lunes, 22 de febrero de 2010

Día dos

Cuando intentamos salir con el coche para que la madre de Toni fuera a la misa del Domingo de Ramos en la aldea más cercana, el coche de su marido, un Peugot 306, se quedó atascado en el barro de la entrada, así que tuvimos que empujar para sacarlo mientras nos calábamos bajo la lluvia. Como no podíamos salir, Toni y yo subimos a hacer los deberes a la buhardilla, donde había una gran mesa de madera barnizada, un pequeño armario y una cama de matrimonio sin hacer. Nos habíamos subido uno de los radiadores del cuarto, pero aun así, la habitación seguía helada. Me gustaba hacer los deberes con él. Yo le corregía los de matemáticas y él a mí los de lengua, nadie podía decir que nos compenetrábamos mal. Cuando le pasaba mis frases para analizar, le dije:

−¿Me vas a decir que te pasaba ayer? Hoy parece que estás bien.

Yo tenía el cuaderno alzado en el aire. Él lo cogió sin mirarme, pero no lo solté y tiré del cuaderno. Alzó la vista.

−Es una tontería. −Agarró el cuaderno de más abajo, rozando mi mano−. Tendrás que soltar el cuaderno si quieres que lo corrija −dijo sonriendo y colocándose un mechón de su pelo, cortado a tazón, tras la oreja.

Yo no lo solté y seguí mirándole muy serio.

Cuando me miraba a los ojos, Toni solía mirarme siempre al ojo marrón, no sé porqué lo hacía, pero era el único que se atrevía a mirarme descaradamente a uno sólo de los ojos.

−Está bien, pero luego no digas que no te avisé.

Dejamos el cuaderno en el centro de la mesa y guardé silencio. La lluvia golpeaba rítmicamente sobre los cristales y la leve luz del sol proyectaba un rectángulo sobre la cara de Toni, que parecía estar moteada por los golpes de las gotas.

−Ayer cuando llegamos, subí a la habitación a deshacer las maletas y fui al cuarto de mis padres a decirles que ya había terminado −comenzó mientras jugaba nervioso con un bolígrafo−. Antes de entrar, escuché a mi padre que decía que era culpa de mi madre que yo fuera un pobre desgraciado sin amigos, y que iba a provocar que encima tú te quedases sin los que tenías, que estaba todo el día en mi mundo, que no era un chico normal, que a veces le daba miedo. −Esta última frase la recuerdo como si aún sonase en mi cabeza, la dijo bajando cada vez más la voz, hasta que casi fue un susurro. Se escuchaba la lluvia más que el sonido de su voz.

Tragué saliva. Desde luego no me pareció una tontería, pero con quince años, no sabía muy bien que contestar. Ante todo no quería que se pusiera a llorar, no sabría controlar una situación así. Yo creía que Toni no era mucho de llorar, jamás lo había hecho aunque le hicieran las mayores perrerías, pero no podía estar seguro. Quizás permanecí en silencio demasiado tiempo. Él me miró y sonrió.

−¿Ves? Es una tontería.

−No me parece una tontería. Osea, es decir, es una tontería que tu padre diga esas cosas, entiendo que te puedan joder, pero los padres a veces son subnormales. Tú tienes amigos ¿No? −Asintió lentamente−. Pues ya está. Yo también tengo amigos. Quizás el que no tiene amigos es él −dije en tono de broma.

−Creo que le hubiera gustado que fuera como tú −replicó tras una pausa.

−Toma, y a mi madre que yo fuera como tú, pero aquí estamos. −Sonreí y me devolvió la sonrisa.

−Tienes razón. −Cogió mi cuaderno y se puso a corregir.

No volvimos a hablar del tema, de hecho, Toni siempre había sido muy propenso a ese tipo de preocupaciones, tanto con sus amigos, como con sus padres. Cuando me cansé, porque él no se cansaba nunca de analizar frases, decidimos que terminaríamos el resto de deberes en otro momento y, como parecía que llovía menos, le propuse asomarnos a la ventana y salir al tejado. Era algo que solíamos hacer por las noches cuando tocaba una Semana Santa más calida de lo normal, pero yo estaba aburrido y necesitaba hacer algo. No opuso resistencia (salvo que recogiéramos todo antes de salir) y, tapados con un plástico que había servido para cubrir la mesa, nos sentamos en el borde de la ventana, con los pies colgando hacia el tejado. Respiramos, yo al menos, el aire pesado y denso de la tormenta. No llovía mucho, pero la neblina que se estaba levantando, dejaba todo impregnado de humedad. Frente a nosotros se extendía un basto terreno montañoso rodeado de encinas, robles y castaños gigantescos, exuberantes, ostentosos de hojas y de verdor, como si nos desafiasen a ser más fértiles que ellos, a crecer más fuertes, a vivir y a desarrollarnos. A la vez, aquella naturaleza sobrecogedora nos hacía sentir pequeños e insignificantes, impotentes ante una fuerza de esas características. Ni siquiera habíamos sido capaces de sacar el coche del charco de la entrada. Me sentí agobiado, atrapado y me quité de encima el plástico, el ambiente me empujaba a hacer algo y, a la vez, me impedía realizar cualquier actividad. Toni se metió dentro alegando tener frío. Me puse en pie sobre la ventana, a pesar del peligro que suponía, ya que estaba todo mojado. Tiré el plástico dentro de la casa y me giré para entrar, pero resbalé y caí sobre las tejas. Por suerte, me agarré al borde de la ventana y, tirando un par de tejas al hacerlo, me arrastré hasta estar dentro de la buhardilla. Toni me miraba alarmado sin saber que había pasado. Me puse en pie y comprobé que estaba bien. Escuchamos una maldición proveniente del piso bajo. Era mi padre que preguntaba que quién había tocado la antena de la tele. Corriendo, me giré y vi por la ventana, que una de las tejas que había movido, había caído sobre la antena, descolocándola. Sin pensármelo dos veces, y teniendo más miedo de mi padre que de la caída, volví a salir y retiré la teja, empujando la antena hasta la que yo creía que era su posición inicial. Mientras, escuché con pánico, como unas pisadas decididas martilleaban la escalera. Cerré la ventana.

−Toni por lo que más quieras, no digas nada. −El chico tragó saliva y asintió. Nos metimos en el pequeño armario, que por suerte estaba vacío, cuando mi padre abría la puerta de la buhardilla.

Toni respiraba agitadamente, le ponían muy nervioso aquellas situaciones, así que le tapé la boca con la mano para que dejara de jadear.

Mi padre preguntó por nosotros y subió el pequeño tramo de escaleras que le quedaba. Cuando estaba junto a la mesa, el padre de Toni chilló, avisándole de que la señal había vuelto. Sin dudar, mi padre se giró y se marchó por donde había venido, cerrando la puerta. Creí que mi corazón iba a saltar del pecho y se iba a marchar corriendo, estaba paralizado y no podía moverme. Me había librado por los pelos. Retiré la mano despacio, pero apenas teníamos sitio para movernos y tuve que dejarla sobre su pecho, también estaba acelerado. Notaba su respiración y su aliento sobre mi cara, nuestras narices estaban muy juntas, rozándose. Lo único que veía en aquella oscuridad era el blanco de sus ojos y me pregunté, sin venir mucho a cuento, si él me estaría mirando el ojo marrón o el azul. Entonces, como por inercia, los dos nos relajamos y lentamente, sin apenas movernos, nuestros labios se rozaron. Al principio solo fue un roce, producto de la cercanía, pero ninguno de los dos se movió, esperando al movimiento del otro. Cuando la situación fue lo suficientemente tensa para mí, giré la cara, rozando mi mejilla con su nariz y abrí la puerta del armario.

−Creo que ya podemos salir −dije sin mirarle.

Los dos salimos de allí sin saber muy bien que hacer. No podíamos decir que había sido un beso, pero tampoco podíamos fingir que no había sido nada. Sin embargo, no me atreví a nombrarlo, quizás temiendo que al hacerlo, se reconociera el hecho, como si el ignorarlo simplemente hiciera que desapareciera. Además, quizás era solo cosa mía, quizás Toni no pensaba que eso había sido un beso, ni siquiera un roce. Le miré, pero estaba recogiendo su mochila de debajo de la cama.

Ninguno de los dos volvió a decir nada del incidente aquel día, aunque quizás deberíamos haberlo hecho. Cuando pienso en esa tontería, aún me río al recordar la patética ironía de que todo aquello sucediera dentro de un armario.

3 comentarios:

edu_art dijo...

señores afortunados que leen relatos estupendos en primicia...
love it :)

piero dijo...

Bravo, sabes bien que tiene cosas muy acertadas, después del día dos, ¿viene?

white dijo...

como yo he llegado con el tres, tengo doble ración, jejeje, eso me pasa por ser una tardona.