jueves, 6 de mayo de 2010

Las baldosas del aeropuerto

Se miró la punta de los pies y pensó que no era tan importante, que solo era un paso. Todo empieza por un paso, pero ella ya había dado muchos hasta llegar a aquel punto. Sin embargo, ese paso, no era igual que los demás, no era un paso que sumar. Se fijó en lo fácil que había sido hasta ahora caminar y moverse, sin pensarlo, un movimiento automático que levantaba una pierna y la adelantaba, mientras la otra permanecía a la espera para seguirla. Así durante toda su vida. Ningún paso se había desperdiciado, todos habían concurrido en aquel aeropuerto aquel día.

Cristina odiaba viajar. No tenía ninguna necesidad de moverse de su pequeño apartamento de las afueras de Madrid. Cuando lo hacía, era simplemente por trabajo o por obligación. Como aquel lunes, que por obligación se había tenido que comprar una maleta y llenarla con cosas que ella quería que permanecieran en su casa, luego, por obligación también, había comprado por Internet el primer billete hacia Tokio que vio.

Sus zapatos estaban impecables, negros, lustrosos, unos tacones sensacionales y bien cuidados que resaltaban con el frío mármol de la terminal de Barajas. Ese suelo indiferente que tantos pasos había acogido. Pensó en la cantidad de historias que habían empezado o terminado en aquellas baldosas y lo ajenas que parecían a todo eso. Se sintió terriblemente sola. Para Cristina, toda la culpa la tenía Laura, su hermana pequeña, que se había enamorado de un estúpido bohemio que la había arrastrado hasta Tokio solo para ver si en Tokio las alcantarillas de la ciudad echaban humo. Ahora su hermana estaba al borde de un ataque catatónico ingresada en un hospital con un nombre impronunciable y su cuñado estaba muerto y esperando a ser reconocido en el depósito de ese hospital. Había intentado negarse a ir, pero su madre no entendía inglés y no comprendía nada de lo que le dijeron por teléfono cuando llamaron desde allí. Hizo que Cristina fuera hasta su casa, con su consiguiente disgusto, y le tradujera lo que aquel señor inglés les decía. Apuntó la dirección del hospital en un papel y se la tendió a su madre.

−¿Qué pretendes que haga con esto? Yo no voy a ir hasta Tokio.

−Bueno, ya nos mandarán los cadáveres −repuso Cristina encogiéndose de hombros.

Aquella expresión provocó un ataque de histeria en su madre que pasó por distintas fases: Primero empezó a quejarse de su inutilidad y de la edad que tenía, después lamentó que su padre estuviera muerto para que solucionara aquello, más tarde insultó a Laura, llamándola tonta, por haberse ido tan lejos y por último, empezó a mezclar todas las fases y a llorar como si Laura ya estuviera muerta. Cristina la observaba, de pie, con los brazos cruzados y esperando a que se calmara. Cuando lo hizo, su madre la miró con los ojos llorosos y suplicantes.

−Hija, vete a por tu hermana, por favor.

Y nada más, ni siquiera un: “Yo te lo pago” o un “Sé cuánto te molesta” o “Comprendo el esfuerzo que te estoy pidiendo”. Cristina se observó la falda beige que usaba para ir a trabajar los lunes y se alisó una arruga, cogió su bolso del sofá, donde lo había dejado al llegar, e introdujo el papel arrugado con la dirección que su madre aún tenía en la mano. Se marchó de allí sin decir nada más. De camino a su casa había comprado la maleta y llamado a su jefe mientras la hacía. Se había sentido confusa al hacerlo: “¿Qué se echa en una maleta? ¿En Tokio es verano o es invierno? ¿Cómo cambió mi dinero?”, pero se negó a llamar a nadie para preguntar, ya lo averiguaría por el camino.

Por megafonía se anunciaba que no se harían anuncios por megafonía sobre los vuelos, lo cual le resultó curioso y la hizo sonreír. “Solo es un paso”, se dijo.

−Señorita, ¿le pasa algo?

El azafato sonreía y miraba hacia el suelo, en la misma dirección que Cristina.

−No, nada, aquí tiene mis documentos.

−Pensé que se había quedado pegada al suelo −intentó bromear él.

−Ojala −respondió Cristina sin sonreír.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Qué buena pinta tiene esto ;)

piero dijo...

Viva Tokyo de Henares, más madera, please...