martes, 2 de marzo de 2010

Día Cuatro

Aquel día siguió lloviendo. Por la tele habían dicho que el temporal remitiría para el final de la semana, es decir, para la Semana Santa propiamente dicha. A pesar de esa noticia, en la casa, la tensión era cada vez más evidente. Los padres de Toni habían tenido una bronca enorme debido a que la madre insistía constantemente en ver procesiones por la tele. Yo por mi parte, había logrado, sin saber muy bien como, que me castigaran sin la Game Boy. Toni trató de animarme y estuvimos un rato jugando a las cartas. Después de cenar, parecía que todo había vuelto a la normalidad. Aún así, la cena había transcurrido en silencio, escuchando el tic tac del reloj de la cocina y la lluvia golpeando contra la casa. A decir verdad, ninguno escuchaba ya la lluvia, simplemente estaba ahí, como ninguno escuchaba el latido de su corazón o la respiración de los demás. El reloj sin embargo era una novedad. Habíamos decidido sucumbir a ella y dejar que nos marcará el ritmo de la cena. A veces me daba por pensar que la lluvia trataba de entrar en la casa, como si quisiera mojarnos o ahogarnos.

Durante aquellas noches tuve muchos sueños extraños, quizás alentados por la ausencia de actividad, pero sólo recuerdo dos. El primero que tuve tenía que ver con el agua y con su intención de entrar en la casa. El sonido de la lluvia se había metido en mi cabeza y en el sueño. Estábamos Toni y yo, jugando a la consola y leyendo, cada uno en su cama cuando de repente, las ventanas se abrían de par en par y la lluvia empezaba a caer por la habitación. Las paredes chorreaban, haciendo que aquella cal blanca que las impregnaba, se fuera diluyendo, hasta dejar sólo a la vista los tablones y ladrillos. Recuerdo que me desperté sofocado y angustiado.

Después de aquella silenciosa cena, Toni y yo subimos a la buhardilla a refrescarnos. Habíamos adquirido aquella costumbre debido al agobio que nos producían los radiadores en las habitaciones. A nuestras madres les decíamos que teníamos el radiador encendido arriba, que no hacía frío, pero lo cierto era que aquel era nuestro territorio y que, como ellas nunca subían, podíamos tenerlo a la temperatura que nos diera la gana.

Nos tumbamos en la cama de matrimonio, cada uno con la cabeza en uno de los extremos de la cama y mirando al techo. Así pasábamos las horas muertas hasta que nos entraba el sueño o bajábamos a seguir leyendo o jugando a la consola. Cómo yo estaba castigado sin aparatito, aquella noche nos quedamos hasta que las circunstancias nos obligaron a bajar.

Alternábamos silencios en los que parecía que nos habíamos quedado dormidos, con risas y bromas. Incluso a veces, dejaba que Toni se pusiera trascendental y me contara alguna de sus teorías sobre la vida o la amistad. Después de uno de nuestros silencios, le pregunté que si le gustaba alguien. Se quedó callado.

−No, creo que no.

Me hizo gracia la expresión.

−-¿Crees? O te gusta o no te gusta. Venga anda, dime quién es.

Soltó una carcajada. Puso sus manos bajo la cabeza.

−No es nadie. Por eso creo que no. Lo sabría, ¿No? Si me gusta alguien aún no lo he descubierto desde luego. ¿Y a ti?

−Buah −me incorporé para mirarle a los ojos-, supongo que todas, en realidad me da igual, cualquiera.

El me golpeó en un brazo.

−No seas así. Estás demasiado malacostumbrado a tenerlas a todas encandiladas. Dime cual es el secreto. ¿Es el ojo azul?

Me reí muchísimo cuando dijo aquello.

−Eres un subnormal −le dije-. Uso los dos para enamorar, así tienen más poder de convicción.

−Debería colorearme yo uno entonces −dijo incorporándose.

−¿Para qué?, si supuestamente no te gusta nadie.

Él sonrió. Nos quedamos mirando.

−¿Qué? −le pregunté.

−A mi me gusta más el marrón. −Y se encogió de hombros.

Saqué un poco la lengua para reírme de él.

−A mi también me gusta más tu ojo marrón −dije antes de echarme a reír.

Toni También se rió, abrazándose las rodillas y colocando la frente sobre ellas. Nos callamos y nos quedamos mirando al frente, sin volvernos a tumbar. Volvió a mirarme. Yo le miré. Comenzó a acercarse lentamente y me besó en los labios. No me aparté, a pesar de que intuí sus intenciones. Le dejé besarme. Fue un beso corto. Sus labios me sabían a naranja. Se apartó y abrió los ojos.

−Toni yo… −Él comenzó a asentir, como si supiese lo que iba a decir−. Toni a mi me molan las tías.

No me había fijado en que temblaba de manera sutil, pero perceptible.

−Lo siento Julio, yo… −Se sentó en el borde de la cama y me dio la espalda−. No sé que me ha pasado, yo no soy marica eh, no no no.

Yo aún continuaba en la misma posición en la que me había besado, mirándole. Bajé las piernas al suelo, dándole también la espalda. De repente, una luz iluminó el cielo y al poco se escuchó un trueno. La lluvia arreció contra la casa. Permanecimos en silencio un rato, sin movernos. Yo no sabía que decir.

Al rato, Toni se levanto y se fue a la cama sin decir nada. Un acceso de ira me inundó la cabeza en ese momento sin que yo entendiese muy bien el motivo. Como un golpe de calor. Me entraron ganas de gritar y de golpear algo, estaba muy cabreado. Agarré la almohada de la cama y le di una patada. La almohada rebotó en el armario y cayó al suelo.

2 comentarios:

edu_art dijo...

empiezan con el típico "yo no soy marica" y terminan con el típico "fóllame tú"

en el fondo, sabes que nos encanta esa flexibilidad y esas ganas que tienen por conocer el mundo!

jajajaja

white dijo...

muy plástica la imagen del sueño y de la tormenta con la que cierras el capítulo.
Espero la siguiente entrega. Besitos