domingo, 27 de junio de 2010

El fantasma 1/2

Mi exnovio tenía un fantasma en casa, yo siempre se lo decía a mis amigas. Les decía: “Nacho tiene un fantasma en casa”, “¿Pero cómo en casa?, ¿en toda la casa?”, me preguntaban. “¡Qué va, mujer!, solo en la habitación.” “A bueno, menos mal, chica, me estabas asustando, si no, menudo engorro”. Y es que un poco engorro si que era, la verdad, porque una empieza a ponerse tierna y picantota y viene el bicho ese de repente, así, sin sábana blanca ni nada, a ponerse en medio. Para mí que era un fantasma algo celoso, si no, ¿a qué venía eso de aparecerse en el dormitorio cuando íbamos a acostarnos? Y mira que no se aparecía ni cuando lo hacíamos en el coche ni en mi casa. Ahí nada, a veces, en mi casa, me quedaba esperando, muy quieta, por si veía su silueta reflejada en las pupilas de Nacho, pero nada. Por que esa es otra, jamás aparecía directamente, siempre tenía que verlo reflejado en sus ojos.

Siempre era igual, primero Nacho me sonreía y me acariciaba. Luego se ponía a pensar, por que ponía esa cara de pensar tan típica en los hombres, esa cara que dice: “Estoy pensando, no me toques que no puedo hacer otra cosa” y dejaba de mirarme. No miraba a nada, vamos, yo no veía que en la pared de enfrente o en el techo del cuarto, hubiera nada que mirar y se quedaba allí sin dejar de acariciarme mientras fingía que no me daba cuenta, pero yo sabía que estaba apunto de aparecerse, era casi como si lo oyera aullar por el pasillo. La mayoría de las veces intentaba no mirar, que vaya susto el primer día, pero con el tiempo, una se acaba acostumbrando. Luego, pasado un rato, cuando ya no se podía fingir más, cuando estaba apunto de preguntarle a Nacho si le pasaba algo, el fantasma se iba, de golpe, ni siquiera usaba la puerta, y Nacho despertaba, como si hubiera estado poseído, quizás estuviera poseído. Y me volvía a mirar con ojos tristes, como si le diera lástima, y seguía acariciándome. A veces pienso que me acariciaba como por obligación. En su cuarto, con el fantasma, nunca quería hacerlo, es como el que saca al perro por las noches, malditas las ganas que tiene de salir de casa, pero hay que sacarle, si no el perro se muere. Yo le sonreía, como una tonta, porque eso dicen mis amigas que soy: una tonta, y aceptaba su mirada de lástima y sus caricias de segunda mano. Por que en su cuarto, después de que el fantasma se hubiera ido, sus manos me rozaban como si estuvieran usadas, la verdad que no entiendo porque tenía esa sensación, pero así es, eran como manos que me tocaban a mí porque no podían tocar a quien querían, como manos conformistas.

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