domingo, 28 de febrero de 2010

Hay quien tiene el mal en los ojos

jueves, 25 de febrero de 2010

Día tres

Al día siguiente, me levanté con dolor de cabeza. Seguía lloviendo y el calor sofocante de la habitación me había hecho sudar durante toda la noche. Nuestros padres intentaron hacer accesible la entrada a la casa, pero fue una tarea inútil. Yo me dediqué a mirarles por la ventana, mientras Toni seguía leyendo. Por la tarde, nos pidieron ayuda con una idea que había tenido su padre para secar el camino. Estuvimos colocando unos toldos hechos con lonas de plástico encima de la entrada, para evitar que el barrizal siguiera creciendo. La verdad es que me pidieron ayuda a mí sólo, pero mi madre obligó a su amiga a dejar bajar a Toni. Según creía yo, el muchacho no quería bajar, pero tampoco quería quedarse arriba. Quería simplemente, que se lo pidieran. La empalizada y las lonas valieron de poco, el viento comenzó a azotar por la noche y no sólo proyectaba el agua por debajo del improvisado refugio, sino que tiró la mayoría de los palos. Aún así, sirvió para que se me pasara el dolor de cabeza y para que la tarde se hiciera más corta.

Nada más regresar, la madre de Toni nos hizo subir corriendo a ducharnos, antes de que, según ella, cogiéramos una pulmonía. La verdad es que estábamos empapados, así que no rechistamos.

Nos desnudamos en el cuarto, que estaba más caliente. Me fijé en que Toni se había colocado de espaldas a mí, y se desnudaba con rapidez. Con tanta, que casi se cae al quitarse el calzoncillo. Nunca me había fijado en lo delgado y pálido que estaba, aún así, no me pareció que tuviera un cuerpo débil ni enclenque. De vez en cuando, echaba un vistazo con el rabillo del ojo y, si me pillaba observando, aceleraba aún más. Por último, cogió una toalla y, tapándose con ella, se fue al baño sin mirarme directamente. Cuando volvió, yo estaba sentado en la cama, aún con el pantalón del chándal puesto esperando a que llegara Toni para cambiarme, por no quedarme desnudo hasta que volviera. Me quité lo que me quedaba de ropa y me fui al baño. Creí verle un par de veces mirando con curiosidad, pero no estaba seguro, podía ser todo efecto del malentendido del día anterior, después de todo, no llevaba sus gafas puestas. Me miré en el espejo del baño mientras dejaba calentarse el agua. Comparando mi cuerpo con el de Toni, el mío estaba mucho más formado, como resultado, quizás, de los deportes que practicaba. Aún así, los dos teníamos cierto riesgo de resultar unos tirillas a los ojos de los demás. Una gota de agua recorrió un mechón moreno de mi flequillo y cayó por mi nariz. Tenía el pelo corto, pero aún así estaba aplastado todo contra la frente por la lluvia. Cuando consideré que el agua estaba lo suficientemente caliente, me metí en la ducha.

miércoles, 24 de febrero de 2010

"la Luna daba a la rosa mientras la rosa se daba a la Luna, quieta y sola."

Miguel de Unamuno - La luna y la rosa

En el silencio estrellado
la Luna daba a la rosa
y el aroma de la noche
le henchía ?sedienta boca?
el paladar del espíritu,
que adurmiendo su congoja
se abría al cielo nocturno
de Dios y su Madre toda...
Toda cabellos tranquilos,
la Luna, tranquila y sola,
acariciaba a la Tierra
con sus cabellos de rosa
silvestre, blanca, escondida...
La Tierra, desde sus rocas,
exhalaba sus entrañas
fundidas de amor, su aroma...
Entre las zarzas, su nido,
era otra luna la rosa,
toda cabellos cuajados
en la cuna, su corola;
las cabelleras mejidas
de la Luna y de la rosa
y en el crisol de la noche
fundidas en una sola...
En el silencio estrellado
la Luna daba a la rosa
mientras la rosa se daba
a la Luna, quieta y sola.

lunes, 22 de febrero de 2010

Día dos

Cuando intentamos salir con el coche para que la madre de Toni fuera a la misa del Domingo de Ramos en la aldea más cercana, el coche de su marido, un Peugot 306, se quedó atascado en el barro de la entrada, así que tuvimos que empujar para sacarlo mientras nos calábamos bajo la lluvia. Como no podíamos salir, Toni y yo subimos a hacer los deberes a la buhardilla, donde había una gran mesa de madera barnizada, un pequeño armario y una cama de matrimonio sin hacer. Nos habíamos subido uno de los radiadores del cuarto, pero aun así, la habitación seguía helada. Me gustaba hacer los deberes con él. Yo le corregía los de matemáticas y él a mí los de lengua, nadie podía decir que nos compenetrábamos mal. Cuando le pasaba mis frases para analizar, le dije:

−¿Me vas a decir que te pasaba ayer? Hoy parece que estás bien.

Yo tenía el cuaderno alzado en el aire. Él lo cogió sin mirarme, pero no lo solté y tiré del cuaderno. Alzó la vista.

−Es una tontería. −Agarró el cuaderno de más abajo, rozando mi mano−. Tendrás que soltar el cuaderno si quieres que lo corrija −dijo sonriendo y colocándose un mechón de su pelo, cortado a tazón, tras la oreja.

Yo no lo solté y seguí mirándole muy serio.

Cuando me miraba a los ojos, Toni solía mirarme siempre al ojo marrón, no sé porqué lo hacía, pero era el único que se atrevía a mirarme descaradamente a uno sólo de los ojos.

−Está bien, pero luego no digas que no te avisé.

Dejamos el cuaderno en el centro de la mesa y guardé silencio. La lluvia golpeaba rítmicamente sobre los cristales y la leve luz del sol proyectaba un rectángulo sobre la cara de Toni, que parecía estar moteada por los golpes de las gotas.

−Ayer cuando llegamos, subí a la habitación a deshacer las maletas y fui al cuarto de mis padres a decirles que ya había terminado −comenzó mientras jugaba nervioso con un bolígrafo−. Antes de entrar, escuché a mi padre que decía que era culpa de mi madre que yo fuera un pobre desgraciado sin amigos, y que iba a provocar que encima tú te quedases sin los que tenías, que estaba todo el día en mi mundo, que no era un chico normal, que a veces le daba miedo. −Esta última frase la recuerdo como si aún sonase en mi cabeza, la dijo bajando cada vez más la voz, hasta que casi fue un susurro. Se escuchaba la lluvia más que el sonido de su voz.

Tragué saliva. Desde luego no me pareció una tontería, pero con quince años, no sabía muy bien que contestar. Ante todo no quería que se pusiera a llorar, no sabría controlar una situación así. Yo creía que Toni no era mucho de llorar, jamás lo había hecho aunque le hicieran las mayores perrerías, pero no podía estar seguro. Quizás permanecí en silencio demasiado tiempo. Él me miró y sonrió.

−¿Ves? Es una tontería.

−No me parece una tontería. Osea, es decir, es una tontería que tu padre diga esas cosas, entiendo que te puedan joder, pero los padres a veces son subnormales. Tú tienes amigos ¿No? −Asintió lentamente−. Pues ya está. Yo también tengo amigos. Quizás el que no tiene amigos es él −dije en tono de broma.

−Creo que le hubiera gustado que fuera como tú −replicó tras una pausa.

−Toma, y a mi madre que yo fuera como tú, pero aquí estamos. −Sonreí y me devolvió la sonrisa.

−Tienes razón. −Cogió mi cuaderno y se puso a corregir.

No volvimos a hablar del tema, de hecho, Toni siempre había sido muy propenso a ese tipo de preocupaciones, tanto con sus amigos, como con sus padres. Cuando me cansé, porque él no se cansaba nunca de analizar frases, decidimos que terminaríamos el resto de deberes en otro momento y, como parecía que llovía menos, le propuse asomarnos a la ventana y salir al tejado. Era algo que solíamos hacer por las noches cuando tocaba una Semana Santa más calida de lo normal, pero yo estaba aburrido y necesitaba hacer algo. No opuso resistencia (salvo que recogiéramos todo antes de salir) y, tapados con un plástico que había servido para cubrir la mesa, nos sentamos en el borde de la ventana, con los pies colgando hacia el tejado. Respiramos, yo al menos, el aire pesado y denso de la tormenta. No llovía mucho, pero la neblina que se estaba levantando, dejaba todo impregnado de humedad. Frente a nosotros se extendía un basto terreno montañoso rodeado de encinas, robles y castaños gigantescos, exuberantes, ostentosos de hojas y de verdor, como si nos desafiasen a ser más fértiles que ellos, a crecer más fuertes, a vivir y a desarrollarnos. A la vez, aquella naturaleza sobrecogedora nos hacía sentir pequeños e insignificantes, impotentes ante una fuerza de esas características. Ni siquiera habíamos sido capaces de sacar el coche del charco de la entrada. Me sentí agobiado, atrapado y me quité de encima el plástico, el ambiente me empujaba a hacer algo y, a la vez, me impedía realizar cualquier actividad. Toni se metió dentro alegando tener frío. Me puse en pie sobre la ventana, a pesar del peligro que suponía, ya que estaba todo mojado. Tiré el plástico dentro de la casa y me giré para entrar, pero resbalé y caí sobre las tejas. Por suerte, me agarré al borde de la ventana y, tirando un par de tejas al hacerlo, me arrastré hasta estar dentro de la buhardilla. Toni me miraba alarmado sin saber que había pasado. Me puse en pie y comprobé que estaba bien. Escuchamos una maldición proveniente del piso bajo. Era mi padre que preguntaba que quién había tocado la antena de la tele. Corriendo, me giré y vi por la ventana, que una de las tejas que había movido, había caído sobre la antena, descolocándola. Sin pensármelo dos veces, y teniendo más miedo de mi padre que de la caída, volví a salir y retiré la teja, empujando la antena hasta la que yo creía que era su posición inicial. Mientras, escuché con pánico, como unas pisadas decididas martilleaban la escalera. Cerré la ventana.

−Toni por lo que más quieras, no digas nada. −El chico tragó saliva y asintió. Nos metimos en el pequeño armario, que por suerte estaba vacío, cuando mi padre abría la puerta de la buhardilla.

Toni respiraba agitadamente, le ponían muy nervioso aquellas situaciones, así que le tapé la boca con la mano para que dejara de jadear.

Mi padre preguntó por nosotros y subió el pequeño tramo de escaleras que le quedaba. Cuando estaba junto a la mesa, el padre de Toni chilló, avisándole de que la señal había vuelto. Sin dudar, mi padre se giró y se marchó por donde había venido, cerrando la puerta. Creí que mi corazón iba a saltar del pecho y se iba a marchar corriendo, estaba paralizado y no podía moverme. Me había librado por los pelos. Retiré la mano despacio, pero apenas teníamos sitio para movernos y tuve que dejarla sobre su pecho, también estaba acelerado. Notaba su respiración y su aliento sobre mi cara, nuestras narices estaban muy juntas, rozándose. Lo único que veía en aquella oscuridad era el blanco de sus ojos y me pregunté, sin venir mucho a cuento, si él me estaría mirando el ojo marrón o el azul. Entonces, como por inercia, los dos nos relajamos y lentamente, sin apenas movernos, nuestros labios se rozaron. Al principio solo fue un roce, producto de la cercanía, pero ninguno de los dos se movió, esperando al movimiento del otro. Cuando la situación fue lo suficientemente tensa para mí, giré la cara, rozando mi mejilla con su nariz y abrí la puerta del armario.

−Creo que ya podemos salir −dije sin mirarle.

Los dos salimos de allí sin saber muy bien que hacer. No podíamos decir que había sido un beso, pero tampoco podíamos fingir que no había sido nada. Sin embargo, no me atreví a nombrarlo, quizás temiendo que al hacerlo, se reconociera el hecho, como si el ignorarlo simplemente hiciera que desapareciera. Además, quizás era solo cosa mía, quizás Toni no pensaba que eso había sido un beso, ni siquiera un roce. Le miré, pero estaba recogiendo su mochila de debajo de la cama.

Ninguno de los dos volvió a decir nada del incidente aquel día, aunque quizás deberíamos haberlo hecho. Cuando pienso en esa tontería, aún me río al recordar la patética ironía de que todo aquello sucediera dentro de un armario.

sábado, 20 de febrero de 2010

"El arte de decir que no, de forma natural"

Porque a mí no me gusta perder
los papeles ni el sitio
Ni escuchar disparates que van
a sacarme de quicio

Mentiras, traiciones, promesas vacías
miserias, tensiones y mil tonterías
¿Por qué me voy a conformar,
si no lo necesito?

El arte de decir que no
de forma natural
La ciencia del perfecto adiós
tajante y sin dudar, sin sentirme mal

Porque sé que es difícil tratar
con fantasmas de ficción
Negociar puede ser al final un maldito
ejercicio.
Y afrontar lo que aún esté por llegar
aunque me haga llorar
Lo que me impide ser quien yo quisiera ser
sin pedir perdón.

El arte de decir que no
de forma natural
La ciencia del perfecto adiós
tajante y sin dudar

El arte de la negación
de tanta utilidad
Para poder decir que no
sin freno ni marcha atrás,
sin sentirme mal

jueves, 18 de febrero de 2010

Día 1

Era sábado, el día antes del Domingo de Ramos, y mi madre me había levantado temprano para poder dejar la casa recogida antes de irnos de viaje. Todas las Semanas Santas, mis padres y yo nos marchábamos siete días de Madrid a Asturias con otro matrimonio amigo suyo y su hijo Toni, que en aquel momento, era mi mejor amigo. Aquella semana no parecía diferente a otras que habíamos pasado en aquel caserón apartado, pero sólo lo parecía.

Mi padre llegó a la hora de comer del trabajo y, tras recoger todos los platos, nos pusimos rumbo a aquel lugar tan alejado.

Estuve jugando un poco a la Game Boy para distraerme hasta que me quede dormido como un tronco. A mi madre no le hacía mucha gracia que jugase, de pequeño, me había llevado a un montón de médicos para que me mirasen los ojos y cerciorarse de que el hecho de que tuviera un ojo azul y otro marrón no supusiera ningún problema. Aún así, ella seguía insistiendo en que ver la tele o jugar a la consola iba a empeorarlo. Yo ignoraba como podía empeorar algo que había permanecido igual durante casi dieciséis años o como una pantalla luminosa iba a modificar la genética de mis ojos, pero por no escucharla, procuraba jugar poco delante de ella.

Cuando desperté, me di cuenta de que había empezado a llover y que prácticamente era de noche.

−Ya queda poco para llegar Julito −me dijo mi madre sonriendo.

Odiaba que mi madre me llamase Julito, como cuando tenía diez años. Julio me parecía un nombre mucho más acorde con un chico que iba a cumplir los dieciséis en mes y medio.

Además, me daba igual que estuviésemos llegando, me gustaba viajar en coche. Mi padre parecía disfrutar conduciendo tanto como yo viajando, por lo que podía hacerse grandes viajes sin parar. De hecho, la mayoría de las veces que habíamos parado, había sido por mi culpa y mis ganas de ir al baño. En aquella ocasión, como me había despertado hacía poco, sería capaz de aguantarme hasta que llegáramos al caserón.

No recuerdo si tenía muchas ganas de ver a Toni o no. Imaginó que sí, aunque lo cierto era que le había visto el día anterior en clase. Toni y yo íbamos juntos al colegio desde hacía cuatro años, cuando ambos teníamos doce, pero éramos amigos prácticamente desde que nacimos. Nuestros padres formaban parte del mismo grupo antes de casarse y, por casualidad, nuestras madres se quedaron embarazadas en el mismo año. Los dos nacimos con una diferencia de quince días entre mayo y junio. Por supuesto, yo era el mayor y, como tal, siempre había adoptado un papel protector frente a Toni.

No es que se metiera en líos constantemente, pero era un imán para los matones. Le gustaba leer y estudiar, llevaba gafas y nunca jugaba al fútbol. La verdad es que dentro de la escuela, no teníamos mucha relación. Era el único que no me llamaba “Husky”, mote que, por cierto, era muy poco ingenioso y del que estaba verdaderamente asqueado. Él andaba con sus libros y sus conversaciones arriba y abajo y yo con mis partidos de futbitol y mi tonteo con las chicas de segundo, que hasta aquella semana, habían sido todo a lo que aspiraba en el amor.

−¿Te has traído el balón de fútbol? −preguntó mi padre.

−¿Para qué? Si va a estar Toni… Me he traído la consola.

Mi padre asintió en silencio, aquello valía como explicación y como final de la charla. No era muy usual que yo hablara con mi padre. Se limitaba a hacerme algún cuestionario sin mucha profundidad sobre mis estudios y sobre las chicas que me gustaban. Este último tema era el único que parecía despertar en él cierto interés e incluso algún tipo de orgullo paterno al ver a su hijo convertido en un rompecorazones.

Llegamos por fin a la casa cuando ya era totalmente de noche. Habíamos conducido más de veinte minutos desde la última aldea. El Seat Ibiza de mi padre hizo amago de quedarse atascado en la entrada de la finca en un enorme charco de barro que se había formado por la lluvia. Los faros del coche fueron iluminando una casa totalmente pintada de blanco, de tres pisos de altura y construida a modo de mansión señorial. Algunas luces de la planta baja estaban encendidas, así como una de la segunda planta. El resto del jardín y de la casa, permanecía a oscuras. No presté mucha atención a aquellos detalles, la casa estaba, seguramente, tal y como la habíamos dejado cuando la alquilamos el año anterior. Me bajé del coche con mi mochila, me puse la capucha de la sudadera para no mojarme con la lluvia y me encaminé corriendo hacia la entrada mientras mis padres descargaban las maletas. Por las luces, supuse que la familia de Toni ya se encontraba ahí.

La primera en abrir fue la madre, con un delantal puesto y una cuchara de madera en la mano.

−¡Madre mía como llueve! Hola Julito ¿Qué tal? −Me dio dos besos mientras yo sonreía.

−Bien −dije tímidamente.

−¡Julio! Haz el favor de ayudar con las maletas a tu padre −Mi madre entraba en ese momento con su maleta y una bolsa de comida.

A regañadientes, corrí hasta encontrarme con mi padre, que no me miró con buena cara. De hecho, según creo, que estuviera la madre de Toni asomada a la puerta, me salvó de un bofetón de los que me ganaba habitualmente. Me lanzó mi mochila de viaje y dos bolsas con fruta. Las cogí y volví a la casa. Alcé la vista a la ventana del piso superior y observé a Toni, que me miraba muy serio desde allí. Cuando me vio, sonrió y yo le devolví la sonrisa. Pisé un charco mientras me acercaba a la puerta por no mirar por donde iba. Mi madre cogió la fruta y me dijo:

−Así no pases, vas lleno de barro. Deja las deportivas aquí que ahora las limpiaré y sube a deshacer la maleta.

Desde la entrada, se veía la puerta entornada del salón, de donde salía el sonido de un partido de fútbol. Probablemente el padre de Toni estaba allí sentado en el sofá con una cerveza en la mano.

−Pero mamá, hay fútbol, lo hago después. ¿Vale?

Mi padre entró en ese momento y me empujó, no sé si aposta, al pasar.

−Ni hablar, no me hagas enfadar Julio. −Era increíble la capacidad de mi madre de transformarme de Julito a Julio según sus intereses.

−Además, Antonio esta leyendo en la habitación, así subes a verle −añadió la madre de éste mientras volvía a la cocina.

Miré mis pies, dejé de mala gana la bolsa a un lado, me descalcé, dejando los zapatos en el mismo lugar en el que habían caído, y comencé a subir las oscuras escaleras.

Como siempre, en aquella casa hacía frío en todas partes que no fueran las habitaciones. La humedad se metía en los huesos y esa sensación te acompañaba te encontrases donde te encontrases. Yo podía notar como crujía la madera enmohecida de los escalones cuando los pisaba y sentía bailar el pasamanos bajo mi peso. Toda la madera de la casa estaba pintada de blanco, si bien, desde que tengo uso de razón, la pintura cada vez se desconchaba más, sin que nadie se molestase en repintarla. A mi la casa me recordaba a un castillo hecho con cartas, como si se pudiera caer por menos de nada.

En la planta de arriba había tres habitaciones que daban al único pasillo. La primera estaba iluminada. Entré en ella empujando la puerta y Toni me miró, levantando los ojos del libro que estaba leyendo. El colgante que llevaba al cuello se balanceaba sobre las hojas haciendo círculos. Se trataba de una reproducción del famoso anillo del “Señor de los Anillos”, uno de los libros favoritos de Toni. Según pude ver, el libro que leía aquel día era “Matilda”. Eran las segundas vacaciones en las que llevaba aquel libro, por lo que me había dicho, lo había leído un millón de veces.

Estaba sentado sobre su cama, descalzo, con las piernas cruzadas y el libro apoyado en ellas. Lo cerró suavemente sin sonreír (y sin dejar de mirarme) y estiró las piernas. Yo terminé de entrar en el cuarto y cerré la puerta. Hacía muchísimo calor en aquella habitación. Pude ver que habían colocado dos radiadores eléctricos en los únicos enchufes que había. La casa, de construcción antigua, no tenía calefacción y sólo contaba con algunos de aquellos aparatos repartidos por las habitaciones y el salón.

−¿No te mueres de calor? −le pregunté quitándome la sudadera.

−Me muera o no de calor, mi madre opina que esta es la temperatura ideal de una casa.

La madre de Toni era una mujer sobreprotectora, exageradamente sobreprotectora. Siempre se pensaba que su hijo iba a caer enfermo y le prevenía contra cualquier catástrofe que le pudiera pasar. Era el principal motivo por el que el muchacho no salía apenas de casa. Tenía unas gafas de pasta negras, que agrandaban levemente sus ojos verde oscuro con los que seguía cada paso mío por la habitación mientras deshacía la maleta. Le noté algo raro, como si de repente fuera un desconocido que hubiera venido a invadir su cuarto. En un momento dado, sin hablarme, volvió a la lectura.

−Oye, ¿Te pasa algo Toni? −Me senté sobre su cama, abrazando mis rodillas con mis manos y poniéndome de frente a él.

Él me miró. Por un momento pensé que se iba a echar a llorar.

−No −contestó mientras se mordía el labio inferior.

Yo no dejé de mirarle hasta que entró mi madre en el cuarto, asustándonos levemente.

−Antonio cariño, ¿Qué tal? −Mi madre dejó su maleta en la puerta y se acercó a darle dos besos.

El chico volvía a sonreír como cuando había mirado por la ventana.

−Julito ya puedes bajar si quieres.

Di gracias a que mi madre no se había puesto a observar la colocación de la ropa en los armarios. No hubiera aprobado ni una sola de mis ordenaciones. Quizás, incluso hasta me habría hecho limpiar los cajones antes de meter algo. Estaría muy preocupada por la cantidad de polvo que tendría que limpiar en su propio cuarto antes de ponerse a deshacer las maletas.

−¿Vienes? −pregunté a Toni cuando mi madre se marchó.

−Quiero leer un rato más. Bajo luego. −Y esforzó una sonrisa.

No le dí más importancia, no le gustaba el fútbol, y bajé corriendo a ver el partido tras ponerme unas zapatillas limpias. Aquella noche, Toni no bajó a cenar. Cuando subí al cuarto, ya se había quedado dormido. Aunque no sabía por qué, tenía la sospecha de que estaba fingiendo.

martes, 16 de febrero de 2010

Alma

Os dejo con un corto de animación que estaba nominado a los Goya de este año, pero que no se los llevó. Disfrutadlo.

domingo, 14 de febrero de 2010

En Tokio

Mira que tener que venir a morirte a Tokio… Claro que cada uno se muere donde quiere, o donde le toca, pero mira que aquí, rodeado de japoneses, manda narices. La verdad es que me lo tengo merecido, por tonta. Por acompañarte.

Una siempre piensa que los japoneses son silenciosos, que caminan deprisa y sin mirar a nadie, pero no es cierto, los japoneses gritan como una panda de sicilianos borrachos. Aquí están, gritando, vendiendo cosas, vociferando. Grita la señora que pasea con el carricoche, grita el bebé, incluso grita el carricoche. Aquí en Tokio gritan hasta las paredes, gritan con sonidos de televisores encendidos, de pantallas gigantes y videojuegos. Tokio grita, y creo que la decepción te ha matado.

Hay una señora en frente de mí, plantada en mitad de la calle, me grita, como no. Pero no sé que dice. Probablemente quiera que te aparte de su camino para seguir andando por la calle. Va despeinada, la verdad es que podía ir peinada. A veces se me olvidaba que estaba en Japón y me sorprendía de los ojos rasgados. Aquella señora era oriental, que raro. Y gritaba. Creo que le molesta que estés muerto. Bueno, pues está muerto señora, mala suerte.

La gente no nos mira. Quizás porque es de noche, quizás porque a nadie le importa que un turista esté muerto, quizás por educación.

Otra señora grita también, ¿o es la misma? Creo que se gritan entre ellas. Quizás se estén repartiendo al muerto. ¿Me grita a mí? Si no soy yo la que está en el suelo.

Uno piensa que de las alcantarillas de Tokio no sale humo, que eso solo pasa en Nueva York. Pues ese uno se equivoca. Aquí sale humo, puede que artificial, puede que solo para imitar, pero hay humo. Y ahora hay mucho humo, como a mi alrededor, frente a esa señora que no para de gritarme cosas, que si el muerto es mío, que sino se lo lleva, que si lo necesito. Que sé yo si lo necesito, ¿Para qué quiero yo un muerto? La gente sigue sin pararse, bueno, siempre hay mejores cosas que hacer que mirar un muerto. Al fin y al cabo son todos iguales. ¿Es este mi muerto? Puede que la señora me esté preguntando eso. Debería haberse peinado, el pelo negro siempre queda mejor peinado. La otra señora está peinada ¿O es la misma?

Un hombre me roza, como sin querer, quizás sin querer, y me giro. Me roza queriendo, intuyo, porque me habla. Este no grita, al principio, pero sonríe. No se sonríe delante de los muertos, pero no debe saberlo. ¡Qué casualidad! Este hombre tiene los ojos rasgados. Cuando te lo cuente te mondas. Ah no, que estas muerto, además no puedes reírte, delante de los muertos uno no se ríe. Me han agarrado de los brazos y me sacuden. ¿O me sacudo? No, yo no me sacudo, ¿Por qué iba a sacudirme? Tampoco ha de sacudirse una delante de los muertos, que falta de respeto, estos japoneses… Anda que también venir a morirte a Tokio… Mi cabeza se zarandea y veo las luces de las grandes pantallas gritándome. No con palabras no, no podría oírlas con esa señora despeinada dando voces. Si al menos se hubiera rizado el pelo… En Japón nadie se riza el pelo, debe ser que exportan todos los rizadores. Pues así despeinada no se puede salir a la calle. Qué falta de respeto para el muerto. Tendrías que estar aquí para ver las luces. Bueno, estás pero no estás, así, muerto, no me vale. No pienso limpiarte la ropa después. Ya estás muerto así que para que la quieres. Y las luces, son tan graciosas. Pero no puedo reírme, él hombre sí se reía, pero ya no se ríe. ¿Por qué?

Los edificios de Tokio son todos carteles publicitarios enormes, pero aquí nadie les presta atención, son como muertos colgados de las ventanas. Quizás veas al primer muerto, pero a los demás… Total, como son todos iguales… ¿Y mi muerto? ¿Dónde está?

Hay más señores, o señoras, o japoneses, creo que todos tienen los ojos rasgados, sí, todos los tienen. Están sobre ti, te miran, algunos te tocan, que atrevidos. A mí el hombre no me suelta, intenta gritar más que la despeinada, pero no lo consigue, hay una luz encima, se apaga, se enciende. ¡Qué manía con los ojos rasgados! Está hablando, yo no me entero de nada. Debo ser tonta, mi madre siempre lo decía. Decía: “Hija eres tonta”, que sabia mi madre. Mi madre siempre iba peinada, incluso cuando veía muertos, quizás incluso más. Mi madre no hubiese dejado que aquella señora te tocara hasta que no se hubiera peinado, que vergüenza. Tenía que decírselo a la señora, pero me agarraban. Estaban hablándome, era inglés, los ingleses no tienen los ojos rasgados, que suerte. Mi madre seguro que prefiere que no tenga los ojos rasgados, es una falta de educación, diría, tener los ojos rasgados delante de un muerto. Y es que hay que tener narices de venir a Tokio para morirse, pero claro, cada uno se muere donde quiere, o donde le toca.

viernes, 12 de febrero de 2010

y dale con Mafalda...

miércoles, 10 de febrero de 2010

"En Tierra Hostil" no es otra película sobre Irak

(www.tendenciagay.com)

En un principio, puede parecer una película más sobre la guerra de Irak, pero en unos minutos comprobamos que no es así. Rodada a modo de semidocumental, nos cuenta la historia de un artificiero norteamericano destinado como jefe de equipo en Irak. A partir de ahí, se nos narra desde diferentes puntos de vista las maneras que tiene cada uno para sobrevivir al drama que se está viviendo y, a la vez y sin que nos demos cuenta, mostrarnos como es el día a día de un soldado allí.

Además no solo eso, cuenta con la dosis de explosiones y tiros perfectas y adecuadas para que siga considerándose una película de acción y con los giros necesarios para tenernos enganchados a las butacas en cada momento. De hecho, la tensión narrativa de la película es siempre alta, lográndose varios clímax en los momentos en los que se procede a la desactivación de las bombas. Sin final previsible, sin buenos ni malos, sin doble moral y sin politización, se trata simplemente de la vida de tres soldados y su manera de afrontar la guerra.

Desde aquí, os la recomendamos sin ninguna duda.

En cuanto a sus nominaciones a los Oscar, os podemos decir que la nominación de “Jeremy Renner” como mejor actor está más que justificada. Aún queda por ver si conseguirá llevarse la estatuilla. Se trata de un actor más o menos desconocido que ha participado en alguna película de poco tirón como protagonista y como secundario en otras de más calado, sin embargo, su fuerte son las apariciones televisivas en series, la última en “House”. Con esta nominación le llega el reconocimiento a un muy buen talento.

Las otras nominaciones son: A mejor película, a mejor dirección, a mejor fotografía (espectacular), mejor edición, mejor banda sonora (también muy buena), mejor mezcla y edición de sonido.

lunes, 8 de febrero de 2010

"pYo vengo de un brumoso país lejano,/ regido por un viejo monarca triste... "

AMADO NERVO

Yo vengo de un brumoso país lejano,
regido por un viejo monarca triste...
Mi numen sólo busca lo que es arcano,
mi numen sólo adora lo que no existe.

Tú lloras por un sueño que está lejano,
tú aguardas un cariño que ya no existe,
se pierden tus pupilas en el arcano
como dos alas negras, y estás muy triste.

Eres mía: nacimos de un mismo arcano
y vamos, desdeñosos de cuanto existe,
en pos de ese brumoso país lejano,
regido por un viejo monarca triste...

sábado, 6 de febrero de 2010

Alicia y Javier

El vagón abrió sus puertas en la estación de Nuevos Ministerios. Alicia y Javier ocuparon dos asientos en el tren, que estaba medio vacío.
−!Madre mía! Una Lumix Leica −dijo Javier acariciando la caja que llevaba sobre las piernas−. ¿No es increíble que nos haya tocado?−
−La verdad es que sí, hemos tenido mucha suerte. Por fin vamos a poder comprar la mesa del salón.
−¿La mesa? ¿Vamos a comprar una mesa haciendo fotos?
Alicia se rió.
−Claro que no estúpido. Habrá que vender la cámara. ¿Para qué la queremos nosotros?
−Si bueno ahí tienes razón.
Se quedaron callados. Alicia observaba por la cristalera la gente que había en la siguiente parada.
−Había pensado −comenzó a decir al rato−, que podíamos ir mañana a ver la ópera aquella que me recomendó Marta, dicen que es genial.
Javier asintió en silencio.
−Mañana había quedado con estos para tomar unas cañas, pero si quieres, vamos.−
Alicia se quedó mirando la caja de la cámara.
−¿Podrás venderla por Ebay?
−Sí claro, supongo que sí.
−A ver cuanto nos dan por ella.
−Puf. Pues bastante, es de Panasonic además. De mil euros no baja.
−!Mil euros una cámara! ¡Qué locura! La de cosas que hago yo con mil euros.
−A mi me parece una buena inversión si te gusta la fotografía. Tiene que hacer unas fotos alucinantes.
−Por mil euros ya puede ponerse a pagar la hipoteca.
−Bueno, no estoy diciendo que yo me los gastara, sino que si pudiera, no lo vería mal.
−Menos mal que no los tienes, si te presentas en casa un día diciendo que te has gastando mil euros en una cámara de fotos, vais los dos a la calle. Tú y la cámara.
Javier sonrió y Alicia miró para otro lado, observando la ropa de una chica que se había subido en Ciudad Universitaria.
−Por eso nunca me los he gastado, pero hemos tenido la suerte de que nos ha tocado. Y no querías ir…
−Ni pienso volver por mucha suerte que hayamos tenido. No me gustan nada esos antros… −Alicia seguía sin mirarle.
−Voy a informarme por Internet esta noche, no quiero que nos den menos de lo que vale.
−Si nos dan mil euros, date con un canto en los dientes. Total, no hemos pagado nada por ella.
−A no, por cualquier cosa no la vendo, antes que eso nos la quedamos.
Alicia se volvió y le miró a los ojos.
−¿Para qué queremos una cámara nosotros? Si ya tenemos la que nos regaló mi madre en navidades.
−Bueno, pero es una inversión, no podemos venderla así como así.
−De verdad Javi, a veces tienes unas cosas… Que nos la quedemos dice.
−Si prefieres tirar el dinero…
−¡Pero si no nos ha costado nada! Mejor venderla a bajo precio que no sacar provecho, ¿No?
−Podríamos aprender a hacer fotos y ya no sería algo inservible. No sacaríamos dinero, pero tampoco lo perderíamos.
−Yo ya sé hacer fotos. Y tú para hacerles fotos a las jirafas del zoo tienes más que suficiente con la que ya tenemos.
Javi se quedó callado.
−Además −continuó−, ¿De dónde vas a sacar tiempo para aprender?
−Podría apuntarme a cursillos los sábados por la mañana. He estado mirando y…
−Sí claro, y la casa la recojo yo sola mientras el niño se va a clase con su cámara de mil euros.
−Lo he dicho para amortizarla si no conseguimos venderla a su verdadero precio.
−Qué me da igual su verdadero precio Javi, si sacas quinientos euros por ella estaré más que feliz. La cámara se vende y no hay más que hablar.
Los dos se quedaron callados mientras el tren se detenía de nuevo en una estación.
−Vamos −dijo ella poniéndose en pie.
Estuvieron el uno junto al otro mirándose en el reflejo de las puertas. Javier con el paquete entre las manos y Alicia sujetándo el bolso y arreglándose el flequillo.
−Por cierto −comentó Javier−, no me acordaba que mañana tengo una reunión en el trabajo, no sé a que hora saldré así que mejor dejamos lo de la ópera.
Y salió del vagón.

jueves, 4 de febrero de 2010

Un poquito de Carpe Diem, que nunca viene mal

"La realidad es una alucinación causada por la falta de alcohol."

Anónimo

martes, 2 de febrero de 2010

Sexta parte

La identidad lo había hecho todo: Había encargado la cena, había puesto la mesa y se había cambiado de ropa. Gonzalo cada vez se sentía más inseguro con la cita y no le atraía nada la idea. Además, al subir las escaleras, se había encontrado con Emilio sacudiendo su felpudo, pero no le había dirigido la palabra. Por si fuera poco, hacía como dos días que no veía a Lady, aunque sabía que seguía en casa porque los cuencos de comida se vaciaban. La cena llegó antes que Adela y la identidad la guardó en el horno para que no se enfriase. Después, la sirvió en el salón cuando Adela llamó diciendo que estaba llegando. Puso algo de comida en el cuenco de la gata y esperó en el pasillo a oírla comer. Entonces, cerró la puerta de la cocina para que no saliera. Gonzalo intentó detenerle, a la gata no le gustaba estar encerrada, pero la identidad no respondió a sus órdenes. Cansado, trató de quitarse el traje, la situación comenzaba a ser angustiosa y no quería que aquella mujer horrible entrara en su casa. El botón de apagado no funcionaba y la cremallera estaba atascada. Intentó quitárselo mientras la identidad y la muchacha hacían manitas en la puerta y al acercarse al salón. Ella había venido conscientemente provocadora, con un escote pronunciado y una falda corta, lo que parecía que a la identidad le gustaba, ya que no dejaba de mirarle los pechos. Por fin, cuando los dos se sentaron en el sofá para charlar antes de cenar, Gonzalo pudo acceder a uno de los cuchillos que había preparados sobre la mesa y cortó parte de la cremallera. Se hizo un rasguño en la piel.

-Maldita sea.- Gruñó.

No se había dado cuenta, pero el avatar también había pronunciado aquella expresión.

-¿Cómo dices?- Preguntó Adela que se había inclinado hacia delante para besarle.

-Nada nada. Tonterías mías.- Se apresuró a responder el autómata.

Gonzalo, aliviado, siguió cortando trozos de traje.

-Lárgate de aquí.- Gritó, y el autómata también lo hizo.

-¿Qué?- Dijo ella poniéndose en pie.

El avatar sonrió, recuperando la compostura.

-Es una broma mujer, ven, siéntate.- Y acto seguido volvió a decir. -No, vete, déjanos en paz.-

-“¿Déjanos?” Gonzalo estás muy raro.-

-No me pasa nada Adela, no seas paranoica y ven aquí conmigo.- La identidad se puso de pie y agarró a la mujer de la mano.

-Me das asco y eres estúpida, márchate ahora mismo o no respondo de mí.- Volvió a decir, haciendo que el autómata la soltara con violencia.

El rostro de la mujer era una mezcla de sorpresa, miedo y decepción.

-Pero…-

-¡Vete!- Gritó Gonzalo con todas sus fuerzas.

La mujer cogió su chaqueta y salió disparada de la casa. Gonzalo cayó al suelo de rodillas, exhausto, mientras su identidad permanecía quieta en el mismo lugar. Intentó quitarse el traje de nuevo, pero no respondía. Podía notar como le oprimía sobre toda la ropa que llevaba puesta y como el frío le atenazaba los músculos, impidiéndole moverse. Trató de gritar, pero no pudo, el traje y el frío le estaban cortando la respiración. Entonces escuchó un ruido, era el timbre de la casa. Quiso dirigir al avatar para que abriera, fuera quien fuera necesitaba ayuda, pero el muñeco no respondía. El timbre sonó insistentemente varias veces, hasta que por fin se escuchó una llave en la cerradura. A los pocos segundos, llegó a su lado su gata y comenzó a lamerle.

-¿Gonzalo? Soy Emilio. Me he encontrado con Lady en mi cocina, ha debido salir por la ventana y cruzar por el tendedero. ¿Está bien? He oído unos gritos y un portazo.-

Gonzalo intentó contestar, pero se estaba quedando sin fuerzas.

-Voy a entrar.- Escuchó decir.

Al poco tiempo, vio aparecer en el quicio de la puerta las zapatillas de cuadros del anciano y comenzó a moverse, intentando que notara su presencia.

Emilio se inclinó junto a la gata, ignorando a la identidad y puso sus manos sobre los trozos de ropa que sobresalían de las roturas del traje.

-¿Pero qué demonios es esto?- Dijo.

Gonzalo se movió y el vecino empezó a palpar todo su cuerpo.

-Por Dios, si aquí hay alguien encerrado.- Cogió el cuchillo del suelo y comenzó a rajar lo que quedaba de traje, liberando a Gonzalo de él. Cuando le quitó la capucha, Gonzalo se giró, vomitó en el suelo y comenzó a toser.

-¿Qué diablos hacía ahí metido?- Preguntó ayudándole a levantarse.

-No lo sé muy bien.- Contestó entre bocanadas.

-Será mejor que se quite todas esas capas de ropa, no le dejan respirar.-

-Lo sé.-

-Déjeme que le ayude.-

Gonzalo se recuperó un poco.

-No, no se preocupe Emilio, de estas capas me tengo que deshacer yo solo. Muchas gracias.-

El anciano se encogió de hombros.

-Como quiera. ¿Seguro que está bien?-

-Sí sí, no pasa nada.-

-Bien, no me dé esos sustos. Menos mal que tenía llave de la casa. Ya sabe donde estoy si me necesita.-

Gonzalo sonrió agradecido.

-Muchas gracias de verdad.-

Cuando Emilio se fue, Gonzalo recogió los trozos de traje que quedaban por el suelo y empujó al autómata hasta su caja en el pasillo, después, llamó a “La compra desde casa” y pidió que vinieran a recogerlo todo a la mañana siguiente.

-También quería darme de baja en la suscripción de la revista.-

La teleoperadora le preguntó los motivos de dicha baja.

-A partir de ahora, voy a comprar las cosas yo mismo, lo siento. Buenas noches.-

Cuando colgó, se dio cuenta de que la gata se había quedado dormida sobre sus rodillas.


FIN