martes, 6 de abril de 2010

Día siete

Me levante apenado. En cuanto abrí los ojos recordé que aquella misma tarde nos íbamos a marchar de la casa. A pesar de que habían sido unas vacaciones muy raras y muy agobiantes, no quería regresar a la soledad de mi casa. Allí no estaba solo, estaba Toni. Ya no llovía. Tampoco lucía el sol, pero por lo menos se podía abrir las ventanas para ventilar el ambiente.
Mi madre paseaba de arriba para abajo limpiando todo para dejarlo tal y como nos lo habíamos encontrado. Yo la verdad no me esforzaría tanto. Por la cantidad de polvo con la que nos encontrábamos cada Semana Santa, yo imaginaba que la casa no volvía a alquilarse en todo el año. Mi madre me devolvió la consola. Yo creo que para que no estorbara mientras ella recogía y hacía las maletas. La madre de Toni se dedicó a preparar la comida mientras nuestros padres echaban tierra seca sobre el barro de la entrada y sacaban los coches vacíos al camino.
Cuando mi padre subió para decirme que bajara con él, le dije que lo hiciera sólo, que así seguro que nadie lo hacía mal. Me miró cabreado, diciéndome con la mirada que me iba a enterar cuando no estuviera Toni, pero a decir verdad, no me importó mucho. Toni ni siquiera se inmutó cuando mi padre le miró para que se fuera. Ese bofetón podría ganármelo perfectamente por dejar caer un vaso o por pisarle al andar, así que ya que me lo iba a ganar de todas maneras, por lo menos podía hacer lo que me diera la gana. Hasta los perros dejan de obedecer si se les pega sin razón.
Toni y yo volvimos a subir a la buhardilla hasta que mi madre nos echó de allí para limpiarla y nos mandó bajar a comer. Nuestros padres comerían después, así podían darse más prisa. Parecía que ahora todos tenían prisa por irse. Ahora que ya no llovía y que se podía salir al jardín aunque fuera a pasear o a leer. A mí me dio lo mismo, incluso lo preferí por no ver la cara de mala leche que tendría mi padre.
Cuando terminamos de comer, volvimos a subir a la buhardilla después de que mi madre nos hiciera prometer que no íbamos a manchar nada. Estuvimos hablando un rato, pero la mayor parte del tiempo permanecimos tumbados en silencio mientras escuchábamos el trajín de pisadas y cacharros de la casa. Salió el sol de repente, como queriendo despedirse de nosotros, sus rayos caían directamente sobre mi cara, por lo que me giré y me tumbé en la misma posición que Toni. El colgante del “Señor de los Anillos” se le había salido y le caía a uno de los lados. Lo agarré y lo coloqué sobre su pecho. Me sonrió mirándome al ojo marrón.
−Oye Toni, no quería irme sin hablar de lo del otro día.
−Fue una tontería Julio, no te comas la cabeza. −Desvió la mirada hacia la pared.
−Ya. Pero quería decirte que siento mi comportamiento después de que pasara.
−No pasa nada, en serio. −Me pareció que le costaba tragar saliva.
Mi madre abrió la puerta y me dijo que bajara, que nos íbamos ya. Los padres de Toni se quedarían hasta que su madre terminara de fregar. Mi padre tenía que estar muy cabreado si ni siquiera iba a esperar a sus amigos.
−Ahora bajo, voy a despedirme de Toni.
−Bueno, date prisa que tu padre está ya en el coche. Adiós Antonio.
Cuando Toni se despidió de ella, cerró la puerta. Nos sentamos los dos al borde de la cama en silencio. Él se levantó y fue hasta su mochila, sacó el libro de “Matilda” y me lo tendió. Además, sacó un discman que dejó sobre el libro.
−Toma, no me gustaría que te quedaras con la duda de saber como termina. Y esto es para que puedas leerlo sin que tu padre te moleste.
Lo cogí, pero no sabía que decir.
−La otra noche me di cuenta de que lo habías estado leyendo. Yo casi me lo sé de memoria, puedes quedártelo. Espero que lo disfrutes. Eso sí, los cascos me los devuelves. −Sonrió.
−Pero, es tu libro preferido.
−Bueno, tú también eres mi amigo preferido −dijo sin dejar de sonreír.
Me levanté y le di un abrazo. Me emocioné tanto que se me escapó una lágrima. Me la sequé antes de que Toni me viera y me aparté de él suspirando.
−Muchas gracias.
Él sonrió de nuevo. Me di cuenta de que le había agarrado la mano que tenía libre. Él la miró sin saber muy bien si soltarse o no, sin saber que quería hacer yo. Agarré su mano con más fuerza.
−Te voy a echar de menos −dije.
Y le di un beso. De nuevo, me volvió a saber a naranja.

1 comentario:

white dijo...

Ya sé que no lo has revisado, pero hazlo, cuando te dejen, va a mejorar muchísimo. Besitos