−Querida, ¿te despierto?, es que voy a saltar por la ventana.
−No, no te preocupes. Muy bien, asegúrate de que no haya nadie abajo y cierra la ventana antes de saltar, no quiero coger frío ni que me despierte el ruido del golpe.
−Por supuesto. ¿Quieres algo del infierno?
−Mmm ya que lo dices, podrías decirle a tu madre que nos devuelva el dinero que nos robó antes de morir.
−¿Y no quieres que le de recuerdos a la tuya?
−Mi madre no esta muerta, cariño.
−No, a la que llamas madre no esta muerta, es cierto, pero si encuentro a la de verdad, ¿quieres que le diga algo?
−No, total ya daría igual. ¿Qué les digo a tus amantes cuando pregunten por ti?
−La verdad, que no salté por ellas, que fue solo por tu culpa.
−Comprendo.
−¿No te quedarás algo sola cuando salte?
−No más sola que cuando estas aquí.
−Me quedo más tranquilo. ¿No crees que deberías ser tú la que saltaras?
−Que cosas tienes, amor, si lo hiciera, tú ya no tendrías motivos para tirarte y no quisiera fastidiarte el plan. Además, yo me tomaría un bote de somníferos o algo así, algo que no manchara.
−Por supuesto, que bruto soy a veces, querida.
−Estoy pensando, ¿te importaría alcanzarme el bote de pastillas antes de irte?
−Claro, mi amor. Solo prométeme que esperarás a que salte.
−Lo intentaré. Por cierto, ¿no querrás llevarte el libro ese tan horroroso que siempre andas leyendo? Son once pisos de caída, no quisiera que te aburrieras.
−No es una mala idea, ten, tus pastillas.
−Muchas gracias, querido, que descanses.
−Lo estoy deseando, suerte con los somníferos, amor.
3 comentarios:
Sin palabras, o sí, inolvidable...
Negro, negro, negro... espera, gris? ah no! era una mancha, NEGRO.
De lo mejor que he leído. Con relatos así uno empieza a ser grande en la literatura.
Me encanta, Alejandro.
Publicar un comentario