jueves, 28 de febrero de 2008

Acto primero: Yo entro en escena.


Puede que a aquella hora del día ya no hubiese nadie despierto en la casa. Era lo más probable, por eso estaba allí.

Miré mi reloj de pulsera con nerviosismo y comprobé la hora.
-Son las 3:25.- Aseguró el insolente de mi reloj digital.
Como si la hora no fuese importante, como si estuviese cansado de repetirme la misma respuesta cada día a la misma hora. ¿Qué hora iba a ser? Por supuesto que eran las tres y veinticinco ingrato artefacto! No podía ser de otra manera. Si yo me hayaba plantado delante de la casa como si de un fantasma se tratase tenían que ser por fuerza las tres y veinticinco.

Deseché estos pensamientos de mi cabeza mientras fijaba la vista en la entrada de la mansión. Se trataba de una imponente casa de estilo colonial. Quizás tuviese un viejo aire victoriano. Aunque no sabía muy bien que me hacía pensar eso, nunca había sabido de arte ni de arquitectura.

El porche de la entrada estaba flanqueado por unos grandes pilares de granito blanco. Simulaban estar vetados. El porche era bastante amplio, y en él reposaban varias sillas de mimbre y una mesita baja del mismo material, todos de color blanco. De pronto sentí que me gustaría estar ahí a la luz de un atardecer de primavera tomando café y charlando con alguien. Quizás me recostaría sonriendo sobre uno de los cojines que hay sobre las sillas o quizás cruzaría una de mis piernas sobre la mesa, intentando no derramar ninguna de las piezas de un fino juego de café de porcelana. Si, sin duda el juego de café sería de porcelana blanca y tendría unas cuantas flores ribeteadas. Todo exquisito por supuesto.

Me dije que no había tiempo para cafés ni para tés. Apartando los ojos de los muebles de mimbre me acerqué aun más a la cerca de madera que rodeaba el jardín y agarré con las dos manos una de las tablas para apoyarme. Al hacerlo me había alejado de la oscuridad y me había plantado justo debajo de la farola que alumbraba la entrada. Suponía, no, sabía que nadie me estaría mirando a través de las ventanas. En ninguna había luz y todos dormían. Las cortinas estaban corridas y las persianas parcialmente bajadas. Era tarde, mi reloj seguía insistiendo en ello, como si no lo supiera.

No entendía porque llevaba ese reloj y no uno clásico de agujas, las agujas no son insolentes. Aunque si que era cierto que en detemrinadas ocasiones se sonreían y burlaban de la persona que las preguntase por la hora. Pero al menos tenían razón al menos dos veces al día aunque estuviesen paradas. Miré mi reloj negro de plástico y vi su luz parpadeante mostrando la hora una y otra vez. Me acerqué el reloj a la oreja y escuché su mecanismo, pero no estaba vivo. De un reloj de agujas se podía oir el latido. Ese reloj era solo una máquina. Había tomado una decisión, compraría un reloj nuevo en cuanto me fuese de aquella casa. Y sería un reloj de agujas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mejor no obsesionarse con el tiempo...como Shakira...pa' qué el reloj?