viernes, 30 de abril de 2010

"Sobreviviré, no me preguntes como, no lo sé"

Laura Pausini - Como si no nos hubieramos amado.

Yo ayer he entendido que
desde hoy sin ti comienzo otra vez
y tú...aire ausente
casi como si yo fuese transparente
alejándome de todo
escapar de mi tormento.

Pero me quedo aquí
sin decir nada...sin poder despegarme de ti
y eliminar cada momento que nos trajo el viento y
poder vivir...
como si no nos hubiéramos amado.

Yo sobreviviré
no me preguntes cómo no lo sé
el tiempo cura todo y va a ayudarme
a sentirme diferente...
a que pueda olvidarte
aunque es un poco pronto

Me quedo inmóvil aquí
sin decir nada...sin poder aburrirme de ti
y eliminar cada momento que nos trajo el viento y
poder vivir...
como si no nos hubiéramos amado

...como si nunca te hubiera amado
como si no hubiese estado así...
...y quisiera huir de aquí, quisiera escaparme.

Pero me quedo otra vez, sin decir nada, sin gritarte:
-¨ven, no te vayas¨
no me abandones sola en la nada, amor...

...después, después, después viviré
como si no nos hubiéramos amado.

...como si nunca te hubiera amado.

miércoles, 28 de abril de 2010

El garaje de Rafa

−Es que no entiendo por qué te molesta tanto que el vídeo esté ahí.

−A ver, que no se trata de que me moleste el vídeo, Rafa, se trata de que hay que comprar un DVD.

Rafa se quedó mirando al viejo aparato que Silvia había bajado de la estantería y había puesto sobre la mesa. Así, desenchufado y separado de la tele parecía una pieza de un robot desmontado. Tenía una capa de polvo por encima que confirmaba que hacía años que no lo usaban, probablemente ni funcionara.

−Es el vídeo de mi casa, me lo traje cuando mis padres murieron.

−Si ya lo sé, cariño −dijo ella abrazándolo por detrás−, por eso precisamente aún no lo he tirado, sé que le tienes mucho aprecio y quiero que entiendas porque hay que cambiarlo.

Él se separó.

−Pues mira, no lo entiendo. Nunca vemos películas, no sé para qué queremos un DVD. Con él no podremos ver todas las cintas que tenemos aquí guardadas.

−Si es que el DVD tiene mucha más calidad, voy a llevarlas todas a que nos las pasen a cedes, así ocuparán mucho menos espacio y podremos conservarlas mejor.

Rafa no estaba tan seguro de eso, solo pensaba en aquel aparato de color negro, triste y solitario sobre la mesa del comedor y recordaba la cantidad de veces que había sido feliz con ese objeto inanimado. Le vino a la cabeza el día que sus padres lo trajeron y se reunieron todos frente al televisor para ver la primera cinta que habían comprado. No recordaba muy bien la película, pero le sonaba que era una de dibujos. Más tarde, Rafa había aprendido que el vídeo tenía otros usos, como el de hacer de garaje para sus coches de juguete o guardar las monedas que le daba su abuela a escondidas, con el consiguiente viaje del aparato al servicio técnico. Por esa manía, sus padres decidieron subir el vídeo sobre la estantería, costumbre que había heredado él cuando se lo había llevado pesar de que no tenía hijos.

−¿Me estás escuchando Rafa?

−No −dijo mientras cogía el aparato y lo devolvía a su lugar junto a la televisión.

lunes, 26 de abril de 2010

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

LOS HERALDOS NEGROS - César Vallejo

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

sábado, 24 de abril de 2010

Sábado

Odio madrugar los sábados :(

jueves, 22 de abril de 2010

vivir para trabajar

martes, 20 de abril de 2010

Arde León

Tuvimos que ir hasta el pueblo cuando nos enteramos de que mi tía había quemado la casa. Durante todo el trayecto yo me la imaginaba haciéndolo. Sabíamos que había sido por la noche, en ese momento le habría resultado fácil acercarse a la casa, total, en el pueblo no hay casi nadie entre semana. Sí, sin duda había sido por la noche, así los bomberos tardarían más en llegar. La imaginé aparcando el coche frente a la casa, dejando los faros encendidos para alumbrar algo la entrada. Hasta imaginé el aspecto fantasmal que debía tener la casa. Sin duda mi tía se quedó un rato apoyada en la puerta del coche, mientras el sonido de la radio inundaba la calle y bocanadas de vaho le salían por la boca. Seguro que sonreía. Tiene que haber sonreído, tenía que disfrutar con lo que estaba haciendo, sino no lo hubiera hecho. No creo que estuviese pensando en que aquella casa era la casa de su infancia, ni en que lo que estaba cometiendo era un delito.

No, no estaba seria ni triste, se reía. Seguro que dejó las luces encendidas a pesar de que apagó el coche. No le hacían falta, ella podía manejarse por la casa sin ninguna luz, pero quería verla, quería fijar en su retina la imagen de aquella construcción, absorbiendo su vida, su esencia. Estaba feliz de ser la última persona en ver la casa, esa casa siempre iría con ella. Una vez destruida, ella habría robado la esencia del edificio, con todos sus recuerdos y todos sus símbolos. Estaba plantada, digamos que ensimismada, casi contando cada ladrillo de adobe, cada teja, fijando en su memoria el tono blanquecino de los marcos de las ventanas. Eso sería suyo o de nadie. Sonreía, estoy seguro, y pensaba, quizás, en que puede que mi abuela no le hubiera dejado la casa en el testamento, pero que eso no importaba, que ella la había cuidado, la había limpiado y mantenido en pie durante los peores años de la enfermedad de su madre y que aquella casa le pertenecía. No quería la caridad de su hermano, quería todo.

Tampoco sé cuando se le ocurrió la idea de quemarla. Puede que al principio, cuando supo que mi abuela en el testamento solo la había dejado el dinero, pensara en comprarle la casa a mi padre, no lo sé. Puede que solo fuera hasta allí para despedirse de ella, o para recoger todo lo que considerase suyo antes de que cambiáramos la cerradura. O quizás, sí, quizás, ya lo tenía pensado. Puede que supiera que mi abuela no la había dejado la casa y tuviera todo planeado, que llevase los tablones de madera en el maletero y la botella de gasolina. Puede que buscara por Internet (esto puedo verlo claro, sentada frente al ordenador en el cuarto de su hija, con un cigarro en la boca y el cenicero plateado lleno de colillas apagadas, con los ojos rojos, tosiendo mientras lee), buscando por Internet la mejor manera de incendiar una casa. Y sonriendo, no podía imaginarla de otra manera, sonriendo y tosiendo. Es fácil imaginarla tosiendo, con los pulmones tan negros de toda una vida fumando tabaco rubio. Ella siempre fumó tabaco de hombre, así se le agravó la voz. Sí, ella llevaba la lata de gasolina en el coche y sonreía mientras miraba la casa. Ella había nacido en esa casa, pero no moriría en ella.

Seguro que apagó el motor, no quitó las llaves (ni apagó las luces) y entró en la casa. Mientras estaba sentado en el coche, podía oír el crujido de la puerta de la casa sin haber estado allí y el rechinar de las bisagras al cerrarse tras ella. No escuchaba la radio, ni a mi padre hablando con mi madre, yo oía la puerta, veía a mi tía. Espero que permaneciera un tiempo oliendo la casa, impregnándose de sus sonidos y de su alma, como una esponja soltada en medio de una bañera, quieta, sin toser ni sonreír.

Antes de entrar seguro que cogió la lata de gasolina, no creo que hiciera varios viajes, en el pueblo no había nadie, pero no podía perder mucho tiempo. No debió estarse quieta tampoco, ella sabía a lo que iba. Seguro que roció primero la mesa de la cocina y el banco donde mi padre siempre se echaba la siesta mientras ella fregaba. Sí, el banco puede que fuera lo primero en arder, estoy seguro que ella quería verlo arder, reflejándose en sus pupilas. Ella se imaginaba a mi padre allí tumbado, sin hacer nada. Puede que no fuera en ese tiempo cuando se le ocurrió quemar la casa, puede que la idea surgiera una tarde de aquellas en las que ella fregaba y fregaba mientras oía roncar a mi padre y escuchaba de fondo la vuelta ciclista a España. Puede que lo pensara cuando mi padre se despertaba, pisaba el suelo mojado y salía de allí sin ni siquiera disculparse. Sí, no quemó el banco porque no quisiera que la casa no fuera suya, quemó el banco porque la casa no era de mi padre. La casa era de ella y de su madre, de las mujeres que la habían limpiado, que se habían hecho callos limando la cal de las paredes para que cada verano fuesen blancas de nuevo. Las manos que habían fregado las baldosas donde mi abuelo y mi padre dejaban el barro que traían del monte. La casa era suya y mi tía quería que mi padre ardiera con el banco de la cocina. Era de madera, desde luego estaba hecho de madera para quemarlo, si no, sería de otra cosa que no ardiera. Luego tiró la cerilla. No lo hizo con un mechero, ni con un papel ardiendo, lo hizo con una cerilla, con una que cogió de la caja que mi abuela siempre guardaba encima de la chimenea, tenía que ser una de esas. Seguro que le costó encenderla, puede que no lo hiciera a la primera pese a tener práctica. Los nervios, el frío, la humedad de la caja, seguro que no prendió a la primera. Pero cuando vio la llama, cuando escuchó el crujido de la cerilla, seguro que fue cuando asumió que ya no había vuelta atrás. Seguro que se quedó mirando la llama, viendo en el fuego la casa arder, viendo en ese trozo de madera el fin de una historia, esa pequeña llama que salía de dentro se llevaría todo por delante. Estuvo tentada de dejarla apagar, de que aquel fuego no fuera el indicado, el perfecto, pero supo que no había marcha atrás, comprendió que lo iba a hacer y asumió todas las consecuencias. Pensó en lo mucho que lo estaba deseando y le temblaron un poco los dedos y las piernas, no podía moverse, quiso perderse en ese momento, sintiendo como se desinflaba su voluntad. Deseó que alguien soltara la cerilla, que se apagara o que la casa ya estuviera quemada, no podía esperar más. Finalmente, cuando sus dedos empezaban a enrojecer por la proximidad de la llama, soltó el palito, no lo lanzó, lo soltó, abriendo los dedos, sintiendo como, a la vez que la cerilla, muchas cosas caían. Notó como se liberaba de un gran peso, como si aquel trozo de madera hubiera pesado varias toneladas. Se sorprendió respirando hondo, como si hasta entonces no lo hubiera hecho, como si acabara de salir de una piscina. Persiguió la estela rojiza que dejaba la cerilla en el aire con la mirada, se podía ver en sus ojos la cerilla, el fuego, el odio, a mi padre en el banco, a mi tía fregando, el testamento, los nudillos corroídos, el barreño con la ropa, la nieve del invierno, el barro del monte, los perros por el jardín, las vecinas asomadas a la ventana, las luces del coche entrando por el cristal, la noche, la oscuridad, el fin de la historia, todo. Se podía ver todo en las pupilas de mi tía, todo mientras no perdía detalle de la caída, mientras observaba como las llamas se multiplicaban, como si de una saliera otra, como los agravios que su madre había soportado, uno llevaba a otro y al final, toda la casa estaba impregnada en ellos. Un humo negro surgió veloz, más veloz que el fuego, como si no fuera madera lo que quemaba, como si fueran sentimientos. Esa casa ardería rápido, estaba llena de recuerdos inflamables y de remordimientos. Los remordimientos arden más rápido que cualquier otra cosa.

Estuvo tentada a quedarse allí, de subir a su cuarto y echarse en la cama a esperar la muerte y la destrucción. Sabía que no moriría por las llamas, sabía que moriría aplastada por los recuerdos y el odio, pero no quiso morir. Por fin notaba que respiraba y nunca lo había hecho, pero quería quedarse y ver como ardía todo, quería ver la cara de mi padre. Hubiera preferido ver como ardía la casa en las pupilas de mi padre, seguro que lo deseaba, pero sabía que no llegaríamos a tiempo. Así que salió de la casa, se montó en el coche, apagó las luces y esperó.

Nosotros llegamos tarde, de madrugada, llegamos cuando solo había un cordón policial y varios bomberos, llegamos y allí no había coche, ni tía. Sólo bomberos y humo. Humo y un montón de escombros y ceniza, de madera caliente y adobe deshecho. Llegamos y mi padre preguntó qué había pasado, pero yo no presté atención, yo ya lo sabía.

domingo, 18 de abril de 2010

La sabiduría

Los sabios buscan la sabiduría; los necios creen haberla encontrado.
Napoleon Bonaparte

viernes, 16 de abril de 2010

La noche del jueves

−Querida, ¿te despierto?, es que voy a saltar por la ventana.

−No, no te preocupes. Muy bien, asegúrate de que no haya nadie abajo y cierra la ventana antes de saltar, no quiero coger frío ni que me despierte el ruido del golpe.

−Por supuesto. ¿Quieres algo del infierno?

−Mmm ya que lo dices, podrías decirle a tu madre que nos devuelva el dinero que nos robó antes de morir.

−¿Y no quieres que le de recuerdos a la tuya?

−Mi madre no esta muerta, cariño.

−No, a la que llamas madre no esta muerta, es cierto, pero si encuentro a la de verdad, ¿quieres que le diga algo?

−No, total ya daría igual. ¿Qué les digo a tus amantes cuando pregunten por ti?

−La verdad, que no salté por ellas, que fue solo por tu culpa.

−Comprendo.

−¿No te quedarás algo sola cuando salte?

−No más sola que cuando estas aquí.

−Me quedo más tranquilo. ¿No crees que deberías ser tú la que saltaras?

−Que cosas tienes, amor, si lo hiciera, tú ya no tendrías motivos para tirarte y no quisiera fastidiarte el plan. Además, yo me tomaría un bote de somníferos o algo así, algo que no manchara.

−Por supuesto, que bruto soy a veces, querida.

−Estoy pensando, ¿te importaría alcanzarme el bote de pastillas antes de irte?

−Claro, mi amor. Solo prométeme que esperarás a que salte.

−Lo intentaré. Por cierto, ¿no querrás llevarte el libro ese tan horroroso que siempre andas leyendo? Son once pisos de caída, no quisiera que te aburrieras.

−No es una mala idea, ten, tus pastillas.

−Muchas gracias, querido, que descanses.

−Lo estoy deseando, suerte con los somníferos, amor.

miércoles, 14 de abril de 2010

"Pretende cobrarme que puso en mis labios la piel de tu espalda"

Coti - La suerte

Que quiere la suerte
Que anda por mi casa
Para recordarme que tengo una deuda
Que no se le escapa

Ya me tiene preso,
Que más esperaba
Si me regaló tu perfume y tus besos
A cambio de nada

Tal vez
Me robará los pétalos del corazón
La frase más certera en mi mejor canción
La fé, la madrugada y la fascinación

Tal vez
Se llevará por siempre la pasión de abril,
La llave de los sueños que guardaba en mi,
A cambio de tu amor podría hasta morir

Que quiere la suerte
Que anda por mi casa
Hay algo que quiso decirme al oido
Y no se animaba

Ya me puso el precio,
Ya sacó su espada
Pretende cobrarme que puso en mis besos
La piel de tu espalda

Tal vez
Me robará los pétalos del corazón
La frase más certera en mi mejor canción
La fé, la madrugada y la fascinación

Tal vez
Se llevará por siempre la pasión de abril,
La llave de los sueños que guardaba en mi,
A cambio de tu amor podría hasta morir

Tal vez
Se llevará por siempre la pasión de abril,
La llave de los sueños que guardaba en mi,
A cambio de tu amor podría hasta morir

Tal vez
Se llevará por siempre la pasión de abril,
La llave de los sueños que guardaba en mi,
A cambio de tu amor ... podría hasta morir

lunes, 12 de abril de 2010

"Sino que mi pasado/no se acuerde de mí"

Otras dudas - Luis García Montero

Lo peor
no es perder la memoria,
sino que mi pasado
no se acuerde de mí.

sábado, 10 de abril de 2010

Algo

La cabeza de Roberto reposa sobre mi pecho. Sobre el pecho de ese chico que es, o era, un trozo de hielo. Y ese chico le permite que siga así, dormido, incluso le acaricia de vez en cuando el pelo, disfruta oyéndole respirar.

La gente como Roberto no suele gustarme, esos tipos altos, que van de fuertes y luego terminan abrazados a ti buscando protección. Me gusta la gente que es débil y no trata de ser fuerte o la gente fuerte que no es débil. Pero no me gustan los tipos fuertes que se te abrazan pegajosos una vez has terminado de follar con ellos.

Era la tercera vez que aquellos dos se encontraban. Aunque era la primera vez que Roberto había escuchado palabras bonitas de boca de aquel montón de hielo. Ese tío la estaba cagando, se estaba volviendo un blando. Estaba siendo alguien que va de duro y no lo es. Ese chico debería dejar de ver a Roberto.

Joder, si ni siquiera está bueno. Tiene cara de pan, sonríe mucho. Esa gente no es buena como follamigo, de esa gente uno acaba haciéndose colega. Además habla mucho. Los dos sabíamos que habíamos quedado a follar, pero él hablaba y hablaba. Y encima aquel tipo del coche no le paraba, le dejaba hablar, igual que ahora le dejaba continuar abrazado a él en el asiento de atrás. Incluso le prestaba atención a veces, cuando dejaba de pensar: “Joder cállate de una vez y sácatela”.

Conocí a Roberto en una página de contactos de Internet. Me mandó dos fotos, una vestido y otra desnudo y me preguntó que si me interesaría quedar con él de alguna de las dos maneras. Le ofrecí vernos vestidos y acabar desnudos, a modo de primera cita. Él accedió y me vino a recoger con su pinta de tipo duro y su coche con lunas tintadas.

−Yo no follo en mi coche −me dijo.
−Eso ya lo veremos.

Pero no follamos en su coche. Aquel chico que decía que era un bloque de hielo accedió a ir con él a otro lugar, quizás para no escucharle, quizás para escucharle más rato en el trayecto. Nos fuimos a una sauna de las miles que hay por Madrid. Y he de reconocer que yo no soy chico de saunas. A mí me gustan las cosas seguras y pagar para entrar en un sitio a ligar con la posibilidad de que esté lleno de viejos no me satisfacía en absoluto. Pero como iba con polvo asegurado, accedí, obligándole a que fuera, eso sí, la mejor de Madrid.

Después de todo, aquel chico se preocupaba por la higiene, después de haber querido follar en el asiento de atrás del coche de un desconocido hablaba de higiene, se hacía el digno después de haberse dejado arrastrar, trataba de poner al menos una condición al plan que estaba montando Roberto a su manera.

Por como se manejaba el tipo por la sauna deduje que era un asiduo de aquellos lugares, aunque él me aseguró que solía ir con un amigo suyo. Ni le creí ni le di importancia, en sitios peores la había metido yo y ahí estaba. Nos dieron un condón, un sobre de lubricante, una toalla y unas chanclas y nos quitamos la ropa. Fuimos directos a uno de los cuartos privados, cerré la puerta y follamos. Aquella fue la primera cita.

Estuvieron metidos en aquel cuarto mucho tiempo más del que necesitaron para satisfacerse, pero no parecían tener prisa. El tipo de hielo parecía ahora un charco de agua entre el vapor húmedo de la sauna y Roberto le abrazaba, no fuera a escurrirse por los bordes de la cama.

−Tío, ¿Pero qué te ha pasado en el pecho? Parece que te lo han cosido a puñaladas −pregunté.

Él se acarició las cicatrices que le cubrían todo el torso sin mirarme.

−De pequeño se me cayó aceite hirviendo.

Yo asentí, pero no sé por qué, no le creí. En sus ojos, leí algo más. Quise leer una historia de maltratos, pero no me parecía adecuada para la primera cita, así que hice que leía lo que mis orejas escuchaban.

−A mí mi madre me tiró sin querer un plato de sopa hirviendo en la pierna y no pude andar en varios meses −hice una pausa−, pero no me ha quedado marca.

Él asintió en silencio, quizás entendiendo que yo sabía que me mentía, y aceptando el reto de contarme la verdad en otra ocasión.

Y ese maldito muchacho, acariciando las cicatrices de Roberto, desnudo y dormido sobre él, repugnaba. Hacía más de media hora que aquel chico había quedado con sus amigos y el móvil (colocado en el salpicadero) vibraba intermitentemente con las llamadas. Pero sus amigos no sabían que no quería moverse, que aquel “trozo de hielo” no quería coger el móvil para no despertar a Roberto, para no arrancarle de aquel sueño donde parecía tan feliz.

La imagen de tipo duro de Roberto se me fue desdibujando a lo largo de la segunda cita. De hecho se me desdibujó mi propia imagen. No quedamos para follar, a mi pesar, sino para acompañarle a un sex shop a comprar un masturbador. “¿Qué clase de tipo duro necesita ayuda para entrar en un sex shop?” me dije decepcionado. Pero aun así acepté, quizás por curiosidad, quizás por tenerle contento para preparar un tercer encuentro.

−¿De verdad vas a follarte ese cacharro?

Él sonrió y llamó a la encargada que se acercó y nos miró de arriba abajo antes de sacar el artículo de la vitrina. Me cayó mal en seguida y deseé que Roberto no se comprara aquel aparato, pero me callé, sonreí y salimos de la tienda después de pagar.

−Bueno −le dije−, ahora podíamos ir a probarlo ¿No?
−Ya te he dicho que en mi coche no follo, esto lo pruebo yo en casa y contigo nada de aparatitos.

Al final no follaron en el coche, al final, aquellos dos imbéciles, hicieron el amor en el coche. Así quizás, los dos estaban contentos: Roberto sin follar en el coche y el trozo de hielo follando en el coche. Todo es cuestión de perspectivas.

La tercera cita fue aún más rara. Quedamos para follar, pero acabamos cenando en un restaurante. Nos volvíamos ya para casa, sin que me sintiera decepcionado por no haber follado, y Roberto se metió por una carretera que yo no conocía, paró el coche en un aparcamiento y comenzó a besarme. Follamos, o hicieron el amor, y después aquel chico se quedó dormido sobre ese otro chico, que observaba sin pestañear la parpadeante luz de su móvil y acariciaba sin querer una de las cicatrices del pecho de Roberto. Cuando la luz se apagó del todo, agaché la cabeza, deposité un beso sobre la frente de Roberto y le acaricié la mejilla para despertarle.

−¿Te apetece que tomemos algo con mis amigos?

jueves, 8 de abril de 2010

extraños

martes, 6 de abril de 2010

Día siete

Me levante apenado. En cuanto abrí los ojos recordé que aquella misma tarde nos íbamos a marchar de la casa. A pesar de que habían sido unas vacaciones muy raras y muy agobiantes, no quería regresar a la soledad de mi casa. Allí no estaba solo, estaba Toni. Ya no llovía. Tampoco lucía el sol, pero por lo menos se podía abrir las ventanas para ventilar el ambiente.
Mi madre paseaba de arriba para abajo limpiando todo para dejarlo tal y como nos lo habíamos encontrado. Yo la verdad no me esforzaría tanto. Por la cantidad de polvo con la que nos encontrábamos cada Semana Santa, yo imaginaba que la casa no volvía a alquilarse en todo el año. Mi madre me devolvió la consola. Yo creo que para que no estorbara mientras ella recogía y hacía las maletas. La madre de Toni se dedicó a preparar la comida mientras nuestros padres echaban tierra seca sobre el barro de la entrada y sacaban los coches vacíos al camino.
Cuando mi padre subió para decirme que bajara con él, le dije que lo hiciera sólo, que así seguro que nadie lo hacía mal. Me miró cabreado, diciéndome con la mirada que me iba a enterar cuando no estuviera Toni, pero a decir verdad, no me importó mucho. Toni ni siquiera se inmutó cuando mi padre le miró para que se fuera. Ese bofetón podría ganármelo perfectamente por dejar caer un vaso o por pisarle al andar, así que ya que me lo iba a ganar de todas maneras, por lo menos podía hacer lo que me diera la gana. Hasta los perros dejan de obedecer si se les pega sin razón.
Toni y yo volvimos a subir a la buhardilla hasta que mi madre nos echó de allí para limpiarla y nos mandó bajar a comer. Nuestros padres comerían después, así podían darse más prisa. Parecía que ahora todos tenían prisa por irse. Ahora que ya no llovía y que se podía salir al jardín aunque fuera a pasear o a leer. A mí me dio lo mismo, incluso lo preferí por no ver la cara de mala leche que tendría mi padre.
Cuando terminamos de comer, volvimos a subir a la buhardilla después de que mi madre nos hiciera prometer que no íbamos a manchar nada. Estuvimos hablando un rato, pero la mayor parte del tiempo permanecimos tumbados en silencio mientras escuchábamos el trajín de pisadas y cacharros de la casa. Salió el sol de repente, como queriendo despedirse de nosotros, sus rayos caían directamente sobre mi cara, por lo que me giré y me tumbé en la misma posición que Toni. El colgante del “Señor de los Anillos” se le había salido y le caía a uno de los lados. Lo agarré y lo coloqué sobre su pecho. Me sonrió mirándome al ojo marrón.
−Oye Toni, no quería irme sin hablar de lo del otro día.
−Fue una tontería Julio, no te comas la cabeza. −Desvió la mirada hacia la pared.
−Ya. Pero quería decirte que siento mi comportamiento después de que pasara.
−No pasa nada, en serio. −Me pareció que le costaba tragar saliva.
Mi madre abrió la puerta y me dijo que bajara, que nos íbamos ya. Los padres de Toni se quedarían hasta que su madre terminara de fregar. Mi padre tenía que estar muy cabreado si ni siquiera iba a esperar a sus amigos.
−Ahora bajo, voy a despedirme de Toni.
−Bueno, date prisa que tu padre está ya en el coche. Adiós Antonio.
Cuando Toni se despidió de ella, cerró la puerta. Nos sentamos los dos al borde de la cama en silencio. Él se levantó y fue hasta su mochila, sacó el libro de “Matilda” y me lo tendió. Además, sacó un discman que dejó sobre el libro.
−Toma, no me gustaría que te quedaras con la duda de saber como termina. Y esto es para que puedas leerlo sin que tu padre te moleste.
Lo cogí, pero no sabía que decir.
−La otra noche me di cuenta de que lo habías estado leyendo. Yo casi me lo sé de memoria, puedes quedártelo. Espero que lo disfrutes. Eso sí, los cascos me los devuelves. −Sonrió.
−Pero, es tu libro preferido.
−Bueno, tú también eres mi amigo preferido −dijo sin dejar de sonreír.
Me levanté y le di un abrazo. Me emocioné tanto que se me escapó una lágrima. Me la sequé antes de que Toni me viera y me aparté de él suspirando.
−Muchas gracias.
Él sonrió de nuevo. Me di cuenta de que le había agarrado la mano que tenía libre. Él la miró sin saber muy bien si soltarse o no, sin saber que quería hacer yo. Agarré su mano con más fuerza.
−Te voy a echar de menos −dije.
Y le di un beso. De nuevo, me volvió a saber a naranja.

domingo, 4 de abril de 2010

Re-volver

Todo lo bueno se acaba y, por eso mismo, vuelvo a escribir en el blog. Después de un viaje a la playa, otro a Alemania y una visita fugaz por León llega el momento de plantarme un poco en la gran ciudad (un poco eh, no os vayáis a pensar) así que a partir de ahora el blog recupera su ritmo habitual de publicaciones y comentarios. Lo siento por los post que me dejo sin leer, pero si no hago borrón y cuenta nueva nunca me pondría al día.