domingo, 16 de noviembre de 2008

El nudo de la corbata.

Siempre le había preocupado mucho el aire que respiraba en la estación de autobuses. -No podía ser bueno, se decía tratando de taparse la nariz con la manga de la chaqueta del traje. Miraba las paredes y el techo de la oscura estación. Estaban todos ennegrecidos por el humo de los tubos de escape. Arrugó la nariz.
La cola para subir al bus avanzaba despacio, paso a paso. A Ricardo le recordó a las filas que hacen algunos animales para entrar al redil, todos en fila, todos al mismo paso, todos iguales, todos en el mismo vehículo... Se sentó en un asiento, aliviado de poder respirar, aunque el leve olorcillo del monóxido de carbono siguiera en su nariz y en su lengua.
Se puso a pensar en ella cuando una señora cubierta con un abrigo enorme y un millón de bolsas, trató de meterse a presión en el asiento de al lado. Ricardo la miró con cara de pocos amigos. Odiaba que se sentaran a su lado en el bus, la gente le invadía el espacio.
Como Marta. Con ella no podía haber espacio para nadie más. Ella lo llenaba todo. ¿No hacía mucho calor?
Se lo merecía. Claro que se lo merecía. Todo este tiempo había hecho de él lo que había querido, le había tenido alejado cuando necesitaba estar sola, le llamaba cuando necesitaba cariño. Siempre era ella, todas las horas eran ella.
¿Por qué se sentía tan mal entonces? Se desaflojó el nudo de la corbata y se quitó la chaqueta. La señora que iba a su lado en el bus resopló cuando Ricardo casi le saca un ojo con el codo. En otro momento, le habría sonreído y pedido perdón, pero ese día se limitó a mostrarle un colmillo de manera amenazadora. La mujer se calló y miró para otro lado.
¿Por qué demonios hacía tanto calor en ese autobús? ¿Es qué nunca iban a salir de la estación?
El conductor, obedeciendo quizás los deseos de Ricardo, se puso en marcha y los arrastró a todos por una serie de curvas sin sentido hasta llegar a la salida de la estación.
-Así me siento yo.- Pensó. – Dando vueltas en la oscuridad dentro de unas paredes envenenadas, intoxicadas por el humo del vehículo que me lleva.-
Era una alegoría bonita, pero seguía sin hacerle sentir mejor.
–Esa zorra se lo ha buscado. Es por tu culpa cariño. Te odio Marta.-
La odiaba mucho en ese momento. A lo mejor Ricardo pensaba que proyectando contra ella todo su odio se sentiría mejor luego. Pero no lo conseguía.
Pensaba, o quería pensar, que Marta le había lanzado a los brazos de Raquel de manera irremediable, aunque en el fondo de su corazón sabía que siempre había sido una elección suya. Se maldecía por tener conciencia. Estaba seguro de que todas las parejas que habían durado mucho tiempo habían pasado por unos cuernos, pero empezaba a dudar de la eficiencia de tal medida.
Le habían dicho que después de poner los cuernos volvería arrepentido a los brazos de Marta, que se esforzaría pro complacerla para que ella no notase nada, pero Ricardo no era así. Ya en el metro se había estado preguntando la verdadera razón de haber podido hacer lo que había hecho.
-He sido capaz.- Se decía .- Eso tiene que querer decir algo.-
Había quedado con Raquel solo para ver si podía hacerlo. Y podía. ¿Y por qué había podido? La pregunta le atormentaba.
Se pasó la mano por el pelo engominado. Le daba igual despeinarse, ya estaba sudando.
-Si he podido hacerlo es que quizás las cosas no van tan bien como yo pensaba.-
La señora cogió su móvil, después de casi empotrar a Ricardo contra la ventana, y se puso a conversar con alguien que debía padecer algún tipo de deficiencia auditiva, pues todo el autobús se estaba enterando de la llamada. Ricardo la fulminó con la mirada, pero ella parecía ajena a que se encontraba en un transporte público.
Se arremangó la camisa y se quitó definitivamente la corbata. Estaba harto de ese calor.
Decidió no pensarlo más. Había ganado. Le había puesto los cuernos por que se lo merecía. No iba a cambiar de opinión.
Respiró profundamente. Se sentía mucho mejor. Sonrió incluso.
-He ganado. Le he puesto los cuernos y nadie se enterará jamás.- Corrió la cortina de la ventana para que entrara el sol del atardecer. –Marta ya no domina mi vida.-
Se sentía exultante, se sentía nuevo, se sentía deseado por otra mujer, no despreciado por Marta, se sentía libre. Ya sabía que había vida más allá de su relación. Sabía que el mundo no terminaba donde acababan las sábanas de su novia. Ya le daban igual sus amenazas, no tenía porque permanecer a su lado, ella podía abandonarlo si quería, el mundo no se iba a parar, la vida iba a seguir.
Ya no era una posesión de Marta. Era, por fin logró saberlo, libre.

1 comentario:

jorgeimer dijo...

Creo que Ricardo se hace ilusiones. Quizás jugar a sentir algo únicamente por despecho, para creerse durante unos segundos por encima de su novia, sólo le haga sentirse más atrapado por ella. A lo mejor busca erroneamente dominarla a través de la piel de otras.