domingo, 14 de febrero de 2010

En Tokio

Mira que tener que venir a morirte a Tokio… Claro que cada uno se muere donde quiere, o donde le toca, pero mira que aquí, rodeado de japoneses, manda narices. La verdad es que me lo tengo merecido, por tonta. Por acompañarte.

Una siempre piensa que los japoneses son silenciosos, que caminan deprisa y sin mirar a nadie, pero no es cierto, los japoneses gritan como una panda de sicilianos borrachos. Aquí están, gritando, vendiendo cosas, vociferando. Grita la señora que pasea con el carricoche, grita el bebé, incluso grita el carricoche. Aquí en Tokio gritan hasta las paredes, gritan con sonidos de televisores encendidos, de pantallas gigantes y videojuegos. Tokio grita, y creo que la decepción te ha matado.

Hay una señora en frente de mí, plantada en mitad de la calle, me grita, como no. Pero no sé que dice. Probablemente quiera que te aparte de su camino para seguir andando por la calle. Va despeinada, la verdad es que podía ir peinada. A veces se me olvidaba que estaba en Japón y me sorprendía de los ojos rasgados. Aquella señora era oriental, que raro. Y gritaba. Creo que le molesta que estés muerto. Bueno, pues está muerto señora, mala suerte.

La gente no nos mira. Quizás porque es de noche, quizás porque a nadie le importa que un turista esté muerto, quizás por educación.

Otra señora grita también, ¿o es la misma? Creo que se gritan entre ellas. Quizás se estén repartiendo al muerto. ¿Me grita a mí? Si no soy yo la que está en el suelo.

Uno piensa que de las alcantarillas de Tokio no sale humo, que eso solo pasa en Nueva York. Pues ese uno se equivoca. Aquí sale humo, puede que artificial, puede que solo para imitar, pero hay humo. Y ahora hay mucho humo, como a mi alrededor, frente a esa señora que no para de gritarme cosas, que si el muerto es mío, que sino se lo lleva, que si lo necesito. Que sé yo si lo necesito, ¿Para qué quiero yo un muerto? La gente sigue sin pararse, bueno, siempre hay mejores cosas que hacer que mirar un muerto. Al fin y al cabo son todos iguales. ¿Es este mi muerto? Puede que la señora me esté preguntando eso. Debería haberse peinado, el pelo negro siempre queda mejor peinado. La otra señora está peinada ¿O es la misma?

Un hombre me roza, como sin querer, quizás sin querer, y me giro. Me roza queriendo, intuyo, porque me habla. Este no grita, al principio, pero sonríe. No se sonríe delante de los muertos, pero no debe saberlo. ¡Qué casualidad! Este hombre tiene los ojos rasgados. Cuando te lo cuente te mondas. Ah no, que estas muerto, además no puedes reírte, delante de los muertos uno no se ríe. Me han agarrado de los brazos y me sacuden. ¿O me sacudo? No, yo no me sacudo, ¿Por qué iba a sacudirme? Tampoco ha de sacudirse una delante de los muertos, que falta de respeto, estos japoneses… Anda que también venir a morirte a Tokio… Mi cabeza se zarandea y veo las luces de las grandes pantallas gritándome. No con palabras no, no podría oírlas con esa señora despeinada dando voces. Si al menos se hubiera rizado el pelo… En Japón nadie se riza el pelo, debe ser que exportan todos los rizadores. Pues así despeinada no se puede salir a la calle. Qué falta de respeto para el muerto. Tendrías que estar aquí para ver las luces. Bueno, estás pero no estás, así, muerto, no me vale. No pienso limpiarte la ropa después. Ya estás muerto así que para que la quieres. Y las luces, son tan graciosas. Pero no puedo reírme, él hombre sí se reía, pero ya no se ríe. ¿Por qué?

Los edificios de Tokio son todos carteles publicitarios enormes, pero aquí nadie les presta atención, son como muertos colgados de las ventanas. Quizás veas al primer muerto, pero a los demás… Total, como son todos iguales… ¿Y mi muerto? ¿Dónde está?

Hay más señores, o señoras, o japoneses, creo que todos tienen los ojos rasgados, sí, todos los tienen. Están sobre ti, te miran, algunos te tocan, que atrevidos. A mí el hombre no me suelta, intenta gritar más que la despeinada, pero no lo consigue, hay una luz encima, se apaga, se enciende. ¡Qué manía con los ojos rasgados! Está hablando, yo no me entero de nada. Debo ser tonta, mi madre siempre lo decía. Decía: “Hija eres tonta”, que sabia mi madre. Mi madre siempre iba peinada, incluso cuando veía muertos, quizás incluso más. Mi madre no hubiese dejado que aquella señora te tocara hasta que no se hubiera peinado, que vergüenza. Tenía que decírselo a la señora, pero me agarraban. Estaban hablándome, era inglés, los ingleses no tienen los ojos rasgados, que suerte. Mi madre seguro que prefiere que no tenga los ojos rasgados, es una falta de educación, diría, tener los ojos rasgados delante de un muerto. Y es que hay que tener narices de venir a Tokio para morirse, pero claro, cada uno se muere donde quiere, o donde le toca.

1 comentario:

white dijo...

Me parece de lo mejorcito que te he leído nunca, has conseguido un tono y una voz geniales, me has transportado a esa calle de Japón que solo vive en ti, m eha impresionado la fuerza de esa voz femenina, tan creíble. Mi más sincera reverencia. Besote, nos vemos