viernes, 27 de noviembre de 2009

Un día importante

Me levanté y cerré las ventanas de la habitación. Era uno de los junios más calurosos que recordaba en mis dieciocho años y eso que siempre he sido friolero. En esa ocasión no me molestó que el calor me despertara, tenía que ponerme en pie en diez minutos. Como disponía de tiempo, me senté en la cama con las piernas cruzadas y revisé los papeles de la matrícula de la universidad que estaban desparramados por la mesa. La fotocopia del DNI (tengo que ir a renovármelo el mes que viene), los papeles del banco, los papeles de la universidad, el sobre con las fichas, las fotos de carnet (quizás guarde una para el DNI, no sales mal con ese flequillo). Todo en orden. Lo metí todo dentro del gran sobre de la universidad y me tiré de nuevo sobre la cama.
Aquel era el día por el que llevaba esperando mucho tiempo. Por fin me iba a convertir en universitario. Era mayor de edad y el futuro se abría paso poco a poco ante mis ojos. Sin embargo, algo en mi interior no estaba bien. Desde hacía varias semanas, exactamente desde que había terminado la selectividad, sentía dentro una especie de malestar y nerviosismo que yo achaqué a la espera para ingresar en la universidad. Ahora sé que no. Realmente, todo empezó cuando me senté con mis padres a comer la tarde en que hice mi último examen.

Recuerdo que mi madre había hecho judías pintas para comer. Ella aún llevaba el traje del trabajo y se había recogido el pelo en una improvisada coleta para no mancharse mientras nos servía la comida. Mi padre por el contrario se había quitado el uniforme y se había puesto un pantalón deportivo de manga corta y una camiseta blanca de tirantes llena de pelotillas. Les conté como me habían ido los exámenes y me preguntaron que si ya había entrado en razón.
-¿En razón? ¿En razón de qué?- Pregunté extrañado.
Mis padres se miraron.
-Pues en hacer una buena carrera claro está.- Dijo mi madre.
La cuchara se me quedó a medio camino entre el plato y la boca.
-¿Cómo? Pensé que lo habíamos hablado ya. Creía que lo de hacer derecho era sólo una propuesta vuestra.-
-No seas tonto hijo.- Dijo mi padre. – Aquí no somos unos ogros. Pero piensa en todo lo que hemos trabajado nosotros para que estudies algo que no sirve para nada.-
Le miré a los ojos, pero él siguió comiendo sin mirarme ni un momento. Mi madre por el contrario parecía más nerviosa de lo habitual. Puede que mi madre me conociera más que mi padre y supiera que me estaba cabreando. A mi padre le importaba poco que me cabreara, sólo tenía una visión del mundo, la suya, y todo lo que no entrase en ella estaba fuera de sus manos y, en consecuencia, de su interés.
-¿Esa es tu opinión sobre el periodismo?-
-Sí.- Esta vez sí me miró, desafiante. – Y como soy yo el que paga, me gustaría que se me tuviera en cuenta.-
-¿Y al que estudia?- Pregunté dejando la cuchara en el plato y poniendo los brazos en jarra. -¿A ese no se le pregunta?- Se acercaba uno de mis accesos violentos, el tono de la voz iba subiendo lentamente. No podía creer que me estuvieran fastidiando el día de aquella manera.
-Menos humos.- Dijo mi padre con indiferencia. –Ya te he dicho que puedes estudiar lo que te dé la gana. Otra cosa es que nosotros estemos conformes o que estemos dispuestos a pagarte la carrera entera en ese caso.-
Lo que más me molestaba era su indiferencia. Esa manera de decir las cosas sin mirarme, mientras seguía comiendo. Se dedicaba a recitar una ley universal que no podía revocar nadie. Algo así como dos más dos son cuatro, tú verás lo que haces como no estudies Derecho.
Me puse en pie. Mi madre estaba apunto de decir algo, pero no sabía muy bien donde posicionarse. No quise obligarla a elegir, pero me apunté que no saliera en mi defensa. Subí a mi cuarto y ninguno de los dos subió a buscarme. Me imaginé a mi madre diciéndole a mi padre que me dejara estudiar Periodismo, que era lo que yo quería. Y a mi padre diciéndole que ya sabía lo que pasaría, que empezaría Periodismo, que no lo acabaría, que me cambiaría a Filología Hispánica, que no me llenaría, que empezaría Psicología y así dios sabe cuantas carreras. Qué yo podía elegir, pero que no sabía. Probablemente le diría a mi madre que ya se me pasaría y que era un cabezón, que acabaría estudiando lo que me diera la gana y se iría al salón a ver la tele sin recoger ni un solo plato de la mesa.
Desde aquel momento, mis conversaciones con mis padres se limitaron a breves respuestas a preguntas indiferentes. Mi madre intentaba un acercamiento a mí a través de las comidas, dedicándose a preparar mis platos preferidos, pero yo, dolido aún, casi nunca probaba bocado e intentaba comer fuera de casa la mayor parte del tiempo. Lo peor de aquella situación, fue sin duda tener que aguantar la lástima que me daba mi madre. Más de una vez estuve a punto de decirle que no estaba enfadado con ella, que la culpa era de mi padre, pero la verdad es que estaba muy a gusto sin hablarme con ninguno de los dos y me daba igual si mi madre lo pasaba mal o no.
Ahora pienso que quizás lo hacía para que mi madre presionara a mi padre, pero si eso había tenido lugar, jamás llegó a mi conocimiento, así que desistí de ser cabezota y empecé a plantearme las cosas en serio.
Lo peor de todo no era hacer Derecho o hacer Periodismo, lo peor de todo era tener que elegir entre mi elección y la elección de mi padre. Me informé sobre carreras conjuntas, pero ni me llegaba la nota, ni me veía con la capacidad suficiente. Además, dudo que mi padre viera con buenos ojos que me pusiera con dos carreras a la vez. Siempre pensaba que era un inconsciente y que no estudiaba demasiado. Me sentía cada vez más enfadado y tardé unos días en descubrir que no estaba enfadado con mis padres, sino conmigo mismo. Al fin y al cabo era yo el que tenía que elegir, pero no era libre para elegir. Si hacía Periodismo, me vería obligado a esforzarme por sacar buenas notas y no dejar la carrera a medias solo por darle en las narices a mi padre. Pero si hacía Derecho, iría con la predisposición de estar estudiando algo que no me gusta y con la posibilidad de que mi padre me dijera al abandonarla: “¿Ves como eres un inconstante?”
Total, que dos días antes de que terminara el plazo para entregar los papeles, decidí complacer a mi padre, aunque solo fuera por ver la cara que ponía cuando me graduara en derecho y me viera en el paro y con una carrera que no me gustaba. Pero aquel sentimiento, aquella desazón, no se había marchado al decidirme, al contrario, seguía ahí, rondando mi cabeza.

Cuando al fin sonó el despertador, yo me encontraba sentado en la cocina desayunando. Escuché como mi madre entraba en la habitación, apagaba mi despertador y bajaba las escaleras. Me daba tanta rabia que ya estuviera de vacaciones y me viera marcharme. Ninguno de los dos sabía finalmente que decisión había tomado, ya me habían dado el dinero antes de que me montaran esa escena y sólo tuve que ir al banco y pagarlo. Mi madre llevaba una bata rosa de gasa y el pelo suelto alborotado. Me dijo buenos días y le gruñí una contestación mientras bebía la leche. Esperaba escabullirme de la cocina antes de que quisiera hablar conmigo, pero para mi sorpresa, ella no me dejó.
-¿Vas hoy a lo de la universidad?- Me alegré de que no intentara dar rodeos ni buscase un acercamiento.
-Sí.- Recogí la servilleta y me puse en pie con el vaso en la mano. Ella me miraba apoyada en la nevera, quizás buscando su frescura.
-¿Y qué vas a hacer?-
Dejé las cosas en el fregadero y la miré a los ojos. Luego desvié la mirada hasta el cubo de basura y le dije mientras tiraba la servilleta:
-Derecho.-
Se le iluminó la cara. Debió pensar que todos sus problemas se habían solucionado, que su crisis familiar estaba superada y que podría volver dentro de dos semanas a limpiar culos de bebés en la guardería con una sonrisa. Tendría un hijo abogado, con eso tenía para cinco años de orgullo frente a las vecinas.
-¿De verás?- Preguntó sonriendo.
Yo me tomé aquella pregunta como un seguro. Si le decía que sí, no sólo respondía a que estaba seguro de estudiar Derecho, sino a que estaba seguro de la elección que había tomado. Y a mí no me gustaba mentir a mi madre. Desde aquel momento le cogí más aprecio a hacerlo.
-Sí.- Contesté saliendo de la cocina.

Una hora y media después, me percaté de que mucha más gente que yo en el metro iba a entregar su matrícula a la universidad aquel día. La mayoría iban acompañados por alguien, sus padres principalmente, pero yo no entendía eso. Mis padres nunca me habían acompañado a realizar ningún tipo de trámite, al fin y al cabo, eran mis trámites, no los suyos. Yo tampoco les acompañaba cuando iban al banco a poner en orden sus cuentas corrientes.
-Es mi trámite.- Pensé mientras dejaba sentarse a una señora mayor en mi asiento. –No el suyo. No son ellos los que van a estar matriculados en Derecho.-
Mientras subía las escaleras mecánicas iba escuchando algunas conversaciones sueltas de la gente que se quedaba en el lado derecho para evitar que sus acompañantes subieran andando aquel tramo. Había mucha ilusión, excepto en aquellos que ya llevaban varios años en la universidad. A esos se les reconocía porque iban solos, con un sobre en la mano y no sonreían a nadie. Pero los otros, los ilusionados, esos brillaban por el metro. No sé, quizás fuera como me sentía en aquel momento, pero yo solo podía verlos a ellos. Los veía contentos, felices, con sus familias apoyándoles, emocionados. Yo iba a realizar un trámite. Cómo cuando me apunté al instituto para hacer el bachillerato de Ciencias de la Salud. No hubo ninguna emoción. Era un trámite para llegar a la universidad. Quizás si me hubiera apuntado al de Ciencias Sociales tal y como pensaba en un principio… pero aquella decisión fue más lógica, al fin y al cabo, el Bachillerato de Ciencias de la Salud era, junto con el Tecnológico, el que más salidas tenía. Si quería hacer Periodismo o Derecho, podía hacerlo desde allí. Claro está que la nota media que obtuve no fue tan alta como quizás habría sido en los otros bachilleratos. Y así probablemente me habría llegado para hacer la conjunta.

Me perdí dos veces entre todas las facultades antes de encontrar la mía, por lo que se me habían hecho ya las once. No me pareció una facultad bonita, pero la de Periodismo tampoco lo era. Sin embargo esta me pareció sombría y tétrica, muy fría.
-Aquí vas a pasar como mínimo cinco años de tu vida.- Pensé.
Traté de desechar esos pensamientos de mi cabeza. Bien empezamos.
Como no tenía intención de perderme más de dos veces, dos son mi límite antes de preguntar a alguien, abordé a un chico que debía rondar mi edad y que caminaba con un sobre a paso muy decidido. Él también se matriculaba ese día y se ofreció a acompañarme a secretaría. A pesar del calor, en aquel edificio hacía muchísimo frío.
Llegamos a secretaría y nos pusimos a hacer una cola infinita. No me acuerdo del nombre de aquel chaval, pero sí me acuerdo de cómo iba vestido. Y no por que me gustara especialmente, sino por que mucha gente va vestida igual que él. Tenía un polo azul marino con otro azul celeste debajo. Los dos de manga corta. Llevaba un pantalón vaquero y un cinturón marrón de cuero con una hebilla plateada. En los pies, llevaba unos mocasines del mismo marrón que el cinturón y en las manos llevaba dos pulseras, una con los colores de la bandera de España y otra con una frase de apoyo al Papa. Algo así como: “Juan Pablo II te quiere todo el mundo”. No quise prejuzgar a nadie, pero no era la clase de persona con la que me veía compartiendo una amistad. En cuanto a su cara, poco recuerdo ya que poco veía debajo del enorme flequillo con el que iba peinado. Prejuicios y todo, no me había parecido mala persona, al fin y al cabo, me había acompañado hasta la secretaría así que me dispuse a entablar conversación con él para tratar de enmendar todos los sentimientos negativos con los que había salido de casa.
-¿Es tu primer año?- Me preguntó con una sonrisita.
-Sí.- Dije - ¿El tuyo?-
-Yo estoy en tercero, espero quitarme unas cuantas este curso.- Lo dijo moviendo la cabeza y, creo, levantando las cejas, como si no le quedase más remedio.
-¿No te gusta la carrera?- No sabía si lo preguntaba con miedo o con esperanza.
Levantó los hombros antes de contestar.
-No sé que decirte. Mi padre tiene un despacho de abogados y bueno, me dijo que si hacía la carrera podría trabajar allí.-
-¿Pero no te gusta el Derecho?- Me miró divertido. Creo que intuyó mis miedos.
-No mucho, pero tampoco me gusta otra cosa demasiado. Al principio me gustaba la política, pero mi padre siempre decía que en eso todos son iguales, que va mejor siendo neutral y arrimándose donde más calienta.- Yo dudaba que su padre fuese neutral, pero empezaba a comprender las motivaciones de aquel muchacho.
La conversación derivó en algunos comentarios sobre el calor, el fútbol y las esperas en las instituciones públicas. Me pregunté por que un chico como él estaba estudiando en una universidad pública, pero me abstuve de comentárselo. A nuestro alrededor había cientos de chicos y chicas como él y no se lo iba a preguntar a todos. Lo que sí descubrí era que el chico era un loro que se limitaba a escupir las palabras que había colocado su padre en su boca. El padre tenía una opinión para todo y el chico así lo decía: Mi padre dice… como mi padre dice… mi padre piensa… eso dice mi padre… cuando a mi padre… acabé tan harto del padre como del hijo y me pregunté por que no era el propio padre el que se matriculaba en la universidad en lugar de su hijo.
Un temor me recorrió la espalda. ¿Y si yo era como aquel chico? No me había fijado en si había nombrado a mi padre en la conversación, pero quizás lo había estado haciendo constantemente y no me había dado cuenta. Aquel chico estaba viviendo la vida a través de su padre y puede que ni siquiera lo supiera. Y yo quizás esté haciendo lo mismo. Me horroricé ante ese pensamiento. Tanto, que mi nuevo amigo me preguntó que si me encontraba bien. Le dije que sí y el me aseguró que ya quedaba poca cola, que me relajara. Pero yo no podía relajarme. Siempre había creído que lo que yo hacía era totalmente distinto a la vida de mis padres, que había logrado vivir a mi manera. Incluso el hacer Derecho por que mi padre quisiera no era vivir su vida por que mi padre nunca había estudiado una carrera. Sin embargo, llegué a la conclusión de que puede que no estuviera viviendo la vida de mis padres, pero que mis padres sí estaban viviendo su vida a través de la mía. Me pregunté como había sido tan tonto. Después de todo, el que iba a estudiar Derecho cinco años y después se iba a pasar la vida trabajando en ello iba a ser yo. Puede que mis padres se negasen a pagarme más cursos de Periodismo que no fueran el primero, pero existían trabajos a tiempo parcial y becas. ¿Eran mis trámites no? Pues iba a empezar a hacerlos desde ya. Me aparté de la cola y empecé a caminar por el pasillo.
-Ey, que nos toca ya. ¿Dónde vas?-
-A cambiarme de carrera.- Dije sonriendo.
Y me marché a la facultad de Periodismo.
Si me equivoqué o no, es lo de menos, lo importante, es que aprendí a asumir mis propios riesgos.

2 comentarios:

Felipe dijo...

Muy buena elección!
En esta sociedad "utilitarista" para qué estudiar Filosofía, Filología, Historia, etc. muchos piensan que "no sirven para nada". A veces realizamos elecciones que luego marcan nuestras vida; pero aún así, siempre se está a tiempo de corregir el camino "torcido".
La sociedad necesita más Humanidad y menos utilitarismo desaprovechado.

Mj dijo...

Y la cantidad de chicos y chicas que estarán estudiando lo que sus padres les han dicho...Una pena, pasarte el resto de tu vida haciendo algo que no te llena...