martes, 15 de diciembre de 2009

La película de Dimitri

Oscar apagó el limpiaparabrisas y quitó la llave del contacto. Se quedó escuchando la lluvia mientras el sonido del motor iba poco a poco desapareciendo.
No llovía mucho, en Madrid siempre pasaba igual con el otoño, un par de aguaceros, una tormenta de algunas horas y de nuevo en primavera. El aire era otra cosa. Dentro del coche, Oscar podía escucharlo silbando a su alrededor, algo normal en Los Santos de la Humosa. Contempló el paisaje que se abría ante él disfrutando de la soledad. A aquellas horas de la tarde, con el sol aún por desaparecer, las parejas no habían acudido al mirador a disfrutar de unas vistas románticas, cosa que Oscar agradecía. Llevaba dos días sin poder soportar la visión de parejas enamoradas. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el volante.
Unas semanas antes, Oscar nunca hubiese hecho eso. No lo de ir al mirador, eso solía hacerlo cada semana, aunque nunca sólo, sino lo de apoyar la cabeza en el volante con los ojos cerrados. Bueno, hay que admitir, que antes Oscar nunca había estado enamorado. Todo era culpa de Aurora y de su pelo negro.
Abrió los ojos porque si los tenía cerrados sólo podía verla a ella. Ni siquiera era guapa, pero tenía una mirada tan intensa y unos labios tan sensuales que era imposible no enamorarse de ella. Si cerraba los ojos, Oscar tenía la impresión de poder tocarla si alzaba la mano, de que podía acariciar de nuevo su cuello y agarrarla por detrás de la cabeza, enredando sus dedos en el pelo para atraerla junto a él.
La noche que estuvo con Aurora en el mirador, no llovía. Ella llevaba un vestido marrón bastante corto con unos legis de color negro. Recordaba el nerviosismo con el que le había desabrochado el cinturón y con el que había deslizado cada tirante del vestido para dejar al descubierto sus hombros.
¿Por qué había vuelto al mirador? Ahí había pasado las dos mejores noches de su vida junto a Aurora, y a pesar de ello, ahora que la echaba de menos, volvía al mismo lugar, para imaginársela, o para intentar revivir algo de la esencia que había quedado impregnado allí.

Se preguntó cuando se había jodido todo. Él era capaz de precisar con claridad en qué momento se había roto la magia en cada una de sus relaciones. Siempre había algo que hacia que un resorte saltara en su cabeza y dijera: “Cuidado, se está enamorando de ti y tú de ella no”. Y aquella voz siempre tenía razón. Como con Sara. Dos días después del fin de semana, recibió una llamada suya y varios mensajes al móvil. Oscar se había dejado el teléfono en casa, pero al comprobar la impaciencia y la perseverancia de Sara, una lucecita se encendió en su cabeza: “Cuidado, puede ser una sicópata”. Y sin explicación ninguna, no volvió a llamarla ni a saber de ella. El disgusto le duró poco, después vinieron Berta y Candela, pero el disgusto también duró poco. Hasta que conoció a Aurora.
¿Le había vibrado el móvil? Lo sacó del bolsillo y lo comprobó. No, nadie había llamado. Subió el volumen al máximo, no fuera a ser que no se enterase si Aurora llamaba y dejó el móvil en el asiento del copiloto. A Aurora no le interesaba ni el Peugot descapotable de Oscar, ni su móvil de última generación, ni sus ojos verdes, ni la cicatriz que tenía en la mejilla. Eso era lo que más intrigaba a Oscar. ¿Qué narices le interesa a ésta? Pero al instante se arrepentía de llamarla ésta. Puede que también se haya dejado el móvil en casa. ¿Durante dos días? Puede que se le haya roto, o que lo haya perdido, o que se le haya borrado la agenda. Pero el móvil da señal, luego está encendido. ¿Da señal seguro? Si lo ha perdido, puede estar en cualquier parte y que la batería se esté agotando poco a poco. Puede ser, ella tampoco dijo que quisiera volver a verme. Tú tampoco se lo dijiste a ella y aquí estás. Ya bueno, ¿Por qué no me devuelve la llamada? ¿Seguro que tengo bien el número? El último mensaje se lo mandé a las dos, quizás aún esté durmiendo la resaca, esperaré a las cinco y llamaré de nuevo.
Miró su reloj, eran las cuatro y cuarto.

Sara ni siquiera esperó a que saliera de trabajar. Le estuvo acosando a toques, llamadas y mensajes hasta varios días después de tomar la decisión de pasar de ella. Elena había sido más comprensiva. Habían echado un par de polvos, se habían reído mucho en el cine una noche y ninguno de los dos había vuelto a saber del otro. ¿Se llamaba Elena? Quizás si que había querido saber algo de él, pero era la época en la que tenía la costumbre de dar el número falso, puede que Elena fuera una de las chicas a las que se lo dio. Ahora era más valiente, daba el verdadero y solía decir a la cara que no quería saber nada de nadie.
La angustia le volvía a veces al cuerpo como la marea. Desde que le había mandado el mensaje, estaba mucho más tranquilo porque tenía confianza en que le contestaría tarde o temprano, pero a medida que el tiempo iba pasando, esa confianza iba desapareciendo y se colocaba en su lugar una desazón interna. La angustia iba poco a poco creciendo, como la marea, hasta que se desbordaba, como la marea, y caía en la tentación de mandarla otro mensaje. Puede que no lo haya oído.

Decidió fumarse un cigarro para tratar de no pensar. Encendió el contacto y abrió un poco la ventanilla mientras apretaba el botón del mechero del coche. El aire frío de noviembre se coló por el pequeño resquicio e inundó todo el vehículo. Oscar sintió un escalofrío, pero no cerró la ventanilla, prefería el frío al humo. Encendió el cigarro y quitó el contacto. El viento iba en la otra dirección y las gotas de lluvia no entraban por la ventana. Sólo entraba el frío. A las dos caladas volvió a pensar en Aurora. Tenía que haber hecho algo mal. Sara lo hizo, Sara le llamó demasiadas veces, Sara fue muy pesada, Sara le agobió. Él no había sido así, él tenía razones para escribirla, para preocuparse. O al menos eso pensaba. ¿Por qué iba a estar agobiada ella? Si él no lo estaba y era el rey del agobio, no entendía como ella si que podía estarlo. Además, para él no era una estupidez, no la llamaba porque sí, era una necesidad, lo necesitaba, necesitaba oír su voz hablándole de nuevo de cine ruso y de libros que no se podían comprar el librerías normales. Oscar sólo leía porno, y no siempre, que la mayoría de las veces se limitaba a verlo en Internet, pero sin embargo, había sentido curiosidad. No iba a leer, por supuesto, pero podía escucharla hablando de libros raros.
Sonó el teléfono. Apagó el cigarro aún a la mitad y cogió el móvil con nerviosismo. Era Carlos. Probablemente querría saber que harían aquella noche y quien se encargaba de comprar la bebida. Colgó el teléfono con brusquedad. Lo único que faltaba era que si Aurora llamaba se encontrara la línea ocupada por Carlos. Había pensado decirle a su amigo que aquella noche fueran por los bares en los que podía cruzarse con ella, pero no sabía muy bien para qué hacer esto. ¿Qué le diría? ¿Y si la encontraba con otro? Tenía que decidir ya. Lo peor era la incertidumbre. Si al menos Aurora le mandara a la mierda, podría emborracharse en paz aquella noche y llevar a otra diferente al mirador. No, nunca podría traer a nadie más al mirador. Aquel mirador era de Aurora. Antes de dejar el móvil, marcó el número de ella y espero escuchando los tonos. Un tono. El corazón contenía la respiración. Otro tono. Tenía tentaciones de colgar. Más tonos ¿Y si contestaba tarde? Último tono. Podía no tener saldo. Un pitido. La voz de una operadora salió del teléfono, asustándolo. No era Aurora, sólo le decía que el teléfono no contestaba. Como si él no lo supiera. Dejó el aparato a un lado. Eran las cuatro y media.

El viento cambió de dirección y varias gotas se colaron en el coche, salpicando la cara de Oscar y resbalando perezosas por el cristal. Subió la ventanilla y resopló por la nariz.
Eso no era justo. Aurora debería como mínimo mandarle un mensaje. Uno corto, que sólo dijera: “Vete a la mierda”. O “Déjame en paz”, o cualquier cosa de esas que dicen las mujeres cuando no quieren que te acerques. ¿De qué valían las horas en el gimnasio si Aurora no llamaba? Podía coger la agenda, empezar por una letra y en seguida tendría dos o tres tías dispuestas a subir con él al mirador y hacer lo que quisiera. Pero no quería eso. Eran todas iguales, pendientes dorados de aro en las orejas, piercing en los labios, la raya del ojo hasta las patillas, minifaldas, botas altas, chaquetas con pelo en la capucha, comiendo chicle, camisetas de colores chillones dejando ver más de lo que deberían. Todas, desde Ana hasta Zulema. Follarse a una era follárselas a todas. Además no quería follar. Quería escuchar a Aurora hablando de cine. Todas eran iguales, menos Aurora. Sara tampoco era igual, Sara le había gustado, pero la había cagado. Sara tendría que saber que la había cagado, por eso no se molestó en darle explicaciones. Como Aurora. Aurora también debía saber que Oscar la había cagado, que no quería saber nada más de él. Pero Oscar no lo sabía. Quizás Sara tampoco lo sabía. Pues Sara si se merecía saberlo, al menos no vivir con la incertidumbre con la que vivía él.

¿Fue la música house? Ella había torcido la nariz al subirse en el coche y escucharla. El equipo de sonido tampoco la había impresionado. Prefirió quitar la música, escucharse el uno al otro. Pero si ni siquiera era guapa. Tenía las tetas pequeñas además. ¿Cómo se llamaba el director de cine ruso al que iba a ver este fin de semana? Podría presentarse en el cine. Seguro que no había mucha gente. ¿Dimitri? Es el único nombre ruso que sabe así que si no es Dimitri no es ninguno. Podría buscarlo por Internet. Joder que tías más raras. Seguro que ahora se está follando algún gafapasta en los baños de un cine de segunda mientras gimen en ruso. Sara al menos no protestó por la música y sonreía mucho. ¿Y si Sara no sabe que la cagó? Desde luego Oscar no la iba a cagar más. Había aprendido la lección. Antes de poner música, se pregunta. Y si alguien la caga, se le dice.
No como Aurora, que tía más rara. Sara era más normal, pero no llevaba piercing en los labios. Mejor. Oscar quería quitarse el de la ceja.
Carlos volvió a llamar. Carlos sí llevaba piercing. Esta vez contestó, había perdido la esperanza de que fuera Aurora. Se sentía abatido y arrepentido. Abatido por comprender que no había más de donde tirar y arrepentido porque se daba cuenta de que se estaba arrastrando por una tía. Le dijo que aquella noche no pensaba salir, que tenía planes con una chica. Carlos le preguntó si iba a ir al mirador con un tono bastante estúpido y una risita al final, Oscar le mandó a paseo y colgó.
Buscó un teléfono en la agenda y llamó. Aún no sabía muy bien que decir.
-¿Sara? Sí, soy Oscar.- La chica contestó. –Claro, no, normal que lo borrases, ¿Puedes hablar un segundo?- Otra contestación. –Sí, es rápido. Escucha, siento mucho haber desaparecido sin dar señales de vida. La verdad es que tenía un cacao increíble en la cabeza y…- Una interrupción.- En serio, no es una excusa. Sí, si me dejas te lo explico mejor.- Silencio y contestación. –Esta noche si quieres, pero sólo si quieres o te viene bien.- Contestación. –No, no pensaba ir esta noche.- Contestación.- Ya me ha dicho Carlos lo de la fiesta, pero no me apetece. ¿Te apetece tomar algo en la tetería? Podemos ir al cine. Creo que ponen una película de un ruso que se llama Dimitri.-

3 comentarios:

edu_art dijo...

chico no sé cómo lo haces, pero cada vez escribes más y mejor!

white dijo...

yo sí que lo sé.

txïo [patito-feo.es] dijo...

La única pega que le pongo es el nombre del protagonista... (O no... quizá estuviste acertado)