domingo, 29 de junio de 2008

"Allá, allá lejos; Donde habite el olvido"...

Aquí os dejo uno de mis poemas preferidos de uno de mis poetas preferidos. Porque el verano, aparte de para las bicicletas, también está para la poesía. :)

Luis Cernuda
Donde habite el olvido.


Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;

Donde yo sólo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.


Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

Donde el deseo no exista.


En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.


Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.


Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de niño.


Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.

viernes, 27 de junio de 2008

Yo Floggeo...

Hoy actualizo solo para daros una información de caracter relevane (al menos para mi si) sobre mi cibermundo.
Hace una semana puse en marcha (en pruebas) mi fotolog, no sé, el blog me gusta mucho más, a pesar de que lo lea menos gente, pero de momento creo que mantendré los dos abiertos. Este post es solo para daros la dirección del fotolog y para deciros que eso no descuidará mi atención al blog, al que considero principal.

El susodicho flog:
http://www.fotolog.com/amarcos_ortega

Sé que la entrada de hoy es un poco sosa, pero he de deciros que planeo volver con las encuestas... hay mucho sobre lo que preguntar!

miércoles, 25 de junio de 2008

El vacío.

En silencio nos sentamos en el borde de la cama, cada uno en un lado. Estábamos cerca, pero no juntos. Suspiré y me puse el segundo calcetín.
Sin mirarte levanté los ojos y me encontré conmigo mismo observándome desde el espejo. Me miré y me hice muchas preguntas. Te miré y no encontré respuestas.Continué vistiéndome despacio, calibrando cada movimiento con calma, esperando alargar cada segundo.

Seguimos en silencio. Puse mi cabeza entre mis manos, estaba sudando y el flequillo mojado me caía sobre la frente. Cerré los ojos y comencé a sentir de nuevo “el vacío”. Era una sensación horrible, una mezcla de furia y vértigo. Empezaba (siempre por tu culpa) en el centro del estómago y se extendía hasta que cubría todos mis pensamientos, hasta que me hacía un nudo en la garganta.

Abrí los ojos y miré al espejo, por encima de tu espalda y tu pelo revuelto. Pude haber detenido mi vista en cualquier punto de tu cuerpo aún semidesnudo, pero preferí mirar a la ventana que tenías en frente, la misma que estabas mirando tú. ¿Estarías pensando lo mismo que yo? No creo, no creo que pensases que el cielo estaba demasiado azul para lo triste que me sentía. Probablemente estarías deseando que me marchara de allí, que dejase de hacer ruido con el cinturón al arrastrar el pantalón por el suelo, que desapareciera de una vez de tu vida.

Yo deseaba decirte que lo sentía, que sentía no haber sido capaz de resistirme, de no haber evitado de nuevo “el vacío”... pero no podía hablar.

¿En que pensabas? Ya tenías todo puesto y no te movías. ¿Por qué?

Me puse en pie haciendo ruido deliberadamente. Me miraste (sin verme) y me sonreíste (probablemente sin sentirlo). ¿Veías algo cuando me mirabas con la ropa puesta? ¿Y yo qué veía cuando me miraba al espejo con la ropa puesta? Miré una vez más hacia mi, pero era inútil, solo te veía a ti.

-Me voy.- Musité. Yo mismo apenas me había oído.

-Ya era hora.- Te escuché pensar.

-Bueno, hablamos en otro momento.- Te oí decir.

Tu seguías en tu sitio, ni siquiera te habías levantado. Dejaste de mirarme y volviste a la ventana. ¿Es qué estaba ahí tu alma? ¿Qué buscabas a través del cristal? Yo estaba allí, no en el cielo.

Sin decir nada agarré el móvil de la mesa y me lo metí en el bolsillo.

-Oye.- Dijiste sin mirarme.

-Dime.-

-No puedes hablar de lo que ha pasado aquí con nadie. Te acuerdas ¿No?-

Sonreí sin que me vieras y mi propia sonrisa se me clavó en el alma. Era la sonrisa más amarga que había puesto nunca. La boca se me llenó de hiel al sonreír, hiel que me tragué junto a mi orgullo para decirte mientras me iba:

-Aquí nunca pasa nada.-

lunes, 23 de junio de 2008

(II) Las acuarelas del conserje.

Eran las ocho de la mañana en punto cuando golpeaba con los nudillos suavemente la puerta del conserje.
Al rato, el mismo hombre, con el mismo guardapolvo azul y la misma mirada cansada me sonreía desde detrás del quicio de la puerta.
-Buenos días.- Dije en seco. No estaba de muy buen humor. Es más, estaba nervioso y angustiado. ¿Qué significaba todo esto? ¿Porqué tanto misterio? Había pasado una de las noches más largas de mi vida, completamente desvelado. Y si en algún momento me dormía, soñaba con la misma imagen una y otra vez, soñaba con Juan asomado a la ventana, soñaba que me hablaba con una voz que yo no había oído nunca y soñaba que me pedía que no le dejara morir. El portero debió de notarlo porque su expresión cambió. Había dejado de ser en un instante el portero amable y familiar para convertirse en el celoso cancerbero de la intimidad de una comunidad.
-Pase, tengo lo suyo.- Dijo con la misma sequedad con la que le había obsequiado yo.
Sin más dilación me introduje en la vivienda y cerré la puerta tras de mi.
La entrada estaba oscura, apenas se distinguían algunas sombras de objetos que bien podían ser jarrones, mesitas con platos decorativos o cuadros de acuarela que estaban esparcidos a lo largo de todo el pasillo.
Al fondo se veía una sala más grande, iluminada por la luz del sol. La sombra del guardapolvo azul se perdía tras esa claridad, así que decidí seguirle mientras mis pupilas se iban adaptando a los cambios de luz y mis pies se esforzaban por evitar todos los humildes objetos (algunos con bastante polvo) que se encontraban en el oscuro pasillo.
Cuando entré en el salón, encontré al conserje agachado sobre una enorme caja de cartón que tenía subida en un sofá bastante antiguo de un color chocolate. En la sala solo había otro sillón del mismo color, un gran cuadro de acuarela que representaba un lago en verano y una pequeña tele que tenía los botones pegados a la pantalla. No me habría extrañado que solo mostrase imágenes en blanco y negro.
-Aquí está lo primero.- Dijo sacando la cabeza de la caja y mostrándome un sobre y un pequeño estuche de madera.
Se acercó despacio hasta mi y me lo entregó.
-¿Lo primero?- Dije observando el estuche. Era un pequeño rectángulo de madera barnizada con un color oscuro. Tenía grabadas unas iniciales en la tapa: Una “J” y una “R”, que supuse que serían las del propio Juan Ruiz. Por debajo tenía una imagen tallada que representaba dos caballeros luchando con una espada. Los dos tenían corona. Uno era de color más oscuro que el otro. La caja pesaba poco, por lo que supuse que estaría vacía. En los bordes tenía una cenefa que representaba unas flores de lis engarzadas. Era una caja muy bonita.
-Si, eso es.- De nuevo se formó entre nosotros un silencio tenso. –Tengo muchas cosas que hacer, si me disculpa.
-Pero, un momento, ¿Hay más cosas?-
-Claro que hay más cosas. Lea la carta por favor, yo tengo mucha prisa.-
-¿Y cuando puedo volver a por ellas?- Yo estaba perdiendo la paciencia y aquel hombre me miraba con cara de pocos amigos. Parecía que le estaba haciendo perder el tiempo con preguntas estúpidas, como si la respuesta fuera obvia.
-Cuando deba. Señor Lope, tiene que irse.- Y sin decir nada más se dirigió a la puerta de entrada.
Cuando la luz del descansillo inundó el pasillo, pude observar con más claridad los cuadros colgados de las paredes. Todos representaban paisajes marítimos y todos estaban pintados en acuarelas. Supuse que le gustaría coleccionarlas o que tenía algún tipo de obsesión con el mar. Qué afición tan poco típica para un conserje que ha nacido y crecido entre las paredes del edificio donde trabaja. Realmente aquel era un hombre misterioso.
Caminé unos pasos alejándome de la comunidad de vecinos y me senté, aún confuso, en un banco de la misma calle. Sin poder contenerme abrí la carta. En el sobre solo estaba escrito mi nombre con un boli azul, en grande, en mayúsculas y quizás con algún leve rastro de temblor en la muñeca que escribía.
Desdoblé la carta. Se trataba de un solo folio escrito a mano con caligrafía antigua. Comenzaba así: “El alfil negro:”

sábado, 21 de junio de 2008

¿Quién nos dice que la vida nos dará el tiempo necesario?

De nuevo me toca traicionar mis promesas. Espero así darle más emoción a la continuación del relato de Juán Ruiz.

Todos estos días "raros" de los que habéis sido testigos, han dado como resultado un nuevo giro en mi forma de pensar, o mejor dicho, una vuelta a lo que ya pensaba antes de dicho periodo.

Y todo se resume en una frase que he oído esta mañana en una canción en la radio.

La canción: El Presente, de Julieta Venegas.

La frase: "Quién nos dice que la vida nos dará el tiempo necesario. Toma de mi lo que deseas como si solo nos quedara... El presente es lo único que tengo, el presente es lo único que hay."

Creo que con eso queda bien resumida la idea. Si quiero algo ¿Porqué no luchar ahora por ello? ¿Quién me asegura que tendré tiempo más adelante? ¿Qué estaré más preparado o las circunstancias se darán mejor? No.

Como ya he dicho en varias ocasiones, el tiempo es un mentiroso (mira quién fue a hablar) y lo único que importa, queridos lectores, es el presente, ese presente que ahora estáis malgastando frente a un rdenador leyendo los desvaríos de un escritor frustrado.

Aun sí, si esa es vuestra manera de vivir el presente adelante por ello, que no sea yo tampoco el que os diga que no me leáis... quizás mañana no te de tiempo a leer nada.

jueves, 19 de junio de 2008

Horóscopo 2

Bien, hoy había prometid actualizar con otra cosa que no es este post, pero me veo obligado (si, ya sabéis que odio hablar de mi mismo ¬¬) a hablar de nuevo de mi.
Como ya recordaréis (si es que alguien hay que lea esto a menudo), hace unos días, actualicé con una entrada que se llamaba horóscopo, que me aseguraba que iba a tener un día genial que luego resultó no ser tan guay...

Pues hoy me han dado la nota de ese día an guay. Y el resultado es geniallllllllll, resulta que he sacado un 7!!!! No me lo creía cuando vi las notas, pero así es. Y resulta que mucha de la gente que habí escrito mucho ha suspendido.
Así que finalmente mi horóscopo tenía la razón y como buen periodista aquí ejerzo el derecho de rectificación.

Hoy si que ha sido un día genial... y es que no he leído el horóscopo...

martes, 17 de junio de 2008

Yo medito...

Hoy me he sentado frente al ordenador y he quitado el sonido.
He cerrado los ojos y me he quedado escuchando la lluvia en silencio.
Con ese sonido y totalmente relajado me he puesto a pensar.
He pensado en muchas cosas, en algunas que no debería haber pensado y en otras que me han hecho sentir mejor.
De pronto la lluvia se ha dado un descanso y he abierto los ojos, molesto con la lluvia y con la interrupción de mi meditación.
Luego ha vuelto la lluvia, pero ya estaba enzarzado en mis comunicaciones de mensajería instantánea y no he podido meditar.

¿Podría estar hablando con tanta gente y no decirles nada a ninguno? Si, era cierto. Todas las conversaciones eran insustanciales. Quizás sea por ese maldito hueco que sigo sintiendo desde el domingo.
¡Qué irónica es la vida! Deseo estar solo, pero la soledad me abruma, me da miedo. Estoy hablando con la gente, pero sigo solo. Ya no me gusta regodearme en mi soledad. Ahora le tengo miedo.

Y la gente siempre con su misma canción. Cada uno quiere que vivamos su vida, pero no piensan que nosotros también tenemos una. Y que a veces no somos felices como ellos, o que a veces estamos tristes, como ellos. Pero es mi tristeza, y no voy a cargarte con ella.
Dicen que las penas compartidas pesan menos. Bueno, puede que pesen menos, pero siguen siendo penas. ¿No?
Por mucho que alguien anime al portero desde la grada, los goles los para él solo.
Y este gol no me lo van a meter. El domingo estaba triste, pero hoy estoy cabreado.

Quizás si volviera la lluvia y me ayudara a meditar...

domingo, 15 de junio de 2008

Hoy no estoy

A veces, una serie de acontecimientos continuados y encadenados producen un efecto totalmente inesperado.
Eso me ha pasado a mi.
Nada hacía sospechar que el domingo por la mañana me iba a sentir así...
En realidad tampoco sé muy bien como me siento, pero me siento raro, tengo como un nudo en el estómago, la conciencia intranquila y los nervios a flor de piel. También estoy triste y desganado.
Con lo bien que he estado estos tres días de atrás...

Primer acontecimiento:
-No fue la noche que esperaba. Ni empezó ni terminó como esperaba. Me sentí descolocado toda la noche, no sabía muy bien que hacía allí.
Segundo acontecimiento:
-Me volví a casa, ya comenzando con esa sensación y todas las canciones hablaban de "ti". Me acosté sintiéndome muy mal. Imbécil diría yo.
Tercer acontecimiento:
-Me he despertado y la resaca no me ha impedido acordarme de todo, es más, es lo primero que he pensado, antes incluso de abrir los ojos.
Cuarto acontecimiento:
-Es domingo, se acabó la fiesta.
Quinto acontecimiento:
-Está nublado y lo primero que he oído al levantarme ha sido a mi madre diciendole a mi hermano que metiera la ropa, que estaba lloviendo.

Quiero morirme...

Creo que esos acontecimientos son solo agravantes de la situación. Creo que lo peor eran las ilusiones que me había hecho sin saberlo... Bueno no, miento, lo peor es que no sabía que me había hecho ilusiones... y no lo vi hasta que no estaban rotas y destrozadas.
Yo que pensaba que era fuerte, inteligente y que controlaba mis emociones...

Toma dosis de humildad señor mentiroso...

viernes, 13 de junio de 2008

Hace tanto tiempo...

El palacio de mármol blanco, reluciente se recortaba sobre la colina deslumbrando las estrellas y salpicando el cielo de luz. Tenía todas las antorchas encendidas y desde lejos se escuchaba la música de las múltiples bandas que se habían apostado en las salas de baile y el comedor. El camino que llevaba a la fiesta serpenteaba por la colina verde, parecía una mancha deslizante de gravilla que caía desde la puerta del palacio hasta el pie de la colina. En la puerta, varios pajes recibían a los invitados y los acompañaban al interior tras revisar sus invitaciones. Iban vestidos con finos chaqués azul marino y pantalones negros, llevaban el pelo peinado hacia atrás y no mostraban expresiones significativas en el rostro. Detrás del gran muro de granito que custodiaba el palacio se extendía un puente también de mármol blanco adornado por farolas. La barandilla estaba formada por una multitud de arcos que se cruzaban unos con otros. Cientos de personas entraban y salían del recinto o paseaban por el puente asomándose al foso que cruzaba. El agua del mismo era el que cubría todo el palacio, que se encontraba formado por una multitud de puentes y cúpulas de mármol. Cada cúpula era una habitación. Había puentes cubiertos, puentes descubiertos, puentes con escaleras para bajar al foso, los que no tenían barandilla, etc... Un palacio enorme al fin y al cabo con varias plantas, aunque la parte de arriba tenía menos puentes. Al final del puente principal se encontraba la cúpula de la entrada, un círculo enorme de cuya primera mitad estaba descubierta y de ella salían tres puentes, del círculo interior subían dos escaleras hacia el piso superior. A derecha e izquierda los otros puentes, más pequeños que el principal, se desviaban hacia dos cúpulas enormes que estaban cubiertas con finas cortinas de seda, de entre las cortinas podían verse sombras bailando, risas y música. Eran las dos cúpulas que formaban las salas de baile. En ellas había música, una pista y bebida abundante. Los invitados se afanaban en seguir los pasos y en contemplar a los más expertos. De allí salían más puentes a otras cúpulas con comida, otras con sillones, a la biblioteca, todas las salas estaban repletas de gente y de luz. Los hombres vestían chaqués, esmoquin o túnicas negras según su procedencia. Las mujeres lucían tocados especiales, vestidos largos de colores oscuros o túnicas negras. Los esclavos vestían todos túnicas blancas. En el palacio se mezclaban voces de diferentes lugares, distintas lenguas e idiomas. El piso de arriba estaba destinado a las habitaciones de los habitantes de la casa, los baños, los baños de vapor, la piscina y las salas de trabajo. En el sótano, bajo el agua estaban las habitaciones de los criados, las cocinas y el almacén. El estanque, con variaciones de profundidad tenía en algunas partes nenúfares y plantas acuáticas, otras estaban preparadas para baños y competiciones de natación. En otros lugares su agua era aprovechado para crear hermosas fuentes que combinaban con luces y sombras, con cambios de potencia y variaciones de altura. El palacio era famoso por las fuentes y por los espectáculos que daba en sus múltiples fiestas. El palacio ocupaba toda la cima de la ladera y alrededor de sus murallas se agolpaba el populacho del pueblo para ver el lujo y los excesos de la gente rica, para contemplar que peinados eran los más bellos o que personaje acudía a aquel evento que ellos mismos pagaban y con el que disfrutaban sin saberlo y sin quererlo del todo. Ninguno de ellos llegaría nunca a ver el palacio de cerca. a poder bailar con el príncipe de aquel territorio oriental que tan bonito era o hablaran de filosofía con un gran bailarín ni escucharan la última composición del músico de moda. Aun así eran felices oyendo desde lejos los ecos de una risa femenina o un acorde de alguna canción, desde los balcones del piso superior también veían luces, incluso a veces se veía a alguna pareja fugaz asomarse para charlar con una copa de licor en las manos. Dependiendo de la fiesta podía durar noches enteras y los últimos invitados salían al amanecer perseguidos por los primeros rayos del sol, sobre todo en verano, en los cortos inviernos que azotaban la zona las reuniones solían celebrarse en el piso de arriba y duraban mucho menos, eran tiempos felices para la gente pudiente. Lástima que ya no exista ese palacio, lástima que solo quede mi memoria para recordarlo. Aun recuerdo aquella ultima noche, cuando me aleje de allí con la música aun en mis oídos y tus besos, princesa, en mis labios...

miércoles, 11 de junio de 2008

El gesto de la muerte.

Os dejo un relato que había leído hace mucho tiempo y que hace poco escuché en un anuncio de televisión. En el anuncio lo modifican un poco, pero el sentido permanece. Iba a interpretarlo, pero casi prefiero dejalo tal y como está y que cada uno le de el sentido que quiera.



Un joven jardinero persa dijo a su príncipe:
- ¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le prestó sus caballos. Por la tarde, el principe encontró a la Muerte y le preguntó:
- Esta mañana, ¿por qué le hiciste a mi jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -respondió la Muerte- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y es allí donde debo tomarlo esta noche.

(El gesto de la muerte, Jean Cocteau)
La foto es la más bonita de las que he encontrado sobre Ispahán.

lunes, 9 de junio de 2008

(I) Juan Ruíz

Una vez conocí un hombre que se sentaba cada mañana a ver pasar el día en una ventana de la calle Marqués Prieto. Yo nunca hablé con él. Pero le conocía, y él me conocía a mi.
Las mañanas en las que yo no pasaba por la calle, sé que me echaba de menos, y las mañanas que yo pasaba y no le veía, me daban ganas de darme la vuelta o de preguntar en el portal si el señor se encontraba bien.
Nunca crucé una palabra con él.

Juan Ruiz se llamaba, y con ese nombre murió el día de mi cumpleaños de hace dos veranos. Lo más cerca que estuve de él fue cuando me crucé con el féretro que salía del portal de la calle Marqués Prieto donde había vivido Juan.
Por aquel entonces, yo no sabía que aquella caja marrón de pino lacado se llevaba a mi amigo de la ventana.

Al día siguiente, yo pasaba por la calle Marqués Prieto mirando, como siempre, a la tercera ventana del primer piso, cuando un hombre se acercó a mi lado.
Era un hombre anciano vestido con un guardapolvo azul. Le reconocí al instante. Era el conserje del portal de Juan.
-Buenos días caballero.- Me dijo. Yo detuve mi marcha y le miré mientras de reojo seguía observando las ventanas del primer piso por si detectaba algún movimiento en las cortinas blancas de mi amigo. – ¿Conocía usted a Juan Ruiz?-
-¿Cómo dice?-
-Si Juan Ruiz, el señor que vivía en el primero B, el que falleció ayer.-
Volví a mirar la ventana de mi amigo y supe en seguida que jamás volvería a verle.
-No será el señor que salía todas las mañanas a aquella ventana.- Dije señalando la ventana de Juan con el deseo de verle aparecer en cualquier momento.
-¿La tercera por la izquierda? Si, era su ventana.- Hizo una pausa en la que yo me limité a bajar el brazo. Quizás fue una señal de derrota o de abatimiento. Mi amigo había fallecido y yo no sabía como tenía que sentirme. -¿Le conocía?-
-Podría decirse que si.- Volví a mirar a los ojos de aquel hombre. No me había fijado en lo cansado que parecía. Tenía bolsas en los ojos, unos ojos grises que en otra época fueron azules y miraba con cara de lástima.
-Bien, él dejó una carta para usted dentro de su testamento, pero me temo que no podrá leerla hasta que el abogado reparta los bienes. La carta se encuentra entre las pertenencias que me legó a mí. Puede que ente los objetos también haya alguno para usted.-
-¿Esta seguro qué son para mi?-
El hombre sonrió.
-Completamente. Conocí a Juan desde que nació prácticamente. Mi padre ya trabajó para esta comunidad y él nació en esas paredes. En las mismas que murió.-
-Ya veo.- Dije poco convencido, pero seguía dudando de sus palabras. – ¿Está completamente seguro de que es para mi?-
-Si. Venga mañana por la mañana y golpeé la puerta de la entrada, creo que ya podré darle sus objetos.-
-Vengo todas las mañanas.-
-Lo sé.- Entre los dos se formó un silencio y de pronto su rostro se volvió pétreo, impracticable e indescifrable. –Tenga un buen día caballero.-
-Lope, me llamo Lope.- Dije torpemente cuando el conserje se había metido ya en la casa.

sábado, 7 de junio de 2008

Horóscopo

Hoy era mi día. Lo decía el horóscopo de un periódico que alguien había abandonado en el metro.
Un periódico que mentía.
¿Porqué mi horóscopo no me avisó e que el examen sería más complicado de lo que se preveía?
¿Porqué el horóscopo no me dijo: "No salgas el primero, rellénalo todo"?

Salgo del examen satisfecho con mi trabajo y espero fuera a que vayan saliendo mis compañeros, compañeros que tardan una hora en salir. ¿Pero qué están escribiendo?
Vale que las preguntas eran amplias, vale que te preguntaba sobre todo el temario, pero ¿Qué estaban escribiendo? Chicos y chicas de letra pequeña e indescifrable salían sonriendo porque habían escrio siete folios. ¡Siete¡ ¿Dónde han quedado mis dos folios con los que yo estaba satisfecho?
Probablemente en la papelera del despacho de cierta profesora a la que tendré que ver la cara en septiembre... o eso, o se la verán mis compañeros...

Y mi horóscopo decía que hoy era mi día...
El día que me ponga algo malo permitidme que me quede en casa.

jueves, 5 de junio de 2008

Él y ella.

Él la miró.
Ella, con su falda negra, cerraba la puerta de la casa y mantenía las piernas en una graciosa postura con la rodilla derecha más adelantada.
Él sonrió al verla.
La rodilla de ella asomaba coqueta por debajo de la falda de gasa y describía una curva que descendía despacio, sin interrupciones hasta unos finos tobillos.
Llevaba puesta la tobillera que él le había regalado. Una fina cadena de oro con delfines engarzados. La joya descansaba sobre la tira negra de unos elegantes zapatos de tacón negros de terciopelo. El talón de la pierna adelantada se mantenía gracilmente en el aire.
Los niños dormían y él la amó como el primer día.

Ella abrió su diminuto bolso redondo de terciopelo negro y dejó caer con soltura el manojo de llaves dentro. Sin prisa, se llevó la mano al cabello por la parte de la nuca y se lo colocó con un rápido movimiento. Tenía una melena rubia algo cardada.
Él arrancó el automóvil sin dejar de mirarla.
Como el primer día, como si no hiciese ya veinte años de aquel 3 de julio, el corazón de ella latía con violencia. Por primera vez desvió los ojos almendrados hacia el que había sido su marido todos estos años y sonrió.
Él creyó morir.

Estaba perfectamente maquillada y peinada, los labios y ojos perfilados y pintados con un suave tono marrón. El resto de su indumentaria consistía en un vestido de tirantes y de gasa negro con un gran escote. En las orejas colgaban dos finos pendientes compuestos por dos tiras delgadas de oro; Y en el cuello un sencillo colgante dorado con la forma de un gran sol.
Nada más cubría su cuerpo, nada más hacía falta. El bolso colgaba de forma elegante de una de sus manos, con las uñas lacadas y brillantes. De la otra mano colgaba, con la misma elegancia, un fular de gasa negro que posteriormente habría de cubrir sus hombros.

Él se preguntó porque había tenido la suerte de conocerla.
Sin dejar de sonreír, ella abrió la puerta del coche y, colocando una pierna primero, se introdujo en el vehículo con un solo movimiento, se ajustó el cinturón de seguridad y miró a los ojos a su marido.
-Te amo.- Dijo él.
-Te amo.- Dijo ella.

martes, 3 de junio de 2008

Magia




Hoy me han dicho: “Yo no creo en la magia”.
¿Cómo alguien puede decir eso y seguir viviendo? Yo creía que era cosa del ser humano lo de soñar, lo de creer en lo imposible. Si pierdes esa capacidad... eres un animal común y corriente (con todos mis respetos a los señores animales comunes y corrientes que leen este blog).
No sé, me ha dado mucha pena. Me han dado ganas de decir: “Yo no creo en ti”.
Sin magia, el mundo no vale para nada. Vale, sin magia podemos medirlo absolutamente todo, muy bien, genial para los científicos, pero a cualquier científico le mataría la idea de pensar en un mundo en el que todo estuviera descubierto. Su trabajo se acabaría. Por lo tanto, los científicos también creen en la magia, o al menos, si no creen en ella, mientras desconozcan cosas, seguirá existiendo la posibilidad de que exista la magia.
¿No? ¿Cómo puedes decir que no crees en la magia si no está todo descubierto?
¿Y las hadas, los duendes, la suerte, esa persona que se cruza casualmente contigo en el metro? ¿Y encontrarte a tu vecino a 1.000 km de casa? ¿No es magia?

Querido amigo, hoy solo quiero decirte: “Yo no creo en ti”.

domingo, 1 de junio de 2008

A petición popular.

Encendió la luz y se sentó en la cama. Estaba mareado y sentía nauseas.
Se levantó y fue a beber un vaso de agua en el baño. La noche era cerrada y no se veía ninguna estrella, su sombra se unía con las sombras de la noche y se fundían en la oscuridad.
Se miró al espejo, tenía los ojos hinchados y rojos, irritados. Estaba pálido y tenía grandes ojeras. Llevaba más de tres días sin dormir, las voces no cesaban. Volvió a su habitación y se volvió a tumbar en la cama sin apagar la luz. Volvieron las voces.

Se revolvió y movió la cabeza violentamente para hacerlas callar, pero no surgió efecto. Entonces comenzó a llorar. Era un llanto lastimero y entrecortado, un llanto de lástima por si mismo, un llanto de desesperación. Continuó llorando largo rato hasta que no le quedaron fuerzas, entonces tomó una determinación.

Salió de su habitación y fue a la cocina, en el fregadero se encontraban todas las botellas vacías de güisqui que había bebido a lo largo de esos tres días. El alcohol era un consuelo para él, pues su efecto acallaba las voces de su cabeza y le permitía dormir al borde del coma. Abrió el primer cajón y sacó un cuchillo, acto seguido fue al baño y se sentó en el suelo junto a la bañera. Volvió a llorar.

En un acto de valentía se dijo: -Que suicida más limpio, que se va a matar a la bañera para no manchar.- Y sonrió amargamente entre lágrimas como sonríen los dementes. Pero el sabía que no era un demente, lo había pensado varias veces a lo largo de estos días, pero había llegado a la conclusión de que las voces eran reales y que solo había una manera de callarlas para siempre.
Las voces no eran normales, no al menos para él. Las voces eran gritos desgarradores, insultos, lamentos desesperados y arrebatos de furia. Atacaban cuando menos se lo esperaba y no sabía cuando podían durar. Estaba solo y lo sabía, solo tenía sus voces.

Agarró el cuchillo con firmeza con la mano derecha y extendió el brazo izquierdo. Contempló su propio reflejo en el cuchillo. Sabía que le iba a doler. El cuchillo era de sierra; sería toda una escabechina. Una lágrima volvió a caer de sus ojos y pasó por su mejilla. Con el dorso de la mano la recogió antes de que cayera por su barbilla. Cerró los ojos y acercó el cuchillo a su muñeca.
Entre lágrimas hundió el metal en la carne y fue notando poco a poco un dolor helado y veloz, como el que se siente cuando el viento te corta la cara. El dolor llegó a su espalda y de ahí se extendió a todo el cuerpo. Abrió los ojos y dejó escapar un gemido. Las primeras gotas de sangre comenzaban a salir.

Necesitaba un corte más profundo si quería acabar rápido, pero el dolor comenzaba a paralizarlo y la visión de la sangre le mareaba. De su muñeca nacían hilos de sangre que caían hacia su cuerpo y un buen chorro de ellos caía hacía la bañera, que comenzaba a presentar un aspecto bastante violento. La sangre resbalaba despacio hacía el desagüe y dejaba un rastro rojo a su paso. Los ríos negros comenzaban a ser más profundos a medida que, entre gritos y lágrimas, el cuchillo se iba abriendo camino entre la vida y la muerte.

Hubo un momento en el que no supo diferenciar fantasía de realidad ni dolor de neutralidad. Alternaba breves momentos de locura con otros de felicidad. Estaba esperando para ver el túnel, estaba esperando para ver pasar su vida y solo veía la sangre caer. El dolor era mucho más insoportable de lo que había previsto, pero era necesario. Ahora quería morir, odiaba la vida, lo odiaba todo y a todos. Quería acabar ya...

En un último suspiro, solo se le ocurrió pensar que se arrepentía.