lunes, 20 de octubre de 2008

Mi ventana

Javi tocaba la guitarra bajo la ventana.
El sonido del instrumento subía lentamente y se colaba en el cuarto amortiguado por los cristales de la ventana. Me acerqué despacio y la abrí.
La fría mañana de octubre entró de lleno y me golpeó en la cara. De los póstigos de la ventana cayeron poerezosas un par de gotas de rocío que hicieron huir a varias arañas. Me asomé al alfeizar y apoyé mi cabeza sobre las manos.
Jai punteaba la guitarra cuando lo hice. Tenía el instrumento apoyado en las rodillas, y las piernas subidas en una especie de barandilla. Estaba sentado en una silla de terraza de color verde y miraba con hastío a los árboles que se extendían frente a él en el jardín.

Dentro de la habitación, el sonido de la guitarra se mezclaba con las risas suaves de Judith, que hablaba con Ricardo por teléfono. Yo contemplaba el infinito sin saber bien que buscaba y me senté en la ventana. El frío continuaba azotándome el cuerpo, pero me ayudaba a despertar.
Mientras pensaba en mis cosas, contestaba con monosílabos las escuetas preguntas que me formulaba Judith.
Estábamos en la sierra, en el campo y la vida discurría sin problemas. El tiempo estaba detenido y yo no era capaz de avanzar. Judith colgó el teléfono y decidió descansar un rato sobre su cama. Yo permanecí en mi ventana a pesar de que mis dedos omenzaban a entumecerse. Javi se levantó de la silla, deteniendo brúscamente el sonido de su guitarra. Estaba tocando su canción rpeferida, una dulce melodía que evocaba en mí sensaciones de paz y de tranquilidad.
Ahora solo escuchaba el sonido de los árboles meciéndose con el viento, el leve piar de los pájaros y el apagado murmullo de los coches al pasar por la lejana autovía.

Unas campanas sonaron en el pueblo. Suspiré. Si el tiempo se ponía de nuevo en marcha, me llevaría por delante sin remedio. No estaba preparado para enfrentarme a la vida todavía.
En este lugar todo parecía más sencillo. No podía ser de otra manera. Sin razóin aparente, una oveja comenzó a balar en una de las casas cercanas. El sonido de las ovejas siempre me había provocado una sensación de malestar. Igual que si se tratara de un lamento triste que nos recuerda el sufrimiento del mundo. A ese sonido se unió el aullido de algún perro cercano. Como si los dos animales se comprendiesen y tratasen de ayudarse.

En la habitaciónm, las arañas habían retomado posiciones y Judith se peleaba con su saco de dormir para encontrar una postura más cómoda. Volví a mirar a la ventana.
El cielo estaba gris, encapotado, y la brisa de la montaña mecía suavemente los abetos del jardín. A lo lejos, varias montañas más altas se elevaban contra el cielo, rasgando las nubes y la niebla.

La guitarra de Javi volvía a escucharse, ahora más lejana, quizás en alguna otra habitación de la casa. Apenas me llegaban unos acordes dispersos. Judith guardaba silencio. Cerré la ventana y miré mi reflejo en el cristal, por encima de los árboles.
Yo no era feliz... y no sabía por que.

1 comentario:

Whaden dijo...

casi me haces llorar... enhorabuena