domingo, 6 de diciembre de 2009

Héctor

Tenía nombre de héroe griego y alma de dios olímpico. Solía fumar pequeños cigarros de tabaco de liar mientras hablaba sobre el sexo y su teoría del placer por el placer.
-No lo entendéis.- Decía echando el humo por la boca sin sujetarse el cigarro con la mano. Luego me miraba a mí, yo era su único cómplice. Yo sí lo entendía. –El placer hay que vivirlo con todo el cuerpo. Vivimos por el placer.-
Sonreí porque él me sonrió. Se giró y continuó caminando unos pasos por delante de nosotros, alejándose de la luz que proyectaba la última farola del pueblo.
Llevábamos en cada mano una litrona de cerveza y un cigarro. Los demás, no prestaban atención a los desvaríos de aquel griego perdido en el siglo XXI, ni a las lecciones que le dedicaba a su pupilo.
Aceleré el paso, haciendo crujir la grava del camino sobre mis pies, y me uní a él.
-Héctor –le dije- ¿alguna vez te has preguntado porqué hemos terminado conociéndonos?-
No pude ver que sonreía hasta que su rostro se iluminó con una calada del cigarro. Podía intuir por lo que le conocía, que la pregunta le había encantado, pero sabía, que le habría gustado más, con otro porro en el cuerpo además del que nos habíamos fumado en el parque.
-¿Cómo no íbamos a conocernos?-
Siempre solía responder con preguntas. Más todavía si su porro o cerveza estaban acabándose.
Tardé toda una tarde en que me explicara porque se hacía los cigarros tan cortos.
-El placer es para mí como estos cigarros.- Me dijo al fin. –Si me hago uno enorme, acabaré saciado, probablemente, a la mitad, y lo acabaré tirando o fumando por fumar.-
Yo siempre había pensado que se fumaba por fumar, al menos eso hacía yo, pero Héctor siempre tenía otra visión para todo.
-En cambio.- Continuó. – Estos cigarros, siempre me dejan con ganas de más. Tienen la cantidad justa para que pueda quedarme un tiempo tranquilo y para que al rato sienta la necesidad de fumar otro. Y puedo entretenerme fumándolo. Lo mejor de fumar es sentir que fumas. Ufffff – Usaba esa expresión constantemente mientras se llevaba una mano a la frente.- Y preparar el cigarro…-volvió a repetir la expresión- es como hacer la cama donde sabes que vas a follar.-
Volví a mirarle mientras el silencio se tendía entre los dos. Desde atrás nos llegaban los pasos de los otros amortiguados por alguna conversación lejana y algunas risas. Héctor no dijo nada. Le gustaba pensar estando conmigo. Yo sabía que la pregunta que me había hecho no iba hacia mí, sino hacia él mismo. ¿Cómo no íbamos a conocernos?
Uno de los chicos de atrás me llamó a voces para preguntarme cuanto quedaba hasta Buldeque, el pueblo al que nos dirigíamos.
-¡Media hora!- Grité para hacerme oír por encima de los teléfonos móviles que ahora habían encendido.

Llegamos a un claro donde se cruzaban varias vías agrarias que unían los pueblos de la zona. En ese punto, el río de la comarca aparecía del norte y daba un giro para situarse en medio de nuestro camino. En el centro de la explanada había una gran roca tallada, una especie de monumento rural. Héctor me agarró del cuello pasándome el brazo por encima. Parecía haberse olvidado de la pregunta.
-Vamos a pararnos aquí un rato, odio esa música y quiero mear.-
Anulado como estaba casi siempre en su presencia, me limité a asentir y a revolverle el pelo con la mano.
-Eh tío nada de mariconadas.- me decía mientras fingía que intentaba darme un beso en la boca.
-Aparta, como se entere Alba…-
-Querrá grabarlo en vídeo.- Dijo mientras se colocaba junto a un chopo para mear.
Yo no dudaba que ella quisiera grabarlo. Era algo así como Héctor solo que con tetas. Hubo un tiempo en el que pensaba que él podía ser perfectamente bisexual. Creo que hasta él se lo planteó. Pero entonces llegó Alba y la cosa cambió. Las teorías de Héctor se habían hecho reales en una chica pelirroja que era presidenta de una asociación de gays y lesbianas en la provincia. Yo quería mucho a Alba y ella me quería mucho a mí. Los tres teníamos, gracias a Héctor, o quizás no, las mismas ideas. Alguna vez me había incitado para acostarme con él porque no toleraba que su novio no conociese el sexo con otro hombre. Yo me había negado, muerto de vergüenza. Héctor era poco menos que mi hermano. Un hermano con el que hablaba de sexo, de orgasmos y de eyaculaciones con bastante asiduidad, pero un hermano al fin y al cabo. No niego que yo había tenido mis fantasías con él. ¿Quién no las tendría? Pero más que morbo, lo que tenía, era una curiosidad malsana por ver si lo que los dos entendíamos por placer era lo mismo. Cosa que yo sabía que en el fondo que no era así.
Nuestros amigos del pueblo pasaron y me dejaron una nueva litrona junto a la roca donde estaba sentado. Todos aceptaban tácitamente que Héctor y yo nos disponíamos a arreglar el mundo y que quizás cuando llegásemos a Buldeque, la fiesta habría terminado y tocaría volverse.
-Hazte un porro.- Le dije cuando volvió.
-Para que te lo fumes tú ¿No?- Dijo mientras se abrochaba el cinturón.
-Para que nos lo fumemos los dos.-
-Ufff Ahora que has dicho eso…- Empezó a sacar los utensilios necesarios, la piedra, el papel, las boquillas, el mechero… y me lo dio todo menos la piedra y el mechero.- El otro día me fumé el mejor porro de mi vida.-
Comenzó a quemar la piedra.
-Me quedé solo en casa con Alba y estuvimos follando toda la tarde mientras llovía. Tienes que follar cuando llueve. Ufff… Sientes como si el agua estuviera cayendo sobre ti y…-
-Estabais follando mientras llovía.- Dije para intentar centrarle. La disertación sobre la lluvia podría llevar a otra de follar en bañeras o en piscinas y de ahí el bucle era infinito.
-Sí.- Dijo pellizcando la piedra.- Y le pedí a Alba que me hiciera un porro. Uff no sabes como me pudo poner verla hacer un porro desnuda, a oscuras, con las tetas iluminadas cuando se encendía el mechero, fue…- No terminó la frase, sino que extendió la mano derecha con un golpe seco, sustituyendo la palabra con un gesto.
Le pasé el papel y se dedicó a alisarlo y a buscar la pega para colocarlo bien. Hasta que no tuvo todo mezclado sobre la hoja, no continuó. Yo podía oír el agua del río pasando por detrás de nosotros y, a veces, ráfagas de viento moviendo las ramas de los chopos.
-Nos lo fumamos a medias.- Hizo una pausa. –Fue brutal. ¿Alguna vez has fumado un porro después de follar?- Le dije que no con la cabeza, yo sólo fumaba porros cuando iba al pueblo, cuando me los preparaba Héctor.- Nos quedamos dormidos abrazados al instante, los dos desnudos, aún sudando.- Bajó el volumen de la última palabra, tratando de crear esa sensación que él había experimentado. Se sentó a mi lado mientras terminaba de prensar el cigarro.
No lograba entender su habilidad para preparar los porros sin apenas luz. Me lo tendió.
-Enciéndelo.-
Aparté el cigarro con la mano.
-Sabes que no me gusta encenderlos.-
-Quiero verte haciéndolo.- Me dijo sonriendo. Después me miró a los ojos muy serio.
Lo cogí con los dedos y me lo puse en la boca. Me pasó el mechero y lo encendí. Acto seguido, le pegué unos cuantos tiros mientras él permanecía en silencio bebiendo cerveza.
-Fumas como las niñas. Seguro que me has babao todo el porro.-
-Si te lo he babado te jodes, no habérmelo dejado.-
Se rió. En esos momentos no sabía si lo hacía de mí o de la situación. Me miraba con cariño, le gustaba verme probando cosas. Le pasé el cigarro.
-¿Cuál ha sido tu mejor porro?- Me preguntó de pronto.
-Ya sabes que sólo fumo aquí.-
-¿Sabes qué eso no responde a mi pregunta?-
-¿Sabes qué tú haces lo mismo?-
-¿Sabes qué yo tengo más estilo?-
Sonreímos y le dio un par de caladas al porro soltando el humo lentamente, con los ojos cerrados.
-Este está siendo bastante bueno.- Dije poniéndome en pie. La naturaleza me llamaba. Me acerqué al puente que teníamos a la espalda y poco a poco el sonido del agua fue haciéndose más fuerte. Mezclado con él, llegaba el ruido de una orquesta de pueblo tocando una especie de pasodoble.
Héctor permaneció en silencio hasta que volví. Me pasó el porro.
-Me gusta el sabor de tu saliva en el cigarro.- Me dijo.
Guardé silencio mientras me apoyaba el porro en la boca. No había notado la diferencia de sabor del porro recién encendido al que tenía en los labios hasta que él lo había dicho. Quizás por eso había querido que lo encendiera yo.
A mi también me gustaba el suyo, pero no podía decírselo sin que sonase raro. Él era así, podía decir lo que pensaba por muy duro, cómico, desagradable, raro o inconveniente que resultase, pero los demás no. Y no porque él nos juzgase, sino porque nos juzgábamos nosotros mismos.
-Creo que nos conocimos antes de ser como somos y que somos como somos por habernos conocido.- Dijo de pronto cambiando de tema.
Me costó asimilar que se refería a la pregunta que le había hecho poco después de salir del pueblo.
-¿Cómo? No he entendido eso.-
-Sí joder. A ver. Tú eras uno antes de conocerme, y yo era otro. ¿Vale? Después nos conocimos, pero no conectamos. No existía “esto”-me señalo- pero de repente, un día, en uno de los dos surgió una idea que sin querer, fue percibida por el otro. Ufff cada vez lo veo más claro. No sé cual de los dos la tuvo, imagino que tú, para eso de las ideas eres único. –coincidía con él, Héctor simplemente llevaba a la práctica lo que yo pensaba- Luego, los dos maduramos la idea, juntos o separados, eso da igual. Estábamos hechos para “esa” jodida idea –dijo muy despacio- y poco a poco la hicimos nuestra hasta que un día - recogió el porro que le tendía- el uno la vio clara en la forma de pensar del otro… Y ahí empezó todo.-
Me quedé en silencio. La teoría no me disgustaba.
-Uff es genial.- No paraba de repetir.
-¿Y cómo terminará?- Pregunté.
Me miró con el cigarro colgando de la boca. La nueva pregunta, el nuevo reto, ya no le gustaba tanto. Los dos pensábamos que las cosas duraban lo que duraban, que había que agarrarse a ellas el tiempo que estuviesen con nosotros. Yo exprimía a Héctor cada minuto y absorbía sus palabras como una hormiga guardaba trigo para el invierno. Sin embargo, la idea de un final a nuestra relación era algo inconcebible. Ciertamente, yo no me lo imaginaba, eso era lo bueno de no habernos acostado, que nuestra relación era compatible con muchas otras relaciones simultáneas.
-Imagino que cuando uno de los dos descubra que no piensa como el otro.-
De repente ya no se escuchaba la música, ni la brisa, ni el agua. Hubo un silencio bastante tenso.
-Antes has contestado a cómo nos conocimos, pero no a por qué.-
El cambio de tema lo cogió desprevenido esta vez a él. Me pasó el porro.
-Si que lo he hecho. Nos conocimos para ser así. Porqué teníamos que ser así y nos necesitamos el uno al otro para ser así.-
-Y si algún día eso falla, si descubrimos que no pensamos igual, quiere decir que no somos así, o que, quizás, nunca lo hemos sido.-
Entrecerró los ojos y se puso en pie para acercarse a mí. Apuré el porro y tiré la chusta al suelo.
-¿Crees que pensamos igual o no?- Me preguntó.
Me acerqué más a él y expulsé el humo que me quedaba en los pulmones.
-¿Alguna vez has pensado en besarme?- Le contesté.
-¿Qué tiene que ver con…?-
-¿Lo has hecho?- Me acerqué más. El no se movió pero apartó la vista.
Volvió a mirarme.
-¿Tú que crees?- Me dijo.
-Creo que de tu respuesta dependen muchas cosas de nuestras teorías.-
Me sonrió, despacio, me agarró la cara con las dos manos y se giró. Caminó hasta el puente.
-Tranquilo, seremos amigos mucho tiempo.- Dijo mientras comenzaba a subirlo lentamente, con la seguridad de que yo subiría detrás de él.

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