martes, 1 de junio de 2010

Los polos invertidos (I)

Solo había dos personas circulando: Julio en su Seat León negro recién lavado y Borja en su Ducati de segunda mano llena de remiendos. Y chocaron, como el que no quiere la cosa, como dos imanes que se atraen en una carretera desierta y que más tarde se repelen al invertirse sus polos. Así fue lanzado Borja, de su moto hacia el arcén, cuando la rueda delantera hizo contacto con el parachoques del coche, como si solo ese roce hubiera invertido los polos de los imanes, como si no hubiera podido ser de otra manera. Julio no vio la moto, solo escuchó el golpe, como un frenazo y un crujido. Escuchó la moto caer por encima de la música de la radio y deseó que no fuera cierto. Eso es lo único que acertó a pensar, deseó que no fuera cierto, que fuera una mala jugada de su imaginación para que estuviera más atento. Luego, rápidamente, deseó huir, decidió que nadie había visto el accidente y que no había sido culpa suya, que él bien podía no haberse dado cuenta de nada y por lo tanto ser inocente. Mucho antes del choque, cuando había salido a la nacional, Julio solo podía pensar en Ramón. A decir verdad, ni siquiera pensaba en Ramón, si no en la actitud del propio Julio hacia el muchacho. No se explicaba como se había dejado convencer a su edad por un chaval de apenas veintidós años, que encima ni le gustaba. Pero siempre era igual, ellos le llamaban y él acudía, aunque tuviera que ir desde el trabajo, para recibir su dosis de caricias y volver a casa. Y no entendía por qué lo hacía, por qué siempre iba y por qué se sentía tan mal al regresar a su piso. Entonces escuchó el choque, sin percibir que ya llevaba más de diez kilómetros dando vueltas a lo mismo, despertando de repente y deseando que no fuera cierto. En ese momento, su mente, muy lejos ya de Ramón y de cualquier otro chico, hizo que sus músculos detuvieran el coche en el arcén y pusieran las luces de emergencia. Luego, como si aún deseara que fuera todo un sueño, se quedó un instante mirándose las manos agarradas al volante. Apagó la música y se miró en el retrovisor. “¿Qué he hecho?”.

Apartamento del centro de Madrid, hay una puerta al fondo que da a la calle, a la derecha hay otra puerta entreabierta que da a la habitación de Julio, a la izquierda, una barra americana separa el salón de la cocina, donde solo hay una mesa con dos sillas. En la parte delantera del apartamento hay un sofá y una televisión.
Borja llega de la calle, lleva una bolsa de un restaurante de comida rápida y una muleta en la que apenas se apoya. Deja la bolsa en la encimera de la cocina y sonríe al ver que Julio se ha quedado dormido en el sofá con un libro entre las manos. Despacio, se acerca y apaga la luz de la lamparita. Julio no le ha oído llegar y sigue durmiendo mientras Borja prepara los platos para la cena y pone la mesa. Cuando está volcando los fideos chinos sobre los platos, Julio se despierta y se acerca por detrás, lo abraza somnoliento y le da un beso en el cuello. Borja se gira, sonríe y le devuelve el beso, esta vez en los labios. Se quedan un rato abrazados en silencio.
Julio: Empiezo a pensar que llevas la muleta solo como complemento.
Borja: El médico me dijo cinco meses.
(Julio mira la muleta apoyada en una esquina de la cocina y acaricia distraídamente el pelo de Borja.)
Julio: ¿Has hecho muchas fotos hoy?
Borja: Creo que son todas malísimas, pero hasta que no las revele no puedo decirte nada.
(Los dos terminan de servir la mesa y empiezan a cenar.)
Borja: ¿Y tú?, ¿qué tal en el estudio?
Julio: Un día agotador, la señora de Villaviciosa no está contenta con los planos y mañana tengo que levantarme pronto para revisarlos. Encima, al volver a casa había muchísimo tráfico, no sé que narices han hecho, pero he estado casi parado hasta entrar en Madrid.
(Borja sonríe y le agarra la mano. Julio también sonríe.)
Julio: Tengo una sorpresa, pero no puedo decirte más hasta el fin de semana.

Borja se preguntaba si había guardado bien la Nikon en la mochila. Le molestaba mucho hacerse siempre ese tipo de preguntas: “¿He cerrado la puerta?, ¿me habré dejado la luz encendida?, ¿he cogido las llaves?” y siempre las acompañaba la misma sensación de sofoco, un golpe de calor que va a estallar, subiendo desde el estómago, como un fuego artificial, en su cara. Separó la mano de la moto y se palpó la espalda. En la mochila solo estaba la cámara, así que no le costó mucho encontrarla. Se relajó, pero la sensación de calor no se fue. Se arrepintió de haberse puesto la cazadora. No le gustaba la primavera ni el otoño, odiaba no poder preveer el tiempo. Intentó desabrocharse la cremallera de la chaqueta de cuero mientras pensaba en las fotos que había hecho. Si no conseguía hacer una exposición con ellas, siempre podía vendérselas a alguna revista de viajes. Al menos quería que le sirvieran para pagar la gasolina de la moto y para comprarse otro carrete nuevo. La cremallera de la cazadora se quedó atascada y Borja tiró con más fuerza, haciendo que la Ducati se desequilibrara. Rápidamente, soltó la chaqueta y colocó las dos manos sobre el manillar, recuperando el equilibrio, pero al mirar al frente, no pudo esquivar el parachoques del Seat León negro al que se acercaba peligrosamente.

Julio abre la puerta del piso y entra con unas maletas, se dirige directamente a la habitación y cierra la puerta. Borja entra y se sienta en el sofá, tirando la muleta de mala manera al suelo. Desde el salón se oye el ruido de la ducha y Borja empieza a llorar.

Suspirando, Julio se puso el chaleco reflectante sobre la chaqueta del traje y se aflojó el nudo de la corbata. Salió y se acercó despacio al chico que estaba tendido en el suelo, como si temiera que se levantara de golpe convertido en un zombie o como si fuera a atacarle en venganza por el accidente.
−¿Se encuentra bien?
Como no había respuesta, se arrodilló junto al cuerpo imaginándose lo peor y le quitó uno de los guantes para tomarle el pulso: estaba vivo. Borja abrió los ojos y se le quedó mirando sin decir nada. Los dos se quedaron en silencio hasta que Borja intentó incorporarse. Julio se lo impidió poniéndole una mano en el pecho.
−No se mueva, voy a llamar a una ambulancia.
Cuando se levantaba, Borja le agarró de la mano con fuerza.
−Estoy solo.
Julio se arrodilló de nuevo.
−No se preocupe, solo voy al coche, tengo el teléfono allí. No le dejaré solo.
Tragó saliva y se odió a sí mismo por haber deseado salir corriendo momentos antes.
−No te vayas, estoy solo.
Sonrió y apretó la mano del motorista entre las suyas.

No hay comentarios: