sábado, 10 de abril de 2010

Algo

La cabeza de Roberto reposa sobre mi pecho. Sobre el pecho de ese chico que es, o era, un trozo de hielo. Y ese chico le permite que siga así, dormido, incluso le acaricia de vez en cuando el pelo, disfruta oyéndole respirar.

La gente como Roberto no suele gustarme, esos tipos altos, que van de fuertes y luego terminan abrazados a ti buscando protección. Me gusta la gente que es débil y no trata de ser fuerte o la gente fuerte que no es débil. Pero no me gustan los tipos fuertes que se te abrazan pegajosos una vez has terminado de follar con ellos.

Era la tercera vez que aquellos dos se encontraban. Aunque era la primera vez que Roberto había escuchado palabras bonitas de boca de aquel montón de hielo. Ese tío la estaba cagando, se estaba volviendo un blando. Estaba siendo alguien que va de duro y no lo es. Ese chico debería dejar de ver a Roberto.

Joder, si ni siquiera está bueno. Tiene cara de pan, sonríe mucho. Esa gente no es buena como follamigo, de esa gente uno acaba haciéndose colega. Además habla mucho. Los dos sabíamos que habíamos quedado a follar, pero él hablaba y hablaba. Y encima aquel tipo del coche no le paraba, le dejaba hablar, igual que ahora le dejaba continuar abrazado a él en el asiento de atrás. Incluso le prestaba atención a veces, cuando dejaba de pensar: “Joder cállate de una vez y sácatela”.

Conocí a Roberto en una página de contactos de Internet. Me mandó dos fotos, una vestido y otra desnudo y me preguntó que si me interesaría quedar con él de alguna de las dos maneras. Le ofrecí vernos vestidos y acabar desnudos, a modo de primera cita. Él accedió y me vino a recoger con su pinta de tipo duro y su coche con lunas tintadas.

−Yo no follo en mi coche −me dijo.
−Eso ya lo veremos.

Pero no follamos en su coche. Aquel chico que decía que era un bloque de hielo accedió a ir con él a otro lugar, quizás para no escucharle, quizás para escucharle más rato en el trayecto. Nos fuimos a una sauna de las miles que hay por Madrid. Y he de reconocer que yo no soy chico de saunas. A mí me gustan las cosas seguras y pagar para entrar en un sitio a ligar con la posibilidad de que esté lleno de viejos no me satisfacía en absoluto. Pero como iba con polvo asegurado, accedí, obligándole a que fuera, eso sí, la mejor de Madrid.

Después de todo, aquel chico se preocupaba por la higiene, después de haber querido follar en el asiento de atrás del coche de un desconocido hablaba de higiene, se hacía el digno después de haberse dejado arrastrar, trataba de poner al menos una condición al plan que estaba montando Roberto a su manera.

Por como se manejaba el tipo por la sauna deduje que era un asiduo de aquellos lugares, aunque él me aseguró que solía ir con un amigo suyo. Ni le creí ni le di importancia, en sitios peores la había metido yo y ahí estaba. Nos dieron un condón, un sobre de lubricante, una toalla y unas chanclas y nos quitamos la ropa. Fuimos directos a uno de los cuartos privados, cerré la puerta y follamos. Aquella fue la primera cita.

Estuvieron metidos en aquel cuarto mucho tiempo más del que necesitaron para satisfacerse, pero no parecían tener prisa. El tipo de hielo parecía ahora un charco de agua entre el vapor húmedo de la sauna y Roberto le abrazaba, no fuera a escurrirse por los bordes de la cama.

−Tío, ¿Pero qué te ha pasado en el pecho? Parece que te lo han cosido a puñaladas −pregunté.

Él se acarició las cicatrices que le cubrían todo el torso sin mirarme.

−De pequeño se me cayó aceite hirviendo.

Yo asentí, pero no sé por qué, no le creí. En sus ojos, leí algo más. Quise leer una historia de maltratos, pero no me parecía adecuada para la primera cita, así que hice que leía lo que mis orejas escuchaban.

−A mí mi madre me tiró sin querer un plato de sopa hirviendo en la pierna y no pude andar en varios meses −hice una pausa−, pero no me ha quedado marca.

Él asintió en silencio, quizás entendiendo que yo sabía que me mentía, y aceptando el reto de contarme la verdad en otra ocasión.

Y ese maldito muchacho, acariciando las cicatrices de Roberto, desnudo y dormido sobre él, repugnaba. Hacía más de media hora que aquel chico había quedado con sus amigos y el móvil (colocado en el salpicadero) vibraba intermitentemente con las llamadas. Pero sus amigos no sabían que no quería moverse, que aquel “trozo de hielo” no quería coger el móvil para no despertar a Roberto, para no arrancarle de aquel sueño donde parecía tan feliz.

La imagen de tipo duro de Roberto se me fue desdibujando a lo largo de la segunda cita. De hecho se me desdibujó mi propia imagen. No quedamos para follar, a mi pesar, sino para acompañarle a un sex shop a comprar un masturbador. “¿Qué clase de tipo duro necesita ayuda para entrar en un sex shop?” me dije decepcionado. Pero aun así acepté, quizás por curiosidad, quizás por tenerle contento para preparar un tercer encuentro.

−¿De verdad vas a follarte ese cacharro?

Él sonrió y llamó a la encargada que se acercó y nos miró de arriba abajo antes de sacar el artículo de la vitrina. Me cayó mal en seguida y deseé que Roberto no se comprara aquel aparato, pero me callé, sonreí y salimos de la tienda después de pagar.

−Bueno −le dije−, ahora podíamos ir a probarlo ¿No?
−Ya te he dicho que en mi coche no follo, esto lo pruebo yo en casa y contigo nada de aparatitos.

Al final no follaron en el coche, al final, aquellos dos imbéciles, hicieron el amor en el coche. Así quizás, los dos estaban contentos: Roberto sin follar en el coche y el trozo de hielo follando en el coche. Todo es cuestión de perspectivas.

La tercera cita fue aún más rara. Quedamos para follar, pero acabamos cenando en un restaurante. Nos volvíamos ya para casa, sin que me sintiera decepcionado por no haber follado, y Roberto se metió por una carretera que yo no conocía, paró el coche en un aparcamiento y comenzó a besarme. Follamos, o hicieron el amor, y después aquel chico se quedó dormido sobre ese otro chico, que observaba sin pestañear la parpadeante luz de su móvil y acariciaba sin querer una de las cicatrices del pecho de Roberto. Cuando la luz se apagó del todo, agaché la cabeza, deposité un beso sobre la frente de Roberto y le acaricié la mejilla para despertarle.

−¿Te apetece que tomemos algo con mis amigos?

1 comentario:

white dijo...

Me ha despistado un poco el cambio de punto de vista, es como un latigazo que te saca de la escena para arrojarte de nuevo en ella, quizá las transiciones deberían ser algo más suaves.
Por lo demás buen relato y ya sabes lo que te digo siempre re...
Besotes