludó con una caricia en el lomo mientras la gata se enroscaba a sus pies y le llenaba los bajos del traje de pelos grisáceos. Lady se marcho después hacia la cocina y se sentó frente al cuenco de comida vacío relamiéndose los bigotes.
Gonzalo cerró la puerta, se quitó la chaqueta y la colgó sobre el perchero. Dejó a los pies su maletín y se llevó el correo a la cocina. Después, mientras se aflojaba la corbata, volcó el contenido de una caja en el comedero metálico frente al que se relamía la gata.
-¿Sabes Lady? Hoy ha sido un día espantoso, he tenido que ir hasta Getafe a hacer inventario de una empresa de medicamentos. Sí, ya sé que tampoco es tan grave, pero justo había fallos en las cajas que estaban guardadas a menor temperatura. Creo que me he constipado. Para colmo, en el restaurante hoy me han vuelto a dar la mesa junto a los servicios. Yo no sé como se las apaña Lorenzo para que siempre le den a él el mejor sitio aunque llegue después que yo. Será porque saben que es el jefe. He estado apunto de decirle algo a la camarera.-
Se sentó en la única silla de la cocina y cogió distraído el mazacote de cartas. Mientras pasaba las cartas una a una, sólo se escuchaba el ronroneo del animal, contento con su comida, y el suave rozar de los sobres. No era una cocina grande: unos muebles prefabricados y comprados por correo que estaban colocados con más o menos gusto completaban una serie estándar de electrodomésticos que pasaban por un frigorífico casi vacío, una lavadora, un horno sin estrenar y un lavavajillas del tamaño más pequeño del mercado. Terminó de repasar el correo y tiró a la basura los sobres del banco, las facturas y la publicidad. Sólo se quedó con un pequeño catálogo de compra por correo llamado “La compra desde casa”; en la portada había un anuncio que le había llamado la atención. Apagó la luz de la cocina y se marchó al salón.
-Vamos a ver que podemos comprar Lady.-
La gata levantó la cabeza cuando apagaron la luz, pero continuó comiendo en la oscuridad.
De camino al salón, pasó por delante del baño e hizo una pequeña parada en la última habitación de la casa: su cuarto. Allí se quitó el traje y se colocó un pantalón de pijama y un jersey, regalo de su tía para su último cumpleaños. Aún quedaban dos meses para que cumpliera los treinta y cinco y su tía le regalara otro jersey idéntico pero de otro color. Cuando se hubo cambiado, recogió la ropa y se fue con su catálogo.
El salón estaba compuesto por un escritorio orientado a la única ventana, una silla de madera, un sofá y un pequeño mueble con una televisión.
Encendió la tele sin prestar atención al canal en el que estaba puesta y se sentó en el sofá a ver el catálogo. Empezó a pasar las páginas sin mucho interés. La mayoría de los artículos eran muebles y ropa. Casi al final de la revista, Gonzalo encontró el anuncio que buscaba, ocupaba toda la página derecha. Se colocó las gafas, que se le habían resbalado un poco, y extendió bien la hoja para leer con atención el anuncio. Mientras, la gata volvía de la cocina para sentarse a sus pies.
“Oferta exclusiva para suscriptores, consiga ahora mismo su traje invisible y haga realidad todos aquellos sueños que siempre quiso hacer sin que nadie le vea. Modelo disponible para hombre y mujer en tres tallas.”
El anuncio además incluía una fotografía de un hombre caminando tranquilo por la calle sin que unos ladrones le vieran pasar y otra de una pareja besándose en un parque junto a unos niños jugando.
Gonzalo suspiró. Le encantaría que nadie le viera en el trabajo ni en el metro. Miró el precio.
-¿Qué opinas Lady? ¿Podemos permitírnoslo?-
Hizo un par de cálculos mentales, después se levantó, molestando a la gata, y se sentó en el escritorio. Redactó una breve carta dirigida a la dirección de compra del catálogo poniendo su dirección, el código del artículo, su cuenta del banco y su talla y la metió en un sobre. Adjuntó, tal y como se indicaba, una fotografía suya de carnet incluyendo en el reverso sus medidas de altura y peso.
-Mañana la echaré al correo.- Le dijo a la gata mientras se sentaba de nuevo en el sofá.
Se quedó dormido pensando en lo maravilloso que sería ser invisible y en la cantidad de cosas que podría hacer.
Disfunção Erétil
Hace 7 años
2 comentarios:
Viva los finales no cerrados, ¿verdad?
Cómo te crecen los tiburones encima de la cama. Me gusta
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