jueves, 10 de diciembre de 2009

Reflejo VII

Cuando acabó la película, me sentí triste. No por el final de la misma, que más o menos era triste, sino por la certeza de que no iba a ser capaz de recordar ni remotamente todas las enseñazas que me trataban de transmitir. Triste porque sabía que la reseña que escribiría horas más tarde, no iba a conseguir que los futuros lectores entendieran un poco de los sentimientos que había despertado en mí esa historia. Triste porque sentía que todo el trabajo del director de la película y del guionista se iba a perder en el recuerdo en cuanto saliera de la sala. Ni siquiera me consoló el hecho de saber que yo era uno de los pocos que había entendido casi todo lo que se había explicado, ni el saber que había entendido perfectamente la visión del director. Estaba algo así como decepcionado conmigo mismo, y la verdad, es que no tenía razones para ello.

3 comentarios:

Un pedacito de mí dijo...

Ay Alejandro, no sé si es algo real o simplemente ficción, pero en cualquier caso no poder expresarte coomo quisieras no es motivo para sentirte mal contigo mismo. Es humano que te pasen cosas así.

Yeli dijo...

Grita, huye, escóndete, se libre,
sube y baja por la escalera de las palabras y habita el verso…

Un abraz
Yeli

txïo [patito-feo.es] dijo...

A mí me pasa a menudo; lo que hago en estos casos es comprarme la película en cuestión. Si es buena, he de poder revisitarla cuando se me antoje. Si es mala, lo mejor es olvidarla, como todo en esta vida. Así los recuerdos no se pierden, y puedo identificar aún todo lo que despertó en mí una película en un momento concreto de mi vida. Sigo riendo y llorando con las mismas escenas, año tras año.