sábado, 6 de marzo de 2010

Día cinco

Que Toni me hubiera besado para mi era una putada. Lo peor de todo fue la angustia de no saber como afrontar el hecho. No sabía qué decirle. Me había dicho que no era marica, pero aún así me había besado. Pero joder, yo tampoco me había apartado. Aquella noche apenas dormí, y por lo poco que le escuché moverse, Toni tampoco durmió mucho. La tormenta había empeorado y las contraventanas golpeaban con furia los cristales. Intenté dejarme llevar por aquel sonido, pero fue inútil, los centímetros de la cama se me hacían cada vez menores y las sábanas no paraban de salirse del colchón.
Por la mañana, bajé antes de que Toni se despertara y encontré a nuestros padres en la puerta de la casa, mirando llover. Ya no caía con tanta fuerza, apenas chispeaba. Mi padre me señaló algo en el jardín. A unos metros de allí, justo detrás de la valla de la finca, un rayo había impactado en uno de los árboles más delgados del bosque, haciendo que cayera. Pero el tronco no se había desprendido del todo, y permanecía apoyado sobre otro árbol. Las copas de las dos plantas se mezclaban. Un escalofrío me recorrió la espalda, así que me fui a la cocina a desayunar para entrar en calor.
Toni no bajó a la cocina hasta que no me escuchó subir a la buhardilla. Hice amago de hacer algunos deberes, pero el padre de Toni subió a decirme que si me iba con ellos de excursión al monte.
−¿Viene Toni?
El padre adoptó una actitud guasona.
−Si claro, está preparando su varita mágica para que deje de llover. ¡Julito vamos al monte, no a la biblioteca! −Y empezó a reírse.
A mi no me hizo ni pizca de gracia aquel chiste, por lo que me limité a empezar a recoger mis cosas. No tenía muchas ganas de ir con aquel hombre y con mi padre, pero tenía aún menos ganas de quedarme a solas con Toni sin atrevernos a dirigirnos la palabra. Me vestí y me fui con ellos mientras Toni continuaba desayunando. Pude oír como su madre le alababa por no haber salido con nosotros mientras escuchaba una misa por la radio.
Mi padre me dio un bastón hecho con uno de los palos de la improvisada lona del día anterior y el chubasquero de mi madre.
−No vamos a dar una vuelta por la plaza Julio, ni pienso parar a que descanses.
Torcí la boca y me tragué una contestación. Asentí y salí a la calle.
Estuvimos deambulando por senderos y bosques durante cosa de una hora. Al final resultó que el que más entorpecía la expedición era el padre de Toni, cuya barriga apenas le permitía moverse. Llegados a un punto, encontramos un arroyo de montaña y el padre de Toni se empeñó en cruzarlo. Mi padre dijo que no era sensato con aquellas lluvias torrenciales, pero encontramos un tronco caído más o menos resistente. Me indicó que lo cruzara yo primero, ya que era el que menos pesaba. Empecé a cruzarlo andando sobre él, pero me agarró del chubasquero para detenerme.
−¿Ahora eres funambulista? Arrástrate sobre el tronco idiota.
Comencé a hacerlo mientras le escuchaba decir que no sabía como a veces era tan tonto. Llegué al otro lado cuando el padre de Toni empezaba a cruzarlo. De la montaña, el crecido arroyo traía flotando otro tronco caído. Mi padre lo vio y obligó al padre de Toni a volver hacia atrás. Efectivamente, cuando el tronco arrastrado impactó con el que nos había servido de puente, lo movió, lanzándolo del todo al agua. La corriente se llevó colina abajo los dos maderos. Mi padre me miró desde la otra orilla muy serio. El padre de Toni no paraba de reírse.
−Escúchame. Sigue el curso del río hacia arriba. Nosotros también lo haremos, encontraremos algún sitio por el que cruzar. No te alejes de la orilla.
La idea funcionó durante una media hora. El río seguía hacia arriba y la vegetación me permitía no perder de vista a nuestros padres, pero llegó un punto en el que los árboles se espesaban y ambos grupos tuvimos que adentrarnos en el bosque para rodearlos. Caminé hacia dentro más tiempo del que yo esperaba. Tanto, que apenas escuchaba el sonido del arroyo. Intentaba concentrarme en la dirección que estaba tomando, pero nuevos árboles aparecían en mi camino, alejándome de los padres. Cuando pude girar y volver al arroyo, descubrí que me había equivocado de dirección en algún punto. A mi alrededor todo eran árboles húmedos llenos de hojas cuajadas de rocío. Bajo aquella capa, la lluvia no caía, por lo que me quité la capucha del chubasquero y me senté en una roca a pensar. Según iba pasando el tiempo, me costaba hasta recordar el camino por el que había llegado. Por mis conocimientos, todos los árboles me parecían iguales y mis pisadas no se quedaban marcadas en la mullida capa de musgo que recubría el suelo. Tanto verdor me dañaba a la vista. Ni siquiera el marrón oscuro de los troncos o el gris de la neblina evitaban que aquel color tan vivo me ofendiera. Estaba perdido y no sabía como volver al arroyo. Ignoraba que era lo que mi padre quería que hiciera en una situación así. Si esperar a que él me encontrara o seguir caminando en alguna dirección. Supuse que preferiría que siguiera luchando, así que me puse en pie y avancé por donde yo pensaba que quedaría el arroyo. Me alegré de que Toni no hubiera venido. Prefería estar perdido yo a que él hubiera cruzado y estuviera en mi lugar. Yo al menos podía tomarme aquello con calma y volver a salir. Aunque quizás Toni no se hubiera perdido.
Cuando estaba ya dando por perdida cualquier esperanza y me planteaba pasar el día en aquel bosque, escuché la voz de mi padre llamándome. Grité para contestarle y tras varios intercambios de gritos, por fin logró encontrarme. Cuando me vio, se acercó corriendo y me dio un bofetón en la cara.
−¿Se puede saber dónde coño estabas?
−Yo, seguía la corriente y los árboles…
−Gilipollas, eso es lo que eres. No vuelvo a llevarte a ningún sitio. Vamos a casa.
El padre de Toni me miraba con lástima. Cuando mi padre se dio la vuelta, él se acercó y me agarró de los hombros.
−No vayas a llorar eh, eso es de nenas.
−Déjeme en paz −contesté incapaz de contener una lágrima.
Me solté de sus brazos y me puse a caminar detrás de mi padre.
Mi madre me dio un abrazo cuando el padre de Toni les contó lo sucedido y me vio con los ojos rojos. No dijo nada. La madre de Toni murmuró que no debería haberme ido con ellos y Toni me observaba con curiosidad desde el banco de la cocina. Dejé el chubasquero y las botas en la planta baja y subí a ducharme con el agua caliente. No bajé a comer y me metí en la cama nada más salir de la ducha. Mi madre subió a preguntarme si estaba malo. Le dije que me dolía la cabeza y se fue. Cuando lo hizo, me puse a llorar hasta que me quedé dormido.

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